Se repite todos los días que el Presidente tiene todo el poder. Si no escuchamos esto por la televisión, nos lo recuerda un amigo o un compañero de trabajo. Y para colmo, The Wall Street Journal acaba de comenzar una campaña que lo coloca como un emperador. Hasta ahora, afortunadamente, ninguno de mis allegados lo ha repetido, pero no canto victoria.
Pues bien, amigo, vamos a hacer una pequeña reflexión sobre esto. Pero antes le sugiero, que si está leyendo este artículo en su trabajo, cuide que su patrono no lo vea. Luego si quiere, a la hora del café, puede comentarlo con sus compañeros.
Amigo trabajador, nosotros siempre asociamos la palabra "poder" con algo que puede emplearse para dominar y explotar a otros. O sea, el poder en manos del mal. No lo sé, la sociedad nos acostumbró a eso. Sin embargo, es ahora, desde que comenzaron a cambiar las relaciones de fuerza en nuestra sociedad, cuando puedo percibir que “una cuota” de ese poder, fue conquistado por una parte importante de la sociedad para utilizarlo, conforme creo, a favor del bien.
Usted puede que se pregunte: Pero, ¿sólo una cuota?. Entonces ¿quién tiene el poder? Bueno. De modo breve, y sin ir muy lejos, vamos a recordar.
A principio de este siglo, en los Estados Unidos, se impusieron en las empresas dos métodos para explotar a los trabajadores, desarrollados por los señores Taylor y Ford. En estos métodos se requería "especializar" a los trabajadores y aumentar el control de los “tiempos y los movimientos” de la mano de obra. Esta práctica luego se extendería para el trabajo intelectual.
Con la especialización, el trabajador podía pasar mas tiempo en su puesto de trabajo. De modo que, con la eliminación de los “tiempos muertos”, el trabajador le producía más al empresario y lo ayudaba a enriquecerse más rápido. Ahora el empresario podía controlar los tiempos de trabajo y los volúmenes de producción de cada trabajador. Surge así el injusto concepto de “tiempo impuesto”.
Perfecto. El sistema individualista de explotación en masa resultó. Durante décadas, fue de mucho provecho para los empresarios. Pero en los años setenta, el modelo iniciado por Taylor y Ford entró en crisis y emergieron nuevas potencias económicas. Alemania y Japón le disputaron la supremacía a los Estados Unidos.
Así es la cosa, dijeron los del norte, esto no se queda así. Y más atrás le siguieron los empresarios venezolanos. Dijeron, tenemos que mejorar el método de explotación de nuestros empleados. Pero eso si, de una manera más sutil, para que no se den cuenta. Es aquí cuando intentan copiarse el “modelo” japonés. Éste se basa, más o menos, en el principio de "justo a tiempo".
Se impuso una disciplina de "inventarios cero", que contiene la idea de "empresa mínima". O sea, que trata de evitar los excesos tanto de personal como de equipo.
Pero no fue suficiente. Los empresarios, tenían que imponer otras estrategias como la del “control de calidad total”. Práctica que se encuentra relacionada directamente con el papel de la vigilancia y el control de los trabajadores. También, en otra oportunidad, engañaron a los trabajadores con la búsqueda de la “excelencia”. Ésta última, como expresión de una lógica social de la “competitividad”. ¡Qué palabritas!
Tampoco se conformaron. Querían concentrar más dinero. O sea, holgar el embudo arriba y asfixiarlo abajo. Y se les prendió el bombillo. Los empresarios encontraron una medida burlona, aún vigente, por lo menos hasta que se les ocurra otra técnica más injusta. Esto es, los empresarios le piden a los trabajadores comprometerse con las metas de productividad preestablecidas o no. Se les exige el cumplimiento de tareas bien o mal planificadas, sin considerar el horario de trabajo, y a cambio de nada. ¿Cómo? ¿Sin ningún dividendo para el trabajador? Como lo lee. Algo así como ser un socio que asume riesgos, pero que no recibe ganancias por ello.
Este nuevo método de explotación introducido por las corporaciones transnacionales en nuestro país, en el ámbito de la globalización, impone lamentablemente la “intensificación del ritmo de trabajo”, y un progresivo “aumento de la jornada laboral”, al punto que ya no se habla de explotación, sino de “superexplotación”.
En otras palabras, cada vez que los empresarios japoneses persuaden a sus trabajadores para producir más y con mejor calidad, usted también tiene que hacerlo, pero sin ser japonés. Al menos que usted se lo crea.
Hoy vemos como bajo el acoso y la amenaza del despido se intenta mejorar la productividad en cantidad y calidad. También vemos como cunde el “miedo” en las empresas. Los efectos del “miedo paralizante”, han aumentado la “insolidaridad” en el mundo laboral.
No en balde el Presidente ha dicho que la palabra “competitividad” no le gusta mucho. A mí tampoco. Sin embargo, también ha dicho que de cuando en cuando hay que usarla.
Por supuesto. Tenemos que entenderlo. Es una revolución pacífica. Por más que se hayan implantando empresas socialistas en el país, todavía vivimos bajo la lógica de un macrosistema nacional e internacional de economía capitalista explotadora. Y si requerimos intercambiar productos con otros, se debe trabajar con calidad comparativa, por ahora. Al menos que el Estado decida subsidiar a las empresas socialistas. Ustedes saben, las empresas socialistas están organizadas con una economía de equivalencias y no con una economía de mercado. No se preocupen. Vendrá el momento en que no tengamos que compararnos ni rivalizar más con nuestros compañeros.
Recordando nuevamente palabras del Presidente, en otra oportunidad, también lo escuché pedirle a los empresarios que le dieran un fin de semana largo cada mes a cada trabajador para mejorar nuestra salud mental. Porque, según el Comandante, el trabajador no puede ser esclavo del trabajo. Y una persona no puede vivir para trabajar y nada más . Porque, según sus propias palabras: “la vida es muy hermosa”.
Ahora, para dar término a este artículo, uno se pregunta, ¿escucharon los empresarios esta petición? ¿La siguieron? Usted lo sabe amigo. Entonces, ¿quién tiene el poder?
Ayer el Comandante lo dijo en Panamá, para responder a las palabras de Perón cuando dijo en su oportunidad, que el año 2000 nos encontraría unidos o dominados:
Bueno, dijo el Presidente, aquí estamos, desunidos y dominados.