Si observa abiertas las puertas de entrada preferencial en el Metro de Caracas, no se asombre. Parece que la cosa no es casual.
Una vecina de la línea dos asegura que ha planteado el asunto a los operadores de caseta, quienes dicen que a las puertas les falta un tornillo, que la bisagra está mala, que se dañó el botón para abrirlas automáticamente y que se desajustó la cerradura, entre otras sinrazones.
“Lo que están es saboteando, chico. Porque cuando les pregunté por qué entonces no ponen a uno de ellos a vigilar, me vienen con otro cuento. Que si son muy poquitos, que en la caseta no se puede quedar uno solo, que si son gemelos y no se pueden separar, que tomaron teta juntos y juntos deben andar, que pa’ allá y pa’ acá”, me comentó “¿Tú sabes lo que buscan?”, me preguntó y me dio la respuesta: “Que la empresa tenga pérdidas, porque con esa puerta abierta y sin que nadie la vigile, todo el mundo entra como Pedro por su casa. Si sacas la cuenta de las miles de personas que a diario entran sin pagar los cuatro bolívares, la empresa dejará de tener ingresos”, señaló para luego precisar: “Y si la empresa empieza a perder ingresos, después ellos mismos van a formar el alboroto porque no habrá plata para pagarles o discutir el contrato colectivo y entonces dirán que todo es culpa del Gobierno. Y tú sabes, con las elecciones encima”.
A los días de haberla escuchado, leí el trabajo que el diputado Earle Herrera publicó el 12 de noviembre, titulado Fiscales en la vía, donde reseña que Isaías Rodríguez no despidió al usurpador que el 11 de abril de 2002 lo sustituyó al frente del Ministerio Público como parte del golpe de Estado, y que –también esa vez- “nuestro representante en la ONU siguió siendo Milos Alcalay”, el mismo atorrantemente que acusó al Comandante Hugo Chávez de violar los derechos humanos.
“No pertenezco al chavismo que ve escuálidos o infiltrados por todos lados, pero para ciertos cargos, hay que verlos”, escribió Earle.
También eso creo. Hasta en el Metro.