Una poesía para Daniela

Daniela, ¡hija mía! en este día de tu cumpleaños, quiero decirte que el palpitar de la vida siempre tiene que ser vibrante, lleno de energía y de rayos resplandecientes y refrescantes que iluminen el camino infinito de las rutas marcadas por el destino que, inevitablemente, debemos recorrer. En ese largo caminar, jamás debemos detenernos ante los obstáculos y las borrascas, sino que debemos luchar todos los días y todos los segundos de manera clara y firme para lograr las metas y objetivos que nos hemos propuesto. Ese es el reto que tenemos que alcanzar y en el buen sentido de la intención abrir la imaginación para aprovechar hasta la más peregrina de las circunstancias y así lograr todos los sueños que vamos visualizando en el respirar de los amaneceres, llenos de rocío y de esperanza.

Recuerda hija mía, que somos dueños de nuestro destino, responsables de nuestra conducta y de la vida, pero también debemos estar comprometidos para transitar por los territorios fértiles de la amistad y la solidaridad, que son como un bálsamo refrescante que nos alegra el alma, llenándola de significados eternamente creativos, que constituyen la forma más elevada de la libertad espiritual. Eso es lo que quiero decirte, que la verdadera meta de la vida es el logro espiritual.

Daniela, cada mañana debemos despertar con lo mejor de nuestros sentimientos para darle gracias a Dios por la vida y por darnos la fuerza y la fortaleza necesaria para realizar hasta lo imposible en cada tarea que nos impongan los horizontes del tiempo, ese que es como una sucesión de instantes, donde fluyen los acontecimientos de la experiencia. Vamos pues, a consagrar la vida para lograr escalar todas las cumbres y llegar finalmente al valle esplendoroso de las metas cumplidas. Recuerda siempre que la mayor felicidad es la búsqueda inteligente de objetivos valiosos y que hay que abrir los ojos de la mente para no sentir el cansancio en ese largo recorrido que falta por andar.

Hay que mirar siempre hacia adelante, pisando firme en cada zancada y que nuestras huellas sirvan de surco para sembrar las semillas de la verdad y la rectitud. Que nuestro legado sea de ejemplo para la familia y para todos aquellos que vienen detrás de nosotros y más que ejemplos, seamos motivos de inspiración para seguir por las sendas infinitas del agua cristalina.

Como diría el poeta, ya son veintiuna primaveras, con sus lunas, sus amaneceres y su sol brillante en cada mañana. Jamás olvidaré aquella mañana del 24 de junio de 1996 cuando naciste. Había expectativa y silencio por tu llegada… luego se escucharon tus primeros llantos y con ello la alegría en el corazón de todos, de tu madre y de tu padre. Luego vinieron tus primeros pasos, tus primeras palabras y, por supuesto, tus primeras rabietas. Así fuiste creciendo, con amor, disciplina y comprensión, que fueron moldeando una personalidad espiritualmente maravillosa. Pronto serás una excelente odontóloga, así que no desmayes ni un instante en esa perspectiva que se proyecta como los rayos del diamante. Daniela, por eso y por muchas cosas, hoy tu madre y tu padre te volvemos a decir lo mucho que te amamos y nos sentimos orgullosos de ti. Otra vez vuelvo a decir que yo tengo un árbol, sembré un libro y escribí una hija. ¡Feliz Cumpleaños, Daniela, que Dios te bendiga!



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Eduardo Marapacuto


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