La lucha fundamental del pueblo es contra

Cualquier forma de oligocracia

En las próximas líneas discutiré mi visión de lo que debe ser la orientación fundamental de la lucha revolucionaria que el pueblo debe protagonizar. Espero que la argumentación brindada sirva para reforzar las bases del nuevo proyecto social que el pueblo mundial está llamado a asumir. Asimismo busco en este artículo referirme a algunos comentarios que de manera deferente hiciera el camarada y amigo Juan Veroes acerca de mi línea de pensamiento en su artículo: "La salida", para algunos revolucionarios, no pasa por el marxismo" (APORREA 30/12/2015). Es bueno aclarar, antes de adentrarnos en la discusión, que lo que se plantea aquí no se refiere de manera precisa a mi querida Venezuela y que, por el contrario, los conceptos tienen un carácter mundial.

En el título utilizo la palabra poco usada "oligocracia" (poder de pocos) en lugar de la más común "oligarquía" (gobierno de pocos), porque entiendo que el poder trasciende al gobierno. Nótese que el antónimo fundamental de oligocracia es precisamente democracia: el poder de todos. Mi línea de pensamiento plantea que la contradicción fundamental de la sociedad no está, como planteaba Marx, en la explotación del hombre por el hombre; sino en la usurpación del poder popular absoluto con cualquier forma de oligocracia.

Por más que algunos, como mi amigo Veroes, califiquen mis ideas de "simpáticas" o de ingenuas, encuentro por el contrario que el planteamiento socialista tradicional tiene serias contradicciones y que algo malo debe tener que ha hecho que en más de 100 años de lucha anticapitalista no haya prevalecido. En mi criterio, el análisis marxista es bastante acertado en cuanto a la crítica al modelo capitalista y sus contradicciones. El problema es que no ha enfocado bien la estrategia para conseguir un proyecto social factible que nos conlleve a un modelo social orientado a la felicidad de todos los humanos.

La estrategia fundamental del socialismo tradicional es la de sustitución de hegemonías, o de oligocracias. El criterio es el de que la hegemonía burguesa hay que sustituirla por otra hegemonía, identificada ésta con lo que se denominan clases populares. Para ello, se han planteado dos sub-estrategias: la violenta y la pacífica. La violenta se implementa por la vía de la insurrección armada, en primera instancia, y de la dictadura del proletariado, en segunda instancia. Pienso que esta variante ha sido derrotada por la historia por razones que ya he expuesto en otros artículos.

La segunda sub-estrategia es la denominada revolución pacífica que, según los criterios de Marx y Lenin, es simplemente inviable. Para alcanzar una revolución pacífica se requiere convencer más que vencer y es necesario avanzar socialmente a través de un proceso largo y complejo sobre la base de las reglas de juego establecidas por la burguesía. Dentro de estas reglas destaca la del Estado formal con todos sus componentes llamados poderes: ejecutivo, judicial, legislativo, moral y electoral. Aparte de esto, la dinámica de las clases sociales en la medida que los procesos avanzan hace que el sueño socialista se convierta una y otra vez en frustración.

La historia de las últimas quince décadas es esencialmente un péndulo entre la izquierda y la derecha. Buscamos modelos superiores donde el humanismo prevalezca sobre los criterios voraces y crueles del capitalismo. Experimentamos entonces con procesos que buscan concentrar la atención sobre las necesidades humanas y establecer controles sobre el funcionamiento de la economía y sobre la implementación de considerados programas sociales. Para ello, conformamos aparatos estatales con un gran poder para determinar las políticas esenciales que marcan el devenir social. Surgen también las empresas estatales en aquellas áreas donde le resulte poco rentable al capital privado o donde se considere que el mercado está marcado por vicios especulativos. Todo eso parece muy bien.

Pero luego ocurre que las cosas se suelen torcer. Tanto poder en las pocas manos de la burocracia estatal genera un gran caldo de cultivo para distintas formas de corrupción. La adjudicación de los contratos para los programas sociales se hace más en términos de comisiones que de soluciones. Se establece un esquema de conchupancia entre estos funcionarios corruptos y una burguesía mucho más parasitaria que productiva. La rentabilidad para los empresarios privados no surge de la calidad y eficiencia productiva, sino del aprovechamiento que tengan de la manipulación de los controles y de su relación con los compinches. Asimismo, los beneficiarios de los programas sociales no son los que más necesitan.

Las empresas estatales tampoco tienen una orientación a la calidad y productividad. Lo que se busca con ellas tiene más una connotación política que productiva. ¿Para qué vamos a hacer un trabajo entre dos personas si lo podemos hacer entre cien? Llega a ser más importante ofrecer empleos que ofrecer productos o servicios. Asimismo ocurre que se pierden los controles sobre el patrimonio de la empresa y poco a poco las cosas van desapareciendo, hasta que las empresas dejan de tener su sentido social productivo.

Algo similar ocurre con las instituciones llamadas a prestar servicios sociales. La inversión que hace el Estado para la dotación de los centros asistenciales de salud, por mencionar un servicio muy crítico, desaparecen de manera escandalosa. Mientras en las clínicas vecinas pagan los ciudadanos por esos mismos insumos como si no se los hubiesen robado.

