La estructura rentista del capitalismo venezolano no solo no ha podido ser superada por el chavismo, sino que más grave aún, las políticas públicas han sido modeladas por el pensamiento dominante que emerge de su base económica. Tanto la derecha como la izquierda venezolana siguen amarradas a la concepción del Estado creada desde el gomecismo, como un ente cuya función principal es el reparto de la renta petrolera. Izquierda y derecha venezolana coinciden en este rol, y se diferencian solo en decidir a quién se le entrega la renta. Así para la AD revolucionaria de los años 40 se trata de repartirla hacia la pequeña burguesía, los trabajadores y el campesinado. El Chavismo del siglo XXI hace lo mismo, mientras que los otros gobiernos cuartorrepublicanos se han inclinado con fruición, a favorecer al gran capital financiero y comercial, es decir a la burguesía parasitaria y lacaya.
El mecanismo actual de reparto de la renta, no se queda solo en satisfacer las urgentes necesidades de los venezolanos, sino que va más allá institucionalizando relaciones de dependencia económica entre el Estado y el pueblo y sus organizaciones (consejos comunales, sindicatos, organizaciones estudiantiles, empresas de producción social, entre otros), reduciendo su autonomía y construyendo relaciones parasitarias similares a las que mantiene con la burguesía. Es un caso en que el huésped crea al parásito.
La propia administración pública, incluyendo a las empresas públicas, existen en primer lugar como mecanismo de reparto de renta, a través de servicios, contratos y empleo, y sólo en segundo lugar para cumplir sus cometidos formales. Esto explica las debilidades inherentes de nuestro aparato público y lo infructuoso que resultan los muchos intentos de mejora a lo largo de los años: simplemente a nadie le interesa mejorarlos porque su razón de ser es como mecanismo de reparto, no de producción o distribución de bienes y servicios o de cumplimiento de funciones públicas.
Las relaciones de dependencia son un cuchillo para nuestras gargantas dado que las estructuras que deben ser el corazón del chavismo, están debilitadas desde sus cimientos por convertirse en extensiones de la administración pública para el reparto de recursos. De modo que al establecerse estas relaciones parasitarias entre organización popular y Estado, la primera no desarrolla las fortalezas propias que le permitan un ejercicio independiente del poder popular. Su accionar queda mediatizado y se van reduciendo a gestoras de recursos públicos. Esta situación ocurre a su vez en otras organizaciones, como el caso de los estudiantes, campesinos, obreros, empresas sociales, medios comunitarios (con honrosísimas excepciones) que son organizados para que hagan proyectos alimentados también por los recursos del Estado. Hacia donde miremos nos encontramos siempre la misma práctica, que va impidiendo un desarrollo autónomo del poder popular.
Detengámonos un momento a reflexionar sobre esto. La experiencia de las organizaciones populares fuertes en el mundo, muestra que los pilares de su fortaleza descansan en la capacidad para generar sus propios recursos. Jamás acuden a pedirle nada a nadie, a diferencia de otros movimientos que terminaron derechizados por cometer el error de aliarse con empresas, mafias (recuerden aquella película gringa Fist) o partidos. De la ética emerge una práctica social que termina a su vez reforzando la ética.
La explicación está en que las muchas luchas libradas templan a estas organizaciones y son capaces de convertir parte del trabajo voluntario en recursos permanentes. Si hubiesen elegido el camino fácil de que otros le hiciesen el trabajo o cuadrándose con un grupo de poder, su autonomía y con ellos su programa, habría desaparecido en un nudo de compromisos.
Lo mismo ocurre con las organizaciones en general, si estas son alimentadas desde afuera jamás madurarán, serán como un bebé gigante eternamente dependiente de quien provee los recursos. Lo único que desarrollará serán las propiedades del parásito, es decir tratar de controlar al huésped para que continúe haciendo cosas que lo beneficiarán. Eso es lo que hace la derecha venezolana tan virulenta en sus ataques como un bebé que hace berrinches sangrientos, porque no le dan todo lo que quiere, y lamentablemente es lo que comenzamos a hacer desde los sectores populares, y que se expresa en la frasecita "…es que el Gobierno a mí no me ha dado nada", dicho por la humilde señora en la cola del Bicentenario.
En conclusión la fortaleza, entendida como capacidad de las personas y las organizaciones para sobrevivir y prosperar surge asumiendo riesgos. El emprendimiento no es monopolio de la burguesía, sino una expresión intrínsecamente humana por aventurarse más allá de los límites conocidos para salir adelante, algo que hemos estado haciendo desde que nos organizamos e inventamos estrategias para cazar mastodontes.
Inyectarles recursos a todos los consejos comunales del país para que hagan sus proyectos, es una forma perversa de acabar con la organización popular y también lo es cuando mantenemos a las empresas públicas o de producción social a punta del presupuesto público. Jamás lograremos que puedan existir de manera autónoma, de modo que más pronto que tarde se convertirán en una pesada carga.
Esto nos coloca en la idea que parece que los socialistas venezolanos no queremos asumir nunca: las organizaciones, sean sociales o económicas corren el riesgo de fracasar. Así una empresa gestionada por trabajadores deben enfrentarse al hecho que son ellos y nadie más los responsables por el éxito. Por su parte, actuar de esta manera convoca a los mejores, espantando a los corruptos sindicaleros y los que esperan vivir de la ayuda oficial sin trabajar ni arriesgar (1). No deben existir ayudas económicas milagrosas desde el Estado, aunque sí de otro tipo. Y de seguro serán muchas las que fracasen porque la propia palabra "empresa" atañe un riesgo ineludible. Ahora bien volviendo a la idea de que una red o tejido es fuerte cuando los nodos son débiles, la lectura es que debemos aceptar estos fracasos de empresas y organizaciones populares como parte del proceso de mantener el conjunto sano y fuerte. Si nos ponemos a financiar empresas quebradas u organizaciones populares fallidas, lo haremos a costa de reducir recursos que deben ir al conjunto del sistema, por ejemplo en infraestructura, educación, salud o defensa.
