Relanzar la democracia interna en las organizaciones políticas de izquierda: un camino para crecer, nuevos retos y desafíos
Introducción
Este trabajo presenta una problematización sobre las dificultades que confronta la democracia interna en las organizaciones políticas, con especial atención a las de izquierda, un punto que es objeto de "olvido" por parte de las direcciones políticas. Inicialmente, se incluye una reflexión del tema en el marco de la sociología política clásica, a partir de Max Weber y de Robert Michels, para luego referirnos a la situación actual del problema. Posteriormente se aborda la cuestión de los retos que encaran los partidos de izquierda frente a los movimientos sociales, una vinculación sujeta a múltiples desafíos. También se hace alusión al problema del "burocratismo" en los partidos (y el Estado), tal como lo ha asumido un sector importante de la izquierda histórica. Al final se exponen las conclusiones, que retoman de manera crítica y envolvente los diversos aspectos desarrollados, a la vez que se presentan algunas consideraciones generales, que pueden contribuir a animar el debate y vislumbrar posibles alternativas.
1.Max Weber y la jaula de hierro
Cuando muere Karl Marx (en 1883), Max Weber (1864-1920), que se convertiría en uno de los sociólogos más importantes del siglo XX, tenía 19 años de edad. Entre uno y otro se observan coincidencias en cuanto a intereses intelectuales, en particular, el estudio del capitalismo, aunque lo abordaron desde perspectivas muy diferentes. Marx era, a la vez que un investigador, un crítico implacable de sus contradicciones internas y de su impacto sobre los trabajadores, al tiempo que sostenía una posición optimista sobre la posibilidad de una revolución social. Para Weber, un nacionalista alemán de ideas conservadoras, por el contrario, el capitalismo representa la máxima expresión de la racionalización (o secularización) del mundo moderno, uno de cuyos factores constitutivos fundamentales (junto a otros como la aplicación de la ciencia y la tecnología a la producción y a la vida social en general), es el fenómeno burocrático.
Para Weber, "Burocracia" no es una mala palabra, sino la expresión de una forma –superior- de organización, tanto para la administración de los asuntos públicos como de los emprendimientos de los particulares; lo que abarca a sectores tan diversos como el aparato del estado, las empresas, los hospitales, y también los partidos políticos y los sindicatos. En esas instancias (a las que podrían agregarse todas las formas de vida institucional), la Burocracia es inevitable. En tal sentido, a los efectos de consecución de los fines que esas organizaciones se plantean, se requiere la existencia de un cuerpo administrativo especializado constituido por empleados o funcionarios a dedicación exclusiva, cuyo servicio consiste en la realización de tareas prestablecidas, de manera estricta y regular, ejercicio que se hace en base a una contraprestación en dinero equivalente a un salario como única forma de retribución, bajo jerarquías claras de mando, supervisión y control, con una separación nítida entre el cargo y los instrumentos de trabajo, una formación profesional idónea para el cumplimiento de las funciones y mecanismos de promoción ajustados a la evaluación del desempeño.
Si bien los funcionarios, individualmente considerados, no tienen otra discrecionalidad que la que el cargo autoriza, la Burocracia (en su conjunto), es una máquina anónima imprescindible, de indiscutible peso en la dirección de la sociedad. Burocracia (en sentido literal, el poder de las oficinas), es la expresión del gobierno de todos los días. Sin la Burocracia (que Weber describe típico-idealmente), es imposible el gobierno de los hombres de Estado, de los empresarios, o aun de los dirigentes de las organizaciones políticas o sociales (si bien no todas esas instancias cumplen, de la misma manera, con los rasgos señalados). Ninguno de esos actores podría alcanzar sus objetivos externos sino dispone de un destacamento de esos empleados de cuello blanco que se desempeñan como asalariados indirectos de la producción de bienes y servicios de todo orden. Para Weber, la sociedad moderna es una sociedad de organizaciones, a las que se pertenece, de las que se entra y sale sin cesar, y bajo cuya influencia permanente nos encontramos.
