Mientras el barbero me atendía y luego de intercambiar con él un par de asuntos políticos, le mencioné el plan que armaba la extrema derecha para asesinar a Daniella Cabello, tal como el martes pasado lo denunció Tareck El Haissami. Su respuesta me dejó lelo y no arranqué a correr porque justo en ese momento del remate del corte, el hombre pasaba la hojilla a escasos centímetros de la yugular. De haber huido, esta crónica no habría sido escrita.
"Se dicen muchas cosas. Uno no sabe si son verdad", respondió. "Pero lo dijo el tipo que iban a contratar pa’ eso", le contesté.
"Bueno, pero qué iban a lograr con eso", agregó acrecentando mis ganas de desaparecer a millón. "Pero uno no sabe por qué lo iban a hacer", lanzó de una, haciendo que casi me dé una vaina. "Hermano, ¿pero cómo va a decir eso? Nadie debe mandar a matar a nadie", le espeté seguro de haber ganado el round a lo que me replicó que "eso es como cuando lanzan una bomba contra otro país. Uno no sabe por qué la lanzan", precisó congelando lo poco de valentía que me quedaba y con ganas de aprender a rezar pa’ que aquella hojilla no se clavara en la fulana vena.
Cuando medio pude coger aire recordé al propio El Aissami el día de la revelación del monstruoso encargo. Y entendí perfectamente su reflexión al afirmar que las ocasiones en que se atacó moralmente al presidente de la AN "la justificación era crear una matriz de opinión para que luego saliesen, en esos mismos medios, a decir que era un tema de ajuste de cuentas". Algo así como que cuando muere alguien con antecedentes delincuenciales, mucha gente dice: "Qué importa que esté muerto. Era malandro".
El Aissami tiene razón. El barbero lo demuestra. A este cortador de cabello poco le importa la gravedad de las intenciones homicidas sino que "uno no sabe por qué lo iban a hacer". O sea, si la mataban, qué importaba; era la hija de un ladrón.
Estemos alerta. No permitamos que la derecha nos pulverice el amor. En cuanto a mí, a esa barbería no voy más. Guillo.
¡Chávez vive… la lucha sigue!