Esto implica que no hay una vía escrita hacia el socialismo, sino mucho de ensayo y error que deberá ser resuelto sobre la marcha. Aunque hay ideas sobre cómo organizar a las nuevas empresas, será la práctica la que vaya seleccionando los caminos más adecuados.
Por otro lado surge la pregunta, que hacemos con los trabajadores de la empresa o el consejo comunal fallido. En el primer caso la lógica es recolocarlos en otras empresas o intentar construir una nueva, o una combinación de estas estrategias. Para eso debemos construir mecanismos que permitan hacerlo rápidamente. En el segundo caso la propia comunidad debe reconstruir su consejo comunal, dado el carácter territorial del mismo. Tal vez el asesoramiento por parte de otros consejos comunales exitosos pueda ser de ayuda. En todo caso hay que apelar a los propios recursos de la red antes que al avatar estatal. Se trata de ir construyendo capacidades sobre la base de la confianza y la solidaridad colectiva, de modo que conocimientos y recursos se generen, circulen y realimenten la totalidad del tejido en base a relaciones sanas, sin tener que reforzar los ineficaces controles desde arriba.
El resultado del lado económico, será la emergencia de cadenas transparentes de producción, distribución y consumo, organizadas de manera consciente por los propios trabajadores desde la base y en estructuras federativas desde lo local hasta lo internacional, sin intermediarios privados o gubernamentales, evitando así la pérdida o secuestro de capital en manos de especuladores o en sobornos a funcionarios públicos, policías o militares. Esto nos lleva en una dirección completamente opuesta a los típicos controles del Modo de Producción Asiático 2.0 y al desarrollo de la inteligencia de enjambres para resolver los problemas. En otras palabras tomamos la idea del mercado regulador de Adam Smith y la ponemos a trabajar en contra del capitalismo y de su precursor, el Modo de Producción Asiático 2.0.
En este punto tal vez estén pensando en ¿qué rol le queda al Estado en todo esto? Mucho. Y allí retomo la idea sobre los encadenamientos. Dada la debilidad actual de las organizaciones populares, el Estado puede invertir sus capacidades institucionales para crear condiciones que favorezcan el acercamiento entre productores y consumidores. El mapeo técnico al detalle de las cadenas es una tarea ineludible, identificando los cuellos de botellas, las bifurcaciones, los desvíos, retornos, esperas, costos de oportunidad y transacción y agentes participantes. Lo segundo es utilizar las tecnologías blandas y duras, así como su capacidad normativa para facilitarles a productores y consumidores el seguimiento y acceso a TODA la información de modo que puedan limpiar la cadena de parásitos. No se trata que el Estado supervise, sino que les facilite condiciones a los agentes para que estos ejerzan realmente la contraloría social sobre la economía.
Un ejemplo ilustrativo fue el conocimiento de la cadena de la gasolina que el Comandante Chávez ilustró durante el sabotaje petrolero y la respuesta espontánea de la gente al presentarse en los sitios medulares de la cadena. En esos días todos nos convertimos en expertos petroleros.
Si me concentro en el tema de la distribución es porque es el más sencillo de controlar socialmente para confrontar la guerra económica, por ser un país importador y porque las experiencias que se adquieran aquí servirán para pasar luego al tema del control social de la producción.
Por ejemplo, una que sería relativamente fácil de controlar, es la leche en polvo, dado que la importación es totalmente monopolizada por el Estado desde hace años desde Nueva Zelanda y sin embargo no sabemos realmente que pasa luego de llegar a puerto venezolano. Una simple contabilidad cruzada entre las facturas de compra, los registros de exportación de Nueva Zelanda y los de importación de los puertos venezolanos aseguraría que llegó lo que se importó, luego habría que continuar analizando que pasa después que sale de los muelles y hacia el futuro, producir nuestra leche y cesar la importación.
Por otra parte, hay otros aspectos importantes relacionados con el tema económico donde el Estado debe intervenir, como el sacarnos de la zona Euro-Dólar, contribuir a la creación de un nuevo sistema financiero internacional y a la integración con los demás países latinoamericanos y del Caribe y el resto del SUR del planeta; crear normas que faciliten la autoorganización popular; desmontar los mecanismos que favorecen la fuga de capitales; desarrollar nuevos esquemas tributarios; crear y mantener la infraestructura nacional; transformar el sistema educativo vinculándolo a las nuevas necesidades de desarrollo, entre muchas otras más.
Sé que estas ideas van a contracorriente del mainstream de lo que el chavismo ha venido pensando o haciendo, pero el momento que vivimos es tiempo de oportunidades para intentar nueva vías, que como toda cosa humana no tienen un éxito garantizado, pero al menos tienen la virtud de apuntar en la dirección correcta, de construir una nueva economía socialista sobre la base de cómo somos realmente y no sobre cómo creemos que somos.
(1)
Hace unos meses participé en las reuniones del plan para venderle taxis a precios accesibles a taxistas y asociaciones. Al final hubo una presentación de la Asociación Civil Taxi Patria de Aragua que se constituyeron en una empresa de producción social y con todo un plan muy bien pensado para mejorar el servicio. Contaban como cuando plantearon que los carros no serían propiedad privada, la gran mayoría desertó, pero se quedaron unos 112. Esos son los imprescindibles.