Max Weber describía así lo que para él constituía una tendencia inexorable, componente de la modernidad que se introduce con el capitalismo; sim embargo, personalmente, se sentía apesadumbrado ante la omnipresencia y rigidez del proceso de burocratización y de la manera en que encausa nuestras vidas, un factor apenas atenuado por el papel del mercado y de la competencia de la economía capitalista, el rol emprendedor de los hombres de empresa y por el papel que las grandes figuras desempeñan en la política, que sostienen con su carisma el fervor de las masas. Acuñó una metáfora, la "jaula de hierro", para referirse a ese clima de eficiencia gris propia de la Burocracia. En sus escritos se pueden leer pensamientos como los siguientes:
"Esa presión por la burocratización… es desesperada. Estamos en medio de un desarrollo del cual el mundo no llegará a conocer nada más allá que individuos sistematizados. El problema central por tanto no es cómo podemos ir más allá y acelerar este proceso sino más bien cómo nos podemos parar ante ese maquinaria para mantener una humanidad entera en medio de esa parcelación del alma y de la supremacía de la vida burocrática"[i].
Así como también:
"(La razón técnica), junto con la máquina sin vida( la organización burocrática) está realizando la labor de construir la morada de la esclavitud del futuro en la cual quizá un día han de verse los hombres-como los felagas en el estado egipcio antiguo- obligados a someterse, impotentes a la opresión, cuando una administración puramente técnica y buena, es decir, racional, una administración y provisión de funcionarios llegue a ser para ellos el último y único valor, el valor que debe decidir sobre el tipo de solución que debe darse a sus asuntos"[ii] .
En lo que corresponde a la promesa del socialismo, que planteaba (desde finales del siglo XIX, con la constitución de las primeras organizaciones políticas bajo influencia marxista), la posibilidad de alcanzar una sociedad basada en el autogobierno de masas, Max Weber expresa claramente su escepticismo. Para él, lo que sucedería con el socialismo sería algo peor: pasaría a ser una variante del proceso de burocratización, agravada por el hecho de que el socialismo consistiría en la planificación de la economía y la centralización del poder. La dictadura del proletariado, en realidad, señala Weber, se traduciría en una dictadura de la Burocracia elevada a su máximo nivel.
2.Robert Michels: el dominio de la oligarquía en el moderno partido de masas
Otro sociólogo, Robert Michels (1876-1936), contemporáneo de Max Weber, se dedicará a estudiar el papel de la burocracia moderna en la constitución y-sobre todo- la dirección de las organizaciones políticas. Toma como objeto de estudio al partido de la socialdemocracia alemana y publica, en 1911, los resultados de su investigación. La socialdemocracia alemana asumía en ese entonces al marxismo como referencia intelectual y política. Era el predecesor del gran partido de masas moderno, una poderosa organización política que desde comienzos del siglo XX había tenido un crecimiento explosivo, tanto en militancia como en votos y fuerza parlamentaria. Era el partido de Kautsky, Berstein y Rosa Luxemburgo.
Michels, aunque no era marxista, a diferencia de Weber tenía un reconocimiento por la obra intelectual de Marx mucho mayor, pero consideraba que, no obstante su carácter científico, su propuesta política era utópica e irrealizable. ¿Cómo se dirigía desde dentro ese gran partido? Era la pregunta que animaba su interés teórico. ¿Podía contar con una organización democrática un partido que, sólo en Berlín, tenía 90.000 militantes? ¿Habría coherencia entre la teoría y la práctica en cuanto a la conducción del partido se refiere?
