Hace 185 años se apagó la luz mortal de Simón Bolívar Palacios, y al unísono nació otra para la eternidad.
Ese hombre forjó en acero y dirigió un ejército multinacional con el cual rompió el imperio donde no se ponía el sol. Unió así su nombre a la existencia de nuestra América y grabó su impronta en la memoria del pueblo, a fin de que no olvidara de cuánto es capaz cuando hace falta batirse por una causa justa.
Y el pueblo prosiguió los combates. Se derrumbaron Colombia la grande y los sueños de justicia, los epígonos del coloniaje se apoderaron de tierras y medios de producción, dividieron para reinar, prolongaron la esclavitud, condujeron al Padre a las puertas del sepulcro, bastardearon la historia, se entregaron a nuevos amos imperiales y consolidaron una dictadura de clase expresada en gobiernos abiertamente terroristas, o formalmente democráticos, o terroristas disfrazados de democracias, casi todos apátridas y antipopulares. Al parecer se había arado en el mar...
Pero aquel hombre había legado una visión de futuro, una fuente de ideas de independencia, libertad, unión, igualdad y esfuerzo heroico para reabrir los caminos hacia la moral y las luces, la seguridad social, la estabilidad política y la felicidad posible.
Ese legado, creadoramente recogido por el comandante Chávez, constituye la base del espíritu revolucionario de hoy, apelando al cual es posible acometer las tareas ahora planteadas y bien puestas en claro.
Unidad, organización y conciencia, fusión de derecho y deber, confianza en los trabajadores y en el valor esencial del trabajo para hacer florecer la economía; mano firme para eliminar corrupción y burocratismo, desconcentrar responsabilidades, superar nepotismos, arrogancias y el reparto consumista reproductor de capitalismo; evidenciar el carácter alienador de este y profundizar la comprensión del socialismo como vía única de liberación.
¡Por Bolívar!