Desde que los chavistas llegaron a Miraflores, las periferias de Caracas se volvieron más excluyentes. En Chacao, ese antiguo pueblito que circundaban las haciendas de café asentadas en las faldas del Ávila, crecido luego de gente inmigrante y nuevos clase-media, se ancló la resistencia antirrevolucionaria con el más rebelde y violento antichavismo. En 2002 sus más locos habitantes se llenaban de orgullo con acciones de violencia racial; así, luego del frustrado golpe de estado y en plena efervescencia opositora con vigencia en la Plaza Altamira, algunas de esas mujeres infofrénicas de Chacao agredieron con golpes y patadas hasta provocarle desprendimiento de órganos y la posterior muerte a Elsa Morales, gloria del arte nacional, sólo porque su apariencia indígena y vestimenta étnica le hacía parecer chavista, es decir, como lo diría la primera dama de la Asamblea Nacional: "sucia, desarreglada y sin maquillaje".
Conocedores del poderío de contar con las más anchas autopistas junto a las callecitas mejor dominables del conurbio; dueños de riqueza comercial y señores de quien represente el pequeño gobierno municipal, los habitantes de Chacao son los marqueses del escualidismo: exactamente cuidan la frontera o "marca" con Caracas. El único problema al respecto, es que no tienen conciencia de esta visión tan europea que otros más listos han analizado y aprovechado muy bien. Baruta, con filones de más pequeña importancia en las áreas fronterizas del municipio, así como Sucre, por sus aportes tan "populares" en la composición demográfica de la población, y su lejanía relativa de la "marca" o frontera con Caracas, no tienen la misma importancia estratégica para la combatividad que bien aprovechó Leopoldo López en sus tiempos de Alcalde, aún sin mayor conciencia del componente estratégico territorial, para hostigar la paciencia de los ciudadanos vecinos de la capital histórica, cuna de la libertad suramericana.
La visión totalizadora del territorio venezolano a veces hace olvidar que existe la delimitación política y geográfica que hacen los municipios; y a estos niños de cercano nacimiento, junto a muchos habitantes nuevos y viejos de estos lugares, se les olvida que Caracas la constituyen parroquias en donde ellos no viven; olvidan que sus límites históricos existen y se mantienen, aún agregando algunas palmas más de terreno con aquello de "la Gran Caracas". Así como el Alcalde de Chacao no ejerce medida disciplinaria sobre los habitantes de su jurisdicción, los habitantes de Caracas ejercemos revolucionariamente el derecho de cercar el límite histórico de nuestra ciudad, con nuestra presencia en las calles que nos pertenecen. El sueño de Freddy Guevara, azote de vecindades ajenas, guapetón de curul, de atrapar pokemones con su celular en las parroquias caraqueñas, le costó que lo bajaran de la tarima a punta de gritos de quienes tenían iguales propósitos, mientras decía, lastimosamente, que "no había gente suficiente para lograr objetivos".
De no haber existido la capacidad de desmovilizar a los componentes violentos que ingresaron al territorio de Caracas en días próximos al 1S, la situación de caos se habría multiplicado en comparación con los hechos del año 2014. Si de verdad la movilización hubiera sido al menos cercana a la superación de las cien mil personas, tan sólo un 0,5% de esa participación habría incendiado las calles, ayudados por casi cien efectivos paramilitares detenidos en días previos, y armados por quienes suministrarían insumos de baja necesidad de entrenamiento, como los explosivos que traficaban algunos actores políticos de segunda línea. Habría sido indetenible la confrontación con la caballería ligera que representa el ejército de motorizados que inunda Caracas.
Esta no es una guerra convencional; requiere de toda la inteligencia social disponible, de toda la organización posible, de todos los elementos que obligan a la defensa de un pueblo pacífico, así como trabajar los elementos históricos contenidos en el sustrato cultural de los agresores.
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