El Comandante Supremo y eterno Hugo Chávez, en varias oportunidades, acudió al Vaticano para que se aligerara y concretara la Beatificación del Doctor José Gregorio Hernández, esto no se ha producido todavía a pesar de las exigencias de fieles y devotos. Hoy cuando se cumplen 150 años de su nacimiento se justificaría su beatificación.
El sabio Dr. José Gregorio Hernández, un ejemplo a seguir, decía: Que el médico estaba hecho para curar y que para curar había que tener dos condiciones: Ser honesto y no ser soberbio. Lo que le faltó decir, es que el médico no tiene por qué hacerse rico diagnosticando enfermedades que no existen e inventando operaciones. Digno de elogio son los médicos cubanos, vilipendiados por muchos de sus colegas comerciantes de la medicina y por sectores ultraderechistas que tratan de satanizarlos. Los médicos cubanos están regados en todo el mundo, cumpliendo, con el sagrado deber de salvar vidas y con el juramento Hipocrático. Ojalá los galenos de Venezuela sigan ese mismo ejemplo. Fueron los primeros en llegar a la hermana república de Haití, junto con los médicos venezolanos y todavía están allí. Lo mismo están haciendo para combatir, esa terrible enfermedad, el Ébola, en los países africanos.
Vamos a revelar algunas confidencias que muchos no conocen de este médico sabio y que hiciera en una entrevista a su discípulo Jesús Rafael Rísquez quien fuera posteriormente un médico eminente.
Al sabio Dr. José Gregorio Hernández no le gustaban las entrevistas periodísticas . El decía que los reporteros eran maliciosos y que muchas veces obligaban a la gente a decir lo que no quería decir. Sin embargo, hubo una excepción. El 24 de abril de 1909 en un periódico llamado El Tiempo, que no es el mismo que circuló en la época del General Isaías Medina Angarita, cuyo director era el famoso intelectual venezolano, Víctor Manuel Rivas. Este periódico El Tiempo, público una entrevista que causó un escándalo en Caracas. El Dr. Hernández contaba allí, lo que había pasado en la Cartuja.
El autor de la entrevista, como dijimos anteriormente, era un discípulo del Dr. Hernández llamado Jesús Rafael Rísque, a quien Hernández quería mucho porque decía que era un muchacho muy aplicado y que iba a ser un gran médico, como en efecto lo fue.
Rísquez comenzó preguntándole al sabio algo que nadie se había atrevido a preguntar: ¿Dr. Hernández, usted estaba preparado para vivir en la Cartuja? Y el Dr. Hernández le respondió que tenía diez años preparándose para vivir en La Cartuja.
¿Cómo es la vida en la Cartuja?. Y esto fue lo que contestó el Dr. Hernández: Los monjes no podían hablar. Tenían que caminar siempre mirando hacia el suelo. Cuando se tropezaba uno con otro, o se encontraban casualmente, ni se saludaban. La comida la recibían a través de una ventanilla de la celda donde vivían. Si tenían alguna necesidad urgente que les obligara comunicarse verbalmente con alguien, tenía que dejar-en la taquilla donde le depositaban la comida- , un papelito diciendo: “necesito hablar con el Prior” o “necesito que me den papel y lápiz para escribir una carta”.
Estaban descalzos dentro del convento y cuando salían al patio llevaban unas sandalias. Cada monje disponía de dos pequeñas celdas. Una para dormir y otra para meditar. Los cartujos dormían sobre una cama de tabla y se arropaban con una cobija. Tenían una mesa pequeña en donde había una vela para alumbrarse y en la otra celda-que estaba al lado-,contaban con un pequeño mueble con dos sillas y libros. Era allí donde meditaban. Las dos celdas quedaban separadas por un pequeño patio o jardín que cada cartujo se encargaba de cultivar.
La temperatura en Lucca, Italia en la Cartuja de Forneta, en donde vivió Hernández por nueve meses, muchas veces llegaba en invierno a diez grados bajo cero, pero en el convento estaba prohibido prender fuego. Se hacían oficios religiosos durante la noche, a las doce o a las tres de la madrugada y los monjes eran llamados con toque de campana. Tenían que cumplir con cuatro horas de trabajos manuales y los trabajos manuales eran muy duros: cortar madera, derribar con el hacha en la mano, corpulentos árboles, recorrer el campo buscando vegetales que se pudieran utilizar para la comida. Todo eso descalzo y con una temperatura terrible.
El vestido de los cartujos era incómodo, era una especie de camisa de piel de cabra, que va desde el cuello hasta más abajo de la cintura. Esta camisa de piel de cabra tenía, unas cerdas que cuando usted se movía se le enterraban en el cuerpo y cuando usted dormía, apenas hacía el más leve movimiento de brazos o de piernas, también. Encima se ponía una camiseta de lana y un pantalón de lana, luego después el habito y cubrían la cabeza con una especie de capuchón.
Los monjes tenían que entregarse siete horas a la meditación; las otras horas eran para dormir y para estudiar. Cada quien tenía un cupo de trabajo y si usted no cumplía con ese cupo, al día siguiente era castigado con doble jornada de trabajo.
Un buen día, el Prior-el jefe de los monjes-, llamó al Dr. Hernández y le dijo que no podía seguir en La Cartuja. Cuentan que el Dr. Hernández lloró porque él tenía diez años luchando para separarse del mundo. El Prior con dolor, al ver el efecto que sus palabras habían causado. Le dijo usted no tiene vocación contemplativa. Usted tiene vocación activa. Si usted quiere abandonar la medicina y dedicarse a la vida religiosa, usted tiene que ingresar en la orden de los Jesuitas u ordenarse en el clero secular, pero en La Cartuja usted no puede hacer nada. Además, usted no cumple con la función, con el cupo de cortar árboles con el hacha, porque no sabe hacerlo, no tiene fuerza física suficiente para hacerlo, y el día menos pensado, si usted se queda aquí, va a morir…Así es que váyase y vuelva otra vez al mundo. En La Cartuja, José Gregorio no se llamaba José Gregorio, se llamaba Fray Marcelo.
El Dr. Hernández no logró ser religioso, porque cuando trató otra vez de ingresar en La Cartuja y en el Pio Latino, su director espiritual le aconsejó que siguiera en la medicina. José Gregorio Hernández, sacó a la medicina venezolana de le Edad Media y la llevó al Renacimiento. Estableció las bases de la moderna medicina venezolana; fue el primero que fundó en América Latina una cátedra de bacteriología.