Es así como el péndulo de la historia regresa. Buscamos como pueblo mayores niveles de salud y moral social. Le echamos la culpa entonces a los controles ejercidos por el Estado y creemos entonces en los argumentos de los capitalistas liberales de que la economía debe dejarse al libre juego de la oferta y la demanda y que la participación controladora del Estado debe minimizarse.

Está visto en la historia de muchas naciones de que la tentación a la corrupción en los procesos pro-socialistas es muy alta y la razón de esto radica en la concentración de poder que se tiene en los hombres que asumen el control del Estado y de la sociedad. Para disminuir el riesgo a esta tentación, la única medida profiláctica está relacionada con una elevada moral de la población y con el impacto moral que el pueblo pueda ejercer sobre los funcionarios.

Pero la tentación al pecado de la corrupción no surge de modo espontáneo. Por el contrario, una de las maneras que encuentra el capitalismo para debilitar los procesos socialistas es envenenando de avaricia a los funcionarios corruptibles. Esa es precisamente una de sus más poderosas armas. Ya vemos cómo la tendencia reciente del imperio en relación con la acción contra-revolucionaria se centra en debilitar internamente la moral ciudadana en torno a la percepción de la calidad del modelo socialista y de la calidad moral de los funcionarios públicos y de los líderes de los procesos revolucionarios.

De manera tajante concluyo esta parte del análisis afirmando que será imposible superar la contradicción social de la explotación del hombre por el hombre y otras formas de injusticias mientras mantengamos el criterio de cambio de oligocracias y de luchas de clases.

Aparte de esta vulnerabilidad palpable de los procesos revolucionarios bajo la perspectiva de la lucha de clases, hay otras dos que es necesario ahondar y que están bastante relacionadas. Una se refiere al hecho de que la lucha de clases necesariamente divide la población en distintos sectores, la otra se refiere a la dificultad que tienen los individuos de identificarse como de determinada clase y tener la supuesta conciencia social que le corresponde.

El planteamiento que le parece ingenuo a mi amigo Juan es el de creer que sí es posible conformar un proyecto social revolucionario que no divida la población bajo ningún criterio y que, por el contrario, se proponga el control social de todos (democracia) sobre las intenciones de continuar con el control social de algunos (oligocracias). Sin embargo, muy distintas serían las posibilidades de éxito del pueblo (de todo el pueblo) si el mismo no se encuentra dividido y se propone como norte primario el control popular de la sociedad. Las divisiones de la población, aupadas por el enfoque marxista son también responsables de que no hayamos podido superar al capitalismo. Esto se corresponde al viejo adagio de divide y vencerás. Ya está bueno que sigamos como pueblo jugando el tonto papel de sometidos por la burguesía azul o por la burguesía roja, por la sociedad dominada por la economía o por la sociedad dominada por el Estado.

Aparte de lo inconveniente que representa dividir al pueblo en su auténtica lucha está el hecho de que la división del mismo no es clara para nada. ¿Dónde se encuentra la línea que divide a un burgués de un proletario? ¿Cuál es la clase que le corresponde al mecánico que me cobra por un día de trabajo lo que a mí como profesor universitario me corresponde en un mes? ¿Quién es el explotado, quien vende o quien compra la fuerza de trabajo? Ese personaje que llamamos en Venezuela bachaquero ¿es un explotador o un explotado?, ¿es víctima o victimario? Ese burgués, dueño de medios de producción que se aprovecha del trabajo de los obreros ¿es un camarada por "respaldar" al gobierno revolucionario? ¿Dónde esta la línea que divide a un "empresario patriota y solidario" de un "burgués apátrida y traidor"? ¿Son los empresarios chinos menos explotadores que los gringos? ¿Es revolucionario el burgués que vote por el gobierno revolucionario? ¿es burgués el obrero que vote por la oposición?

Más allá de esas contradicciones estáticas, se encuentran las que tienen que ver con los cambios de clase que se producen en la sociedad. Si el obrero con sus prestaciones sociales se convierte en próspero bodeguero, ¿cambia de clase social? ¿Cuando alguien cambia de clase social, debe cambiar su manera de pensar?

En este marco de discusión me parece cumbre y triste el papel que la teoría marxista le ha adjudicado a la clase media. Esta clase, la misma que ridiculiza Benedetti: " Clase media, medio rica, medio culta, entre lo que cree ser y lo que es, media una distancia medio grande..." es considerada un estorbo social para lo que la lucha revolucionaria refiere. En ese marco, ¿qué futuro tiene una sociedad donde la mayor parte de la población pertenece a la media? ¿Y qué preferimos, una sociedad donde todo converja a la media o dónde prevalezcan los extremos?

¡Basta! La lucha de clases nos estorba en las intenciones de buscar un mundo mejor. Nuestra verdadera lucha es por conquistar poder para todo el pueblo. Tenemos las armas necesarias para ello. Sólo falta que emprendamos el verdadero proyecto social revolucionario. Las revolucionarios necesitamos un cambio de paradigmas.

 

 



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Felipe Pachano Azuaje

Profesor de la Universidad de los Andes

 pachano@gmail.com

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