La América Latina y Caribeña, Nuestra América, ha venido siendo objeto de los más feroces ataques conspiratorios dirigidos por el todavía poderoso imperio norteamericano. Venezuela ha sido siempre el bastión a reconquistar y llevan ya 17 años en el empeño sin que, hasta la fecha, lo hayan podido lograr. Es mucho pueblo el “bravo pueblo” venezolano que ha resistido los más encarnizados embates de la guerra de cuarta generación emprendida contra la Patria de Bolívar. Por fortuna la izquierda ganó las elecciones en el Ecuador, aunque aún falta el vigoroso esfuerzo de desestabilización programado por Washington para ese pequeño país hermano.
Es indudable que mucho del avance emancipador se inspiró, primero en la Cuba Soberana y resistente, pero tomó cuerpo continental con el acceso al gobierno de Venezuela de Hugo Rafael Chávez y el inicio del proceso de la Revolución Bolivariana, que tomó por sorpresa a una oligarquía satisfecha durmiendo en los laureles de su corrupción y viviendo de la explotación por extranjeros de su gran riqueza petrolera. Desde el momento mismo de la toma de posesión del cargo, el Presidente Chávez fue objeto de los más virulentos ataques, particularmente los mediáticos, con el objetivo de derrocarlo por la vía que fuese. En el 2002 se perpetró un golpe de estado, encabezado por el líder del sector empresarial, frustrado en 48 horas cuando el pueblo, junto con los militares leales, rescató a Chávez y lo regresó al palacio presidencial. Pero Chávez perdonó y no hubo uno solo de los delincuentes golpistas procesado o en la cárcel. A los pocos meses, los mismos que fueron perdonados emprendieron un paro patronal, con el cierre de las operaciones de Petróleos de Venezuela, como medida para asfixiar al régimen por la vía económica; entonces las cosas se vieron graves y sólo la solidaridad internacional encabezada por Lula Da Silva, pudo conjurar el atentado. Y Chávez nuevamente perdonó. Hoy habrá que medir si la actitud generosa y republicana es el mejor trato a una oligarquía sólo atenta a sus privilegios y nada más.
Son los entonces perdonados los que nunca han quitado el dedo en el renglón para derrocar al régimen de la Revolución Bolivariana. A la muerte de Chávez, ominoso revés de la historia, celebraron con fanfarrias y dieron por supuesto el retorno del viejo estado de la injusticia y redoblaron su afán golpista, apostando a que sin la figura de Hugo Chávez el camino se abría para sus intereses. Maduro, designado por el desaparecido líder como sucesor, ganó la presidencia en las elecciones inmediatas, pero con una oposición más fuerte y con toda la carne puesta en la guerra mediática y económica contra el régimen y sin que Maduro disponga de la misma capacidad política del Comandante Chávez.
La debacle se registró en las elecciones parlamentarias de 2015, en las que la oposición se hizo de la mayoría de la Asamblea Nacional y, sin mediar proceso alguno, se dispuso explícitamente a derrocar al presidente. En la elección se aplicó toda la parafernalia de mañas del manual de la CIA y en tres casos la autoridad electoral determinó la anulación de los comicios por comprobación fehaciente del fraude; no obstante la Asamblea les dio posesión a los falsos ganadores y los juramentó, en abierto y desafiante desacato a la autoridad del poder electoral y del Judicial que ordenó la reposición del proceso comicial en los respectivos distritos. Al incurrir en el desacato, las acciones de la Asamblea cayeron en condición de nulidad, creando un vacío para la correcta operación del sistema.
Ante la insistencia en el desacato, y como medida para destrabar el funcionamiento del estado, el Tribunal Superior de Justicia, en su Sala Constitucional, adoptó dos resoluciones que quitaron facultades a la Asamblea para ser ejercidas en conjunto por los poderes Judicial y Ejecutivo. Infortunadamente tales disposiciones, siendo en el fondo válidas, adolecieron del debido proceso para cubrir la forma. De ahí que la Fiscal General de la República, siendo una muy leal chavista, emitiera una opinión de inconstitucionalidad respecto de lo actuado por el Tribunal. El Presidente convocó al Consejo de Seguridad Nacional, máximo órgano de autoridad entre los poderes, y se acordó recomendar al Judicial la rectificación de los dispositivos, con lo que la falencia quedó enmendada.
Pero el caldo venezolano, alimentado de dentro y de fuera del país, aumentó su hervor, envalentonando a la oposición y, de manera cínica, la Organización de los Estados Americanos dispone la intervención en Venezuela al amparo de la llamada Carta Democrática, con el embajador de México liderando los actos deplorables, como testaferro de los intereses de los Estados Unidos, cuyo embajador ejerció todo tipo de chantajes para doblegar la voluntad del voto a favor del régimen venezolano.
Por lo visto el imperio está decidido a incendiar al sur de América. Argentina y Brasil son un hervidero, con serias amenazas de paros nacionales y con manifestaciones cotidianas en protesta por el restablecimiento de la crudeza de las medidas del modelo neoliberal. Tengan por cierto que el bravo pueblo venezolano no permitirá el golpe y la sangre va a correr; la intención es balcanizar a Venezuela y formar un país proyanqui con los estados petroleros. Ojalá me equivoque.