Nuestro presente nacional está signado por un conjunto de problemáticas y necesidades cuyos efectos sobre la ciudadanía mantiene crispado el estado de ánimo en las grandes mayorías. La dificultad de adquirir cómodamente bienes y servicio implica la ocupación de mucho tiempo en la consecución de lo requerido, así como la carestía de los mismos genera iracundia, porque cada expendedor fortuito le coloca a los productos el precio que mejor le parece su particular albedrío del momento. En fin, estamos imperativamente expuestos a ser víctimas de los nuevos mercachifles usureros denominados bachaqueros, esa abominación social que de la noche a la mañana se reprodujo exponencialmente para desgracia general de los venezolanos.
De tal realidad muchos augures pretenden calificar el momento como la peor crisis de la República y difundir la tesis del caos apocalíptico que, a su colérico juicio, ameritaría convertir en carne molida todo mortal identificado con el gobierno nacional de turno. Ese escenario toma mayor temperatura cuando el común de los habitantes se entera por medios de comunicación masivos, de las acciones corruptas cometidas por altos y medianos funcionarios públicos –civiles, policiales o militares- enriqueciéndose a costa del sufrimiento de los que deberían ser beneficiarios de las políticas públicas, es decir, el pueblo venezolano.
En ese ambiente de ignominia o corruptelas administrativas de unos cuantos, los interesados políticos inculpan a "tirios y troyanos", "Moros y Cristianos", "justos y pecadores", es decir, se le acreditan las vagabunderías de unos pocos a la totalidad de quienes nada tienen que ver en el o los asuntos. De tal manera que día a día, por eso del aforismo que dice: "una mentira repetida cien veces se convierte en verdad", el malestar se multiplica trasmutando en odio visceral cuyos arbitrios dictaminan la sentencia para los inocentes, quienes por cierto deberán cargar la culpa que a otros corresponde.
En consecuencia de todas estas realidades actuales los actores con aspiraciones de tomar espacios de gobierno, dedican mucho tiempo a sus disertaciones anodinas donde apuntalan la tesis interesada del gran caos, crisis aterradora y túnel sin salida. Nociones estas que por carecer de sensatez, reflexión y cordura, además de estar inducidas por el resentimiento y reconcomio, carecen de sustentación histórica aunque son expuestas con petulancia argumental y engreimiento ilustrado.
Al respecto, como yo tampoco puedo adjudicarme la propiedad y registro de la patente o licencia de las verdades exclusivas, me permito recomendar a opositores y oficialistas, a ricos y pobres, crédulos e incrédulos, blancos y negros, en fin a todos, la lectura de un modesto ensayo titulado: Mensaje Sin Destino, cuyo autor es Mario Briceño Iragorry, Trujillano, nacido el 15 de septiembre de 1897 y fallecido en Caracas, el 6 de junio de 1958, quien fue abogado, historiador, escritor, diplomático y político venezolano cuyos restos fueron llevados al Panteón Nacional el 6 de marzo de 1991. Ese trabajo fue escrito el 11 de Septiembre de 1950 (hace casi 66 años), publicado en varias ediciones y está disponible gratuitamente en Internet (http://www.saber.ula.ve/bitstream/123456789/30551/1/articulo14.pdf). En dicho ensayo dice algunas de estas cosas:
"(…) me duelo de que, por carencia de un recto y provechoso sentido histórico de la venezolanidad, hubiéramos preferentemente utilizado los recursos petroleros para satisfacer bajos instintos orgiásticos, antes que dedicarlos a asegurar la permanencia fecunda de lo venezolano, y ello después de haber olvidado ciertos compromisos con la nación para mirar sólo a la zona de los intereses personales." Esta cita es demostrativa que el problema de las consecuencias negativas de la renta petrolera no es nuevo y tampoco el peor momento. Más adelante puntualiza: "(…) Pongo énfasis al decir que nuestro empeño de olvidar y de improvisar ha sido la causa primordial de que el país no haya logrado la madurez que reclaman los pueblos para sentirse señores de sí mismos." Allí recalca una verdad que todavía tiene vigencia catedrática y es una reflexión que hemos repetido sin cesar, pero que muchos decisores embriagados de arrogancia nunca han querido escuchar.
Estas Dos citas forman parte del prólogo en la edición publicada en Septiembre de 1951, al adentrarse en el contenido encontrarán expresiones que parecieran referirse al presente de nuestro país, pero como este espacio no permite disertar una ponencia, dejo la recomendación hecha de su lectura y me atrevo a insistir en asegurar que nuestra situación actual es más una crisis de valores que una crisis económica, y por ello hago mías las palabras de Iragorry para invitar a la sensatez de los análisis y buscar el sendero de la tolerancia para resolver los asuntos que hoy nos agobian a todos, así diremos como él: "Entonces podrá hablarse de concordia y reconciliación cuando los venezolanos, sintiendo por suyos los méritos de los otros venezolanos, consagren a la exaltación de sus valores la energía que dedican, a la mutua destrucción, y cuando, sintiendo también por suyos los yerros del vecino, se adelanten, no a pregonarlos complacidos, sino a colaborar modestamente en la condigna enmienda.".