La guerra que no se cree, donde sólo los vivos ganan. ¡Dios nos salve de los inocentes!

En la oposición y en el lado del gobierno, si uno se atiene a lo que escucha, incluso lo que recibe como respuesta cuando sobre eso pregunta, pocos creen en la posibilidad de una guerra. Me refiero a la guerra formal esa que mata gente a montones, arruina a los arruinados y hace más ricos a los ricos. ¿La clave del éxito de estos? Se vende armas a los potenciales contrincantes, se les vuelve perros rabiosos, se chuca uno contra otro y se destruyen y destruyen. Luego a reconstruir, por lo cual, los dueños del espacio destruido con las armas compradas, pagarán a constructores, que reconstruirán lo destruido, los mismos vendedores de armas y chucadores, hasta el alma. Eso no extraña. La guerra es algo tan malo que casi nadie quiere. Hasta se puede decir que quien de eso quiere, es malvado, inocente o tiene lleno de cucarachas el meollo; no importa a quien apuesten. Y de esos poco abunda.

Las guerras llegan, las planifican en espacios donde la gente, la que la va a sufrir hasta el espanto, no tiene acceso. Quienes por ella hablan y deciden, sus hijos, hermanos, nietos, amigos se entrematen, gozan de su confianza. Les cree pacifistas y decididos que no permitirán guerra. Pero las guerras llegan, aunque la inmensa mayoría no las quiera, pues la deciden los pocos, esos que siempre estarán lejos de los espacios donde llega la metralla. En veces, hay quienes sirven a los promotores de guerras sin tener conciencia que ella pudiera llegar, por eso de un bando y otro se colocan en posiciones irreconciliables buscando que el otro ceda. Y cuando los soberbios chocan o entran en debate, generalmente terminan lanzándose cuanto tengan a mano y usando el lenguaje más procaz, hasta el de los puños y la guerra.

Por eso, pese todo el odio acumulado, que no es una apreciación subjetiva sino que se expresa por las redes, cuando se pregunta, ¿no temen por desatar esas furias al extremo y desatar una guerra?", responden sonriendo como quien interroga pecase de ingenuo. Suponen falsamente tener en sus manos el control de todo. Como el rábano agarrado por las hojas.

Los malvados que, repito, no son muchos, siempre juran tener las cartas marcadas en las manos, basta sobarles el lomo y descubrir una muesca, una sola, para jugarse el todo por el todo, porque en la próxima jugada arrasarán y limpiarán la mesa. Pueden venir millones de balas y bombas, ellos no estarán en su camino, en sitio donde estallen y ni siquiera hasta donde lleguen sus ondas explosivas. Las balas, bombas y hasta las armas químicas que siempre tienen y lanzan quienes dicen que otros si las tienen y lanzan, con anticipación le avisarán para que, aunque cierren los aeropuertos, puedan salir a tiempo; o hasta estando los aeropuertos cerrados, se habilitarán para lo mismo. Llegarán allá donde les esperan como sobrevivientes heroicos y con el pecho alzado para las condecoraciones. Mientras a los sobrevivientes del campo de batalla, que está donde vive la gente, les aplastan el hambre y todas las plagas que las guerras dejan.

Los inocentes, que no cargan culpa alguna, por algo son inocentes, no tienen tampoco pasaporte y menos santo y seña, por lo mismo, porque son inocentes, piensan que la guerra es selectiva. Las bombas, la metralla irán justo al sitio donde quienes las lancen quieren. De las personas como ellos que no se meten en vainas, "no se meten para no aparecer", todo el fuego y metralla y las bombas, perdonen las vuelva a nombrar, porque ellas me lo piden y con fuerza, saben bastante; las conocen, reconocen que "no se meten en vainas" y no las tocarán. Cuando mucho, pasarán por su lado, les pedirán permiso, hasta un saludo afectuoso saldrá de sus fauces encendidas y seguirán hasta donde hallen su objetivo; donde está o están aquellos que si "están metidos en vaina".

Los de las cucarachas en el meollo suelen encontrarse entre gente del gobierno. Parecen no haber aprendido nada de un reciente discurso de Julio Escalona, según el cual hay que evitar la guerra a todo trance "porque ellos siempre tendrán más armas que nosotros". Aunque, por ese cucarachero, que al cerebro tiene loco y hasta impide escuchar los truenos, muchos, estando en altas esferas del gobierno no creen que bombas y metralla pueden hacerse presente. Parecieran no conocer o mal percibir a quien los enfrenta y amenaza. Quizás por eso, hablan de poblar las montañas de soldados para hacer la guerra y como Mambrú, volver por la Pascua o navidad. El viejo discurso romántico y de la poesía épica que tanta confusión y daño, por la emoción misma, ha generado.

La gente simple, soñadora que, con el gobierno está y sus razones tiene, incluso ocupa cargos de poca relevancia, tampoco creen que aquí pueda haber una guerra. Porque son también inocentes. Saben lo horroroso, hasta irracional de la guerra que destruye y juzgan a todos tal como ellos son.

Pero la guerra es un negocio y una manera de ganar el tiempo. Como Penélope, la esposa de Odiseo en "La Odisea" de Homero, que tejía y destejía, habiendo prometido casarse al terminar el tejido, sólo por esperar que su esposo, a quien creían muerto, regresase.

Quienes en fin de cuentas promueven las guerras, las hacen, construyen las armas y las venden hasta a quienes atacan, usando vericuetos que todo negocio malo e innoble usa. Lo que destruyen sus armas serán reconstruidos por ellos mismos y de esa manera, cobrarán y se darán el vuelto. Días atrás, el armamento fabricado por los gringos, disparado por ellos mismos, destruyó costosas instalaciones que antes habían construido y ocupadas por unos tipos a quienes allí metieron, pero según sus agentes informativos se les voltearon. Volverán a venderle armas a quienes estas lanzaron para reponer lo gastado y construirán lo destruido a cargo del erario nacional gringo y el del país donde esas bombas mortíferas cayeron.

Porque la guerra es un negocio y "ellos siempre tendrán más armas que nosotros".

Se dice que "guerra avisada no mata soldado", por aquello de si declaras la guerra o te la declaran, no habrá ataque sorpresivo.

Pero esa es una forma de decir, pues la guerra declarada deja más muertos todavía. Es más, cuando la guerra se desata habiendo sido declarada, será abundante en sorpresas. La guerra de Vietnam, por mencionar alguna, estuvo llena de sorpresas, unas tras otras. Es decir, no hubo una sorpresa como la Pearl Harbor, sino miles.

La guerra, como la veas es mala. Porque lo es para quienes no tienen como evadirla o poner kilómetros de distancia entre el teatro de operaciones y el espacio donde se hallan con su familia. Declarar la guerra, iniciarla por sorpresa o permitir que te la hagan en tu espacio es una pérdida. El atacante de fuera, si lo hubiese, utiliza mercenarios o poca gente, para eso dispone de armamento de largo alcance, para que masacre la multitud de adentro. Si los agredidos llegasen a "ganar la guerra", expulsando a los invasores o anulando los ataques lejanos, quedaría en el esterero, lamentando su "triunfo" después de los infundados gritos de alegría. Si la guerra toma el carácter de civil, unos, los de adentro, contra los otros también de adentro, con el público afuera en las barreras o bordes del círculo de la gallera, "chucando" los combatientes, que hermanos son, como si fuesen perros bravos para que se descuarticen unos a otros y destruyan cuanto sea menester. Al final, ¿quién gana? En ella muere mi hermano, mi amigo, compadre, alumno, maestro, médico, paciente, el obrero que empapado de sudor, por el rigor del trabajo y la larga caminata, pasaba frente a mi casa todas las tardes. Mi ciudad, tu ciudad, la de todos, la del soldado improvisado de allá y acá, quedó en la ruina. Las escuelas, hospitales, etc., todo quedó destruido y pasarán años para reconstruir aquello. Como un destejer lo tejido, sin esperar por nada.

Los ganadores tendrán la obligación, como en España, que restablecer su amistad con aquel compadre contra quien combatió, curar las heridas suyas y ayudar a curar las de todos para volver a la paz necesaria. Pero habrá conservar los lutos y dolores, empeñar al país, a quienes observaban con interés alrededor de la gallera en espera de un final anunciado, para reconstruir lo nuestro que destruimos.

Pensar que nos fuimos a la guerra porque unos decían que todo estaba mal y otros, habiendo tantos males, juraban que todo estaba bien. Al final de la guerra, cuando callen las bombas, bocas de los fusiles y sirenas de alarma, combatientes de lado y lado se percataron que todo lo que era suyo estaba destruido, tanto como ellos mismos. Luego vendrán los únicos ganadores a reconstruir lo destruido, con sus préstamos a intereses onerosos y condiciones humillantes.

En ese instante, uno y otro, hasta quien se declaró vencedor y por supuesto el vencido, se percatarán que ahora si es verdad que estamos mal.

La guerra sólo la quieren los malvados y los inocentes. ¡Dios nos salve de los inocentes!



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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

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