La Pared del Educador. Dedicado a Carlos Escarrá

Pensamiento Empresarial vs. Pueblo

Dedicado a Carlos Escarrá

Durante un foro de este martes, 25 de febrero, tuve la oportunidad de volver a ver en persona al Doctor Carlos Escarrá. De esa mirada de niño malo que tiene, sentí que de alguna manera surgía el resarcimiento de ciertos malos ratos que pasé en la Universidad Católica cuando era estudiante del pregrado en Educación. No puedo comparar, por su puesto, a Carlos Escarrá cercado por un rector dueño de una corte de pseudointelectuales, con los avatares de una humilde estudiante (que bastante que rogó todos los años para que prorrogaran los pagos de matrícula y mensualidad; y agradezco - y agradeceré siempre - que el Padre Aguirre haya firmado cada vez el papel que hacía posible el futuro). Sin embargo, de la Universidad Católica tengo un aprendizaje que sería imposible haberlo adquirido en otros lugares: la síntesis de cultura moderna en la que se inscribe buena parte de nuestra sociedad.

En una ocasión formé filas en uno de esos cursos de “Liderazgo”, “visión compartida”, “oratoria”, y demás yerbas, que había en el ambiente académico. Poco transcurrió hasta que el gusano de la conciencia comenzó a atormentarme: ¿por qué razón tenía cierto sabor amargo en la boca cuando había un receso de cada uno de estos cursos? Ni siquiera es culpa de la UCAB que yo asistiera a estos talleres, pero el ambiente, eso sí, era el ideal para que se reprodujera hasta el cansancio esa síntesis de cultura moderna en la que la Universidad está inscrita… Liderazgo…Liderazgo… ¡Ah!, ¡hasta que entendí! Y eso fue algún tiempo después, cuando alguien me preguntó si los líderes nacían o se hacían.

En la Universidad Católica y en muchas partes (más de las que yo quisiera), se forma a las personas para manipular a los demás. ¿Qué son, sino títulos de manipuladores, esos diplomas de los cursos de liderazgo, oratoria y visión compartida? Es más o menos, graduarse para hacer que otras personas vean lo que yo quiero que vean para allanar el camino, convencerlos de seguirme a través de una tecnología llamada LIDERAZGO, y entonces hacerles ver que lo que están haciendo es chévere y, ¡viva la compañía! ¿Qué tiene que ver esto con Escarrá, con Venezuela y conmigo? De todo, igual que contigo, con EEUU y con cualquier persona. Vivimos en un mundo moderno y por lo tanto somos partícipes o víctimas, según sea el caso, de su dinámica.

Estando a mediados de carrera, llegó el flamante profesor de un curso denominado “Seminario de formación docente”. El primer día nos pintó la maravilla de poder ser un profesional egresado de la UCAB, lo cual me pareció muy bien; total, en un mundo de desigualdades, uno escapa del destino negro si está bien situado. Nos mandó a comprar un libro que era un compendio de los artículos periodísticos de Luis Ugalde, y a partir de entonces el tal libro se convirtió en la Biblia del Seminario. Cada clase era una apología del rector, y aunque uno no estuviera de pleno acuerdo con el jefe, bueno, había que remitirse al artículo uno del canon laboral: jefe es jefe. No había transcurrido mucho desde el inicio del “Seminario” cuando me levanté, al finalizar una de las apoloclases, y le pregunté al profesor (que era, o es, una de esas célebres figuras del yupismo en decadencia), “profesor, ¿esto es un Seminario, o un seminario acerca del pensamiento de Luis Ugalde? Bueno, hasta ahí llegó mi buen camino. El tipo me miró ofendido, se infló desde su supuesta “buenura” (porque decían dizque estaba bueno), y dio inicio a un conjunto de frases que, unidas, tenían más significado del que él mismo podía darle. Entre otras cosas, había frases como, “yo soy aquí el líder”; “yo oigo, pero quien toma las decisiones soy yo”; “no pienso ceder ni un milímetro mi papel, porque quien determina qué es lo que se sigue en este seminario soy yo”… Después se encargo de dejar bien en claro que “una buena amiga suya” le había dicho tal cosa, pero él había respondido tal otra. Muy bien, todos me miraron y hablaron con voces bajas. Mis compañeros, esos que seguro andan por ahí luchando por la libertad, no se atrevieron nunca a preguntar cosas como, “¿qué hay de la participación?”, “¿qué hay de las decisiones democráticas?” De lo primero, ya el profesor se encargó: las personas manifiestan su parecer, pero es el líder el que toma las decisiones; de lo segundo, bueno, ¿acaso no participan con su opinión?

En este sistema de vida, las opiniones flotantes y posibles son las que constituyen la idea de democracia. Es decir, si usted estudia en la Católica y el profesor es un “líder” (que no es tal, sino un tipo que posee la tecnología del liderazgo), entonces vale su opinión si desde ella el líder tiene suficiente argumento para tomar decisiones. Es decir, el fundamento de la democracia viene siendo una opinión, que al mismo tiempo es válida si se puede nutrir la argumentación de una decisión en la que nadie interviene. Es decir, pues, que la democracia tiene como fundamento una participación cercenada o, al menos, desmerecida.

Otro tanto acontece en el intento que desde hace mucho tiempo se ha hecho por desnaturalizar nuestra vida cotidiana, válida y legítima per se, y hacer de ella, nuestra sociedad, una sociedad mercantil que debe situarse en el mercado. Por lo tanto, hay que hacer ver que las personas tienen que tener una “visión”, y por lo tanto una “misión”; como no todos podemos ver lo mismo, entonces se requiere un “liderazgo” que haga posible la “visión compartida”, y lograr con todo esto la “excelencia”.

Si nuestra sociedad fuera tan simple, globovisión habría logrado esa “visión compartida”, pero ni la tecnología de las musiquitas de carajitos, tipo cantante dulzón, pudieron lograr esa “visión compartida”. Y no fue posible por varias cosas:

Una, la mentalidad moderna que conoce y comparte valores de empresa moderna no somos todos. Incluso, la institución pública que se ha asimilado a la empresa del mundo moderno, entendido este mundo como una episteme con una trama de vida y visión empresarial, no puede arrastrarse tras las demás con un número enorme de personas del pueblo que tienen valores y visiones diferentes a ese mundo empresarial. Existen tecnologías para construir visiones compartidas. Cualquier gerente con “liderazgo” (entendiendo aquí el LIDERAZGO como tecnología), puede lograr que un conjunto de personas, por muy grande que sea, logren compartir una visión. Sin embargo las visiones en el pueblo tienen distinta naturaleza, y no necesariamente son de orden empresarial. En el mundo empresarial vale reunir a las personas, ponerles música, hacer que caigan en tales emociones (porque hay gente que le encanta que la manipulen), y creer a ciencia cierta que aquella visión es la real, porque, aparte de todo esto, existe un punto dos:

Dos, las personas suelen desdoblarse en estos cursos masivos: se individualiza el sentimiento personal, pero se conserva la fuerza del colectivo. Entonces, lo que tenemos de egocéntricos, cobra fuerza con el colectivo: la realidad es la que yo veo, y saldré adelante a luchar por la libertad de este país con la ayuda de todos… y toda la paja que le metan en los cerebros.

Tres, el pensamiento “viejito”. Sí, de los viejitos (los que tienen mayor edad). Al final, buena parte de la visión de la sociedad no es la de los jóvenes, sino la de los viejos: cuántos jóvenes hay que hacen y piensan igual que padres y abuelos. Eso no es nada extraño. Es una forma de prolongar el tipo de sociedad que tenemos.

Cuatro, el pensamiento joven, que es dependiente en buena parte. El más caprichoso es justamente el más sometido. Ante esto puedo dar ejemplos contundentes, como es el caso de los muchachos y muchachas de las Universidades, que no hacen sino ser células dependientes de profesores que imponen un pensamiento y una acción. Entre los casos más patéticos de pensamiento dependiente es el de las niñas de colegios de monjas (que los conozco bien, porque fui profesora en uno de los más ilustres). Las niñas salen a luchar por la libertad en las autopistas, pero son incapaces de doblegar el carácter eminentemente autoritario de estos colegios. Pareciera que el concepto de libertad no tiene como base el poder opinar, expresarse, ser tomado en cuenta y consideración, o, al menos, que tenga que ver con la lucha contra el autoritarismo. Este pensamiento joven se parece mucho al efecto “Backstreet boys”: las niñas gritan, lloran, los desean, los llaman, los quieren agarrar masivamente,… tienen permiso para ir con las amigas a gritar por ellos en conciertos, pero está penalizado el tener experiencias sexuales de carácter individual. Como la sexualidad está penalizada, entonces se exalta tremendamente la acción colectiva; así, la sexualidad puede desatarse sin ser tan vergonzosa.

Existen muchas más razones para no tener esa “visión compartida”. Pienso escribir mucho sobre eso. Nos han tomado subrepticiamente, con el lazo más sabroso del mundo: la empresa. Todas las instituciones se volvieron una empresa, los estudiantes estudian liderazgo, oratoria y visión compartida; los planificadores copiaron planes estratégicos de sobrevivencia en el mercado,… y tenemos un pueblo viviendo a espaldas de esta cultura del mundo moderno, y no por ello es menos contemporáneo. Nos han tutelado hasta la saciedad haciendo que nos encuadremos en un tipo de organización de tipo empresarial… Pero, caigo en cuenta de una cosa, ¿será cierto, entonces, que, simplemente, para otros somos sólo una empresa?

Próximo capítulo: el enterprise.


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Carolina Villegas

Investigadora. Especialista en educación universitaria

 saracolinavilleg@gmail.com

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