Weber había hablado de la "Burocracia" pero Michels, al analizar el caso del partido político, va a preferir el término "oligarquía", una forma de aludir a un grupo cerrado que controla la organización. Las conclusiones, sin embargo, serán similares. Esto es lo que, en síntesis, sostiene Michels[iii]:
- Existen tendencias oligárquicas inherentes a todo tipo de organización social que lucha por alcanzar fines definidos
- La democracia requiere organización ("estructura") y esta degenera de forma inevitable en el predominio de unos pocos
- El gran número de miembros del partido de masas representa el primer escollo que impide el funcionamiento democrático: se torna imposible que todos los miembros participen directamente en la administración de los asuntos comunes, la elaboración y control de las orientaciones políticas
- El mecanismo de representación no soluciona el problema porque los representantes cristalizan en un grupo corporativo autónomo
- La transformación(o involución democrática) no sólo se ve afectada por el número creciente de afiliados sino también por la complejidad que pasa a tener la vida interna: una amplia división del trabajo surge a medida que aumenta la importancia o significación que el partido adquiere en la vida social e institucional del país, lo cual le exige nuevas y variadas responsabilidades. La delegación de autoridad se institucionaliza y se torna permanente
- Al comienzo, dice Michels, lo que hay es un vínculo de coordinación, sin jerarquías estrictas o visibles; en esta etapa inicial, si hay algo parecido a un jefe, se corresponde más bien con un militante que se encuentran al servicio de los demás. Las responsabilidades se pueden rotar y prevalece un ambiente de camaradería; el contacto cara a cara es frecuente y enriquecedor. Sin embargo, en la fase de ampliación numérica y diversificación compleja, un esquema de esa naturaleza se vuelve inaplicable
- El ejercicio de cada responsabilidad, al evolucionar la organización, exige más conocimiento y experticia
- Algunos de los cargos dirigentes son desempeñados por funcionarios del partido, que reciben una remuneración(usualmente modesta) para que puedan dedicarse a tiempo completo a la organización
- El proceso se alimenta a sí mismo, las jerarquías se tornan rígidas
- Los expertos se apartan de la masa de militantes, concentran en sus manos decisiones y prerrogativas relativas a las responsabilidades obtenidas y las competencias desarrolladas en el curso del tiempo; algunas veces esto puede traducirse en consideraciones especiales a la persona, no solamente al cargo
- Se producen cambios subjetivos entre los militantes: la base percibe, o cree, que los dirigentes son personas excepcionales dotadas de rasgos carismáticos (es decir, intrínsecos a un sujeto), por lo que pasan a ser considerados indispensables. En cuanto a la dirigencia media, se instala una tensión permanente por ascender en la estructura a las posiciones superiores, asociadas a la autonomía y el prestigio, tanto interno como externo, que deparan los cargos de mayor nivel.
- Las posiciones de secretarios de áreas del partido y las de parlamentarios se vuelven las más apetecibles
- En especial, el grupo parlamentario tiende a actuar como una sección autónoma, en parte porque sus responsabilidades los ponen en contacto con temas especializados y exigentes, en parte por la vocación de poder que, a partir de sus posiciones, comienzan a desarrollar.
- En cuanto a la extracción social de los miembros de la oligarquía interna, Michels observa un claro predominio de individuos de la clase media; un desbalance que no se remedia con la promoción a la jerarquía de algunos individuos procedentes de la clase trabajadora, que reproducen, al lado de los anteriores, la dominación existente sobre la militancia de base.
Como resultado de su propio éxito, el partido se divide en una minoría de dirigentes (que tiende a actuar como un grupo "endogámico") y una mayoría de dirigidos. La democracia desaparece, no simplemente debido a las apetencias de poder, o por carencia de "claridad" ideológica, sino por la complejización misma ("natural"), del hecho organizativo como tal. Michels lo condensa en la siguiente expresión, que ha pasado a conocerse como la "ley de hierro" de la oligarquía: "es la organización la que origina el dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los que delegan; quien dice organización dice oligarquía"[iv] .
3.Las particularidades de la democracia interna en el partido de cuadros
Si el problema de la oligarquización del partido de masas (en el que, como dijimos, concentró su atención Robert Michels), tiene su inicio en el gran número de sus miembros, ¿qué sucede en el caso de aquellos partidos que no se proponen crecer de la misma manera? Es decir, el partido de cuadros. ¿Tienen los partidos de cuadros la llave para abrir el camino a la democracia interna?
A diferencia del partido de masas, el partido de cuadros es selectivo; no está interesado en la expansión constante del número de sus militantes. Se trata de una distinción muy importante respecto a la organización de masas, pues estas por lo general se interesan en captar nuevos miembros, con la finalidad de reafirmar su condición de votantes leales por los candidatos del partido, o bien para asignarles papeles complementarios y temporales que los mismos pueden cumplir (durante campañas electorales, en jornadas de recolección de firmas, por ejemplo).
Por lo general, el partido de cuadros cuenta con mecanismos (explícitos o implícitos) de ingreso y puede establecer barreras de entrada, tales como períodos de prueba o el prerrequisito de ser presentado por un miembro de la organización. El candidato es objeto de cierto seguimiento antes de ser aceptado plenamente, de modo, se dice a menudo, que es él mismo quien se gana el derecho a ser militante, por sus convicciones, su conducta y/o una condición probada en la lucha. El rigor para la aceptación de nuevos integrantes tiene que ver con una autoexigencia vital para este tipo de partido: preservar el perfil propio respecto a "confusiones" que pueden provenir del acercamiento indiscriminado con aspirantes provenientes de otras organizaciones y también con personas desinformadas que no conocen a ciencia cierta, la doctrina y el programa del partido, o que se encuentran sometidas a la influencia de la cultura dominante en la sociedad, que el partido de cuadros de izquierda rechaza.
El partido de cuadros (al menos el de la izquierda) tuvo su origen en contextos duros, de dictaduras, lo que exigía un celo extremo ante delaciones y el riesgo cierto de ser víctimas de la represión. De allí el carácter cerrado, sujeto a una disciplina estricta y a una identificación clara del enemigo político. En condiciones de lucha abierta, el partido de cuadros flexibiliza su contacto con los no miembros, que pueden ser invitados a participar en algunas actividades propagandísticas o de difusión, pero salvaguardando los limites. En general, se trata de precauciones para evitar el riesgo de la degeneración o el abandono de principios que se defienden con mucha fuerza.
La formación ideológica es muy importante, a fin de familiarizar a los nuevos miembros con las tesis del partido, actualizar y enriquecer los conceptos de los militantes y asegurar la coherencia doctrinaria y política.
El esquema organizativo es el centralismo democrático, con la existencia en la base de organismos de carácter celular, de núcleos o comités, órganos regionales intermedios y frentes o áreas funcionales especializadas (juvenil, sindical, de mujeres, barriales y otros). En principio, el campo de actuación está estrictamente delimitado: una célula interviene en un ámbito circunscrito y sólo en ese, con restricciones para establecer conexiones horizontales o diagonales con autonomía (sólo los niveles jerárquicos superiores pueden intervenir en esos espacios). Cada cierto período se celebra el Congreso, órgano máximo para la deliberación, aprobación de la línea política y elección de las autoridades del partido. En el período previo al congreso, los órganos de base e intermedios discuten documentos preliminares, formulan observaciones y eligen delegados al evento. Entre un congreso y otro, los órganos de dirección tienen un peso determinante en la conducción del partido y la definición de las políticas para la coyuntura.
El partido de cuadros, por lo general, es de pequeñas dimensiones, con una influencia de masas que puede variar, en relación al proceso de maduración de la conciencia popular y su capacidad para coincidir con el programa y los lineamientos políticos que el partido establece. La adherencia a estos últimos da cuenta del grado de transformación revolucionaria que experimentan las masas mismas.
En general, las posibilidades de la democracia interna en el partido de cuadros están sujetas a las directrices y lineamientos que el partido comparte y a las exigencias que los mismos hacen al compromiso militante. El debate, en ese sentido, se encuentra predeterminado, no necesariamente en un sentido opresivo o discriminatorio, en la medida que se supone que los militantes y dirigentes suscriben dichos lineamientos, los cuales, en principio, se identifican con sus propias convicciones personales y son producto del ejercicio del centralismo democrático. Los militantes que discrepan de los lineamientos del partido o no aceptan disciplinadamente las decisiones votadas por la mayoría, o simplemente comienzan a pensar diferente, pueden optar por salir de la organización, en razón a que la disidencia consuetudinaria es extraña a la cultura interna y al hecho, además, de que la formación de corrientes internas, por lo general no está permitida. Algunas veces sucede que estas corrientes están autorizadas, pero en la práctica tienden a estructurarse como minipartidos, que reproducen en su seno las relaciones jerárquicas del partido nodriza.
La coherencia de la organización, los límites de la discusión, están sujetos a una ética profunda que descansa en la necesidad de preservar convicciones doctrinarias, caracterizadas por su gran estabilidad. El partido no obliga a seguirlas, pero tampoco autoriza a violarlas.
Si cumplen con el imperativo de fidelidad a la doctrina, el programa y los lineamientos políticos, los dirigentes tienden a permanecer en los cargos mucho tiempo, a menos que se limite expresamente el período de reelecciones posibles. Desde el punto de vista de la lógica del partido de cuadros, la posibilidad de perdurar en el cargo es completamente coherente, si el dirigente demuestra fehacientemente su apego estricto al partido. Aparte de la firmeza ideológica y la disciplina, se valoran rasgos como la honestidad, el desprendimiento, la humildad, el coraje y la certeza de que el interés colectivo está por encima del interés individual. Este principio está relacionado con un apotegma que se suele enunciar:"Nadie es imprescindible" (aunque muchas veces los dirigentes si parecen serlo).
Se entiende que, en el marco de los límites de lo que puede ser objeto de debate, y la inexistencia de corrientes internas, los partidos de cuadros son más propensos que los partidos de masas a las deserciones voluntarias, las expulsiones y las divisiones de la organización.
4.La situación actual de la democracia interna en los partidos políticos
En el libro << El Gobierno de las Palabras>>, Juan C. Monedero habla de la crisis que atraviesan los partidos políticos, los que durante el siglo XX habían sido constructores importantes, junto a los sindicatos, de una escena política que oscilaba entre el orden y la transformación, en tanto eran interlocutores capaces de agregar intereses diversos y sectores de opinión, en el marco de una economía en expansión y del Estado de Bienestar; una situación que comienza a modificarse a partir de la crisis de larga duración y el ascenso de gobiernos neoliberales en los años ochenta. No obstante, en los setenta, ya se observan cambios en la cultura partidaria, que desembocan en el proceso actual de "cartelización" de la política.
Un estudio realizado por Klau von Beyne a mediados de los ochenta, citado por Monedero, señalaba algunas críticas a las organizaciones políticas:
- La participación de los miembros en la formación de la voluntad partidista es escasa
- Los congresos del partido, que se supone son la expresión institucional de la soberanía popular interna, a menudo constituyen un mero orden aclamativo y no de deliberación
- El cambio en la titularidad de los cargos de partido es escaso
- Se observa una dependencia creciente de los grupos de especialistas, lo que debilita aún más la participación de los militantes en la elaboración de la política
- La financiación de los partidos es objeto de una planificación especial, lo que refuerza el rol centralizador de la dirección
- El perfil social de las élites dirigentes se separa de las características de los miembros de base[v].
- Como puede verse, la mayoría de esas críticas (que coinciden con las observaciones agudas que hacía Robert Michels a la socialdemocracia alemana a comienzos del siglo XX), tocan, de una u otra manera, el problema de la débil incorporación de la militancia en la orientación de los partidos políticos. El propio Monedero alude, en sus propias palabras, a "la ausencia de democracia interna, con una gran oligarquización, fuertes liderazgos y anonimato de los militantes" [vi].
- Monedero se refiere, asimismo, a lo que Katz y Meir[vii] denominan la cartelización del sistema de partidos y de la política como tal. Un proceso en el cual la política adopta el carácter propio de las economías dirigidas por un pequeño número de grandes corporaciones privadas. Todos los grandes partidos (socialdemócratas, liberales, conservadores), forman parte de un cártel que controla el poder, lo que se traduce en la evaporación de las diferencias doctrinarias y un enfoque empresarial o gerencial utilizado en la dirección de las organizaciones políticas, en base al cual los dirigentes y los militantes/empleados tienen como propósito fundamental mantener el nicho electoral, que les permite conservar el capital político para formar parte de las coaliciones o acuerdos de gobierno. Un situación que incapacita al partido para ocuparse "desinteresadamente" de los problemas globales de la sociedad y estar atentos a la formación de demandas sociales emergentes. En cuanto al financiamiento, este corre por cuenta de los negocios que se tejen en relación con las corporaciones privadas o bien por el Estado cuando así lo establecen las leyes. Todo un conjunto de factores que impiden, de modo ya definitivo puede decirse, la participación activa de los militantes en la definición del programa y los lineamientos, así como el control del desempeño del partido. Los dirigentes partidarios, por su parte, se desenvuelven como figuras autónomas, con un modo de intervención similar al de las estrellas del espectáculo, en cuanto dependen de las empresas de comunicación, ante las que compiten para hacer méritos que les permitan aparecer en sus espacios. La propia noción de "militante" se desdibuja, en la medida que pasan a tener una relación con el partido similar a la de un simpatizante o votante, lo que es un reflejo del escaso relieve que tiene ser miembro de la organización, con la excepción de estar disponible para hacer tareas u ocupar un cargo de consejero o asesor. Los miembros de base son individuos aislados, sin conexión entre sí. De hecho, ante los dirigentes estrellas y los equipos de expertos, que sí tienen poder, los militantes no cuentan con canales que les permitan relacionarse con las élite del partido, salvo la asistencia a charlas de motivación para movilizarlos para los procesos electorales (los que, por otra parte, se llevan a cabo a través de los grandes medios).
Rafael Cid, periodista de orientación libertaria, resume de esta manera el tipo de organización política existente en el contexto actual:
"Una estructura jerárquica, autoritaria, caudillista, verticalista,y sedicentemente burocrática, entregando todo el poder de decisión a la cúpula, privilegios que recuerdan a los contactos blindados de los altos gerentes empresariales"[viii] .
5.Los movimientos sociales y los partidos políticos
La transformación que han experimentado los grandes partidos políticos de masas históricos (socialdemócratas, democristianos), corre pareja con una incapacidad para encontrar solución a la crisis económica y los problemas sociales del capitalismo tardío, lo que se traduce en el incremento de la abstención electoral, y el desencanto con lo público especialmente entre los jóvenes; el sistema de partidos se torna inestable, con el surgimiento de movimientos populistas, líderes emergentes, organizaciones nacionalistas o de extrema derecha, propuestas políticas para las cuales, por supuesto, la posibilidad de democratizar los partidos es una tesis exótica, innecesaria y hasta inconveniente. No obstante, vale la pena registrar, en un contexto diferente, la situación de los movimientos sociales, cuya participación tiene que ver, en parte, con la "involución" de los partidos políticos (aunque su surgimiento data en realidad de hace mucho tiempo: de hecho, uno de los primeros en aparecer fue el movimiento de trabajadores, que insurge previo incluso a la existencia de los sindicatos, cuando estos eran ilegales, en lo fue por ejemplo la lucha por la conquista de la jornada de las ocho horas).
Desde el punto de vista sociológico, los movimientos sociales corresponden a conductas colectivas organizadas, sostenidas en el tiempo, en sus actuaciones muestran un grado considerable de autonomía, la que defienden frente a las organizaciones políticas e instituciones gubernamentales. De acuerdo a la definición clásica de Touraine[ix], su proceder obedece a los principios de identidad, oposición y totalidad. El primero responde al autorreconocimiento, el origen común o diverso de los que participan en la lucha, su ubicación en el espacio y el tiempo, el problema que enfrentan, el bienestar a conseguir, las experiencias, habilidades y recursos de los que se dispone; el segundo, se refiere a la capacidad de nombrar el adversario, aquel frente al cual se libra la lucha, los medios con los que cuenta, sus aliados, sus debilidades y fortalