Y sigue la conspiración contra Bolívar auspiciada por el Congreso de Cúcuta(1/3)

A las 11 de la mañana del 3 de octubre de 1821 Simón Bolívar entra al salón de sesiones del Congreso de Cúcuta, la sacristía de la iglesia parroquial de Villa del Rosario de Cúcuta, iba acompañado por una comisión de diputados y su estado mayor general. Tomó asiento al lado del presidente del Congreso y puestos todos de pie, juró como Presidente de la naciente República de la Gran Colombia, conformada por Venezuela y Cundinamarca; nombre éste asignado a la Nueva Granada. Tras la posesión de Francisco de Paula Santander como Vicepresidente, fue leído el texto de la Constitución que le dio vida política a la República de Colombia. Luego otorgan la palabra al Libertador para que pronuncie su discurso de posesión y Simón Bolívar dice.

"Señor:

El juramento que acabo de prestar en calidad de Presidente de Colombia es para mí un pacto de conciencia que multiplica mis deberes de sumisión a la ley y a la Patria. Sólo un profundo respeto por la voluntad soberana me obligaría a someterme al formidable peso de la suprema magistratura. La gratitud que debo a los representantes del pueblo me impone además la agradable obligación de continuar mis servicios por defender, con mis bienes, con mi sangre y aun con mi honor, esta constitución que encierra los derechos de los pueblos humanos, ligados por la libertad, por el bien y por la gloria. La Constitución de Colombia será junto con la independencia el ara santa en la cual haré los sacrificios. Por ella marcharé a las extremidades de Colombia a romper las cadenas de los hijos del Ecuador y a convidarlos con Colombia, después de hacerlos libres. Señor, espero que me autoricéis para unir con los vínculos de la beneficencia a los pueblos que la naturaleza y el cielo nos han dado por hermanos. Completada esta obra de vuestra sabiduría y de mi celo, nada más que la paz nos puede faltar para dar a Colombia todo, dicha, reposo y gloria. Entonces, Señor, yo ruego ardientemente no os mostréis sordo al clamor de mi conciencia y de mi honor, que me piden a grandes gritos que no sea más que ciudadano. Yo siento la necesidad de dejar el primer puesto de la República al que el pueblo señale como el jefe de su corazón.

Yo soy el hijo de la guerra; el hombre al que los combates han elevado a la magistratura; la fortuna me ha sostenido en este rango y la victoria lo ha confirmado. Pero no son éstos los títulos consagrados por la justicia, por la dicha, y por la que algunas veces el cielo deja caer a la tierra para el castigo de los tiranos y escarmiento de los pueblos. Esta espada no puede servir de nada el día de la paz, y éste debe ser el último de mi poder porque así lo he jurado para mí, porque lo he prometido a Colombia, y porque no puede haber República donde el pueblo no está seguro del ejercicio de sus propias facultades. Un hombre como yo, es un ciudadano peligroso en un Gobierno popular; es una amenaza inmediata a la soberanía nacional. Yo quiero ser ciudadano, para ser libre y para que todos lo sean. Prefiero el título de ciudadano al de Libertador, porque éste emana de la guerra, aquél emana de las leyes. Cambiadme, Señor, todos mis dictados por el de buen ciudadano. Señor"

De ese Congreso dominado y alucinado por los congresistas pro Santander, especialmente por sus amigos íntimos Soto y Azuero no se podía esperar nada bueno para realzar la recién República de la Gran Colombia. Existe una carta de Bolívar a Santander, un documento severo contra algunos diputados que se arrogaban la representación popular, que entre otras cosas dice: "Estos señores congresistas piensan que la voluntad del pueblo es la opinión de ellos, sin saber que en Colombia el pueblo está en el ejército, porque ha conquistado el pueblo de mano de los tiranos, porque además es el pueblo que quiere, el pueblo que obra y el pueblo que puede. Todo lo demás es gente que vegeta, con más o menos malignidad, o con más o menos patriotismo: pero todos sin ningún derecho a ser otra cosa que ciudadanos pasivos... ¿No le parece a usted, mi querido Santander, que esos legisladores, más ignorantes que malos, y más presuntuosos que ambiciosos, nos van a conducir a la anarquía y después a la tiranía; y siempre a la ruina?"



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José M. Ameliach N.


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