Tomo el título de la excelente novela de Francisco del Paso en la que narra las vicisitudes y los desvaríos de Maximiliano y Carlota y su efímero imperio mexicano, vienen a cuento por los que pasa el también efímero Enrique Peña Nieto. El real y actual imperio manda noticias y señales ominosas para el inquilino de Los Pinos: esta semana tocó a The Economist, la prestigiada revista británica, que publicó un artículo bajo el título “El pantano mexicano” (The mexican morass) que dice que Peña “no entiende que no entiende” y que, por su corrupción y cinismo, sólo está ayudando a que AMLO logre ganar la próxima elección presidencial (no sin calificarlo de mesiánico y populista, ¡faltaba más¡) y, como no entiende, el articulista insinúa la conveniencia de la renuncia presidencial. Con esta ya son varias las señales enviadas en el mismo sentido por el Washington Post y el Wall Street Journal, ambos reconocidos por ser portadores de lo que se piensa en los centros del poder imperial. Regresando a la historia, cabe recordar que Maximiliano prestó oídos sordos a quienes le recomendaban renunciar y acabó fusilado en el Cerro de las Campanas. Maximiliano también mandó a su imperial esposa para que le sacara las castañas del horno, como Peña hizo con la pobre Gaviota, que tuvo que salir a las pantallas para tratar de explicar lo de su casita blanca.
Y hablando de historia –esa tan vilipendiada ciencia- el muy cansado Murillo Karam dice que sus investigaciones sobre el caso Ayotzinapa arrojan la verdad “histórica”. Será verdad o será mentira o será la vieja del otro día, pero nadie le da crédito a esa “verdad histórica”. La burra no era arisca sino que la hicieron los palos; cansada de tanta mentira, la sociedad acostumbra creer exactamente lo contrario de lo que se declara. Pide Peña superar el doloroso episodio para entrar de lleno al goce de las bondades de su gobierno, entre ellas hablar por horas a larga distancia (sin que el pobre marido esté señalando el reloj para que corte) aunque sea para quejarse de un nuevo gasolinazo o de la terrible carestía de la vida. Me parece que quien tendría que superar la etapa sería el propio Peña mediante una renuncia más o menos honrosa; no sea que lo quieran llevar a Las Campanas.
Pero no todas las señales que vienen de fuera son malas. Una perla es el triunfo de la coalición de izquierda anti neoliberal en Grecia. Los helenos de hoy se pusieron las pilas y decidieron recuperar la dignidad y la esperanza, mandando por un tubo a la emperatriz alemana y a su troika financierista, el FMI incluido. Toca ahora a los trabajadores europeos cobijar y secundar la hazaña griega. Por lo pronto este resultado catapulta las posibilidades de que España y Cataluña (juntos o separados) opten por el mismo camino. Está claro que los griegos se las van a ver negras, con rayos y centellas surgidas del nuevo Olimpo con sede en Bruselas y de los consabidos traidores domésticos, buscando que la experiencia sea tan desastrosa que inhiba su efecto afirmativo en otros países. Ahora sí que vale gritar que el pueblo unido jamás será vencido.
El asunto es ampliamente conocido en Nuestra América; Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina y, en alguna medida, Brasil han optado por salirse de la férula neoliberal, de ahí que se vean permanentemente acosados por la prensa derechista y el gobierno de Washington con amenazas de golpes de estado y cacerolazos permanentes, muy al estilo de la CIA y su embajada. Por cierto que Felipe Calderón no acaba de asimilar lo que significa ser repudiado. No contento con el cochinero que dejó en el país y en su propio partido, se le ocurre presentarse en Caracas a respaldar a la dirigente de la derecha retrógrada venezolana, junto con otros dignos vendedores de sus respectivas patrias e hijos de sus también respectivas putas madres. Ni tardo ni perezoso, Nicolás Maduro denunció su presencia y su nefasto activismo político. Me da pena el pobre Calderón, tan incomprendido el pobre; aunque en su beneficio habría que anotar que su reemplazo lo superó en materia de estupidez.
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