Caracas entera sabe que una de las mejores chichas de la ciudad, son las que prepara un combo de buenagente que ubica su carrito al lado de la Maternidad Concepción Palacios. Allí no hay guerra económica que valga: aunque suban el precio, porque también son afectados por quienes le suministran los insumos, no disminuye el gentío que se agolpa bajo el ancho paraguas que protege del sol y la lluvia tanto al producto como a sus magos preparadores. En serio: la chicha sabe a magia.
Los dueños del negocio, en una demostración de excelente gerencia y un incuestionable sentido de justicia para atender en orden de llegada a quienes demandan la cremosa bebida, adoptaron la única fórmula cívica capaz de alcanzar ese objetivo en plena calle: que la gente haga su cola, generando como era de esperarse comentarios y chistes. Así somos.
Este domingo, un peso pesado (no tanto por la grasa corporal como por su detestable acidez anímica), de cabello engominado, costosos anteojos, fina ropa y voz de mando de la que cae mal, intentó alterar el orden de las cosas. Esperando su vasito de 50 bolívares, gritó a la gente: "No hagan cola, vénganse pa’ acá, pónganse bajo el paraguas. ¡Cambien el chip!".
Si bien es cierto que pareció existir, entre algunos, un impulso automático para seguir su conseja, prevaleció el ridículo que hizo sepultado de inmediato por el despachador que con toda firmeza y decencia le dejó en claro quién es el que manda en su empresa.
Una mentada de madre, típica de los fracasados, fue lo último que lanzó el atorrante extremista que con su rabo entre las patas (literalmente hablando) huyó en búsqueda de su costosa camioneta que el socialismo no le ha arrebatado ni le arrebatará.
Aunque nadie comentó nada, el silencio lo decía todo: nuestro pueblo no cae fácilmente en provocaciones. La chicha de este domingo tuvo, además del acostumbrado chocolate, canela y condensada un poco de victoria en polvo que la hizo más mágica.
¡Chávez vive…la lucha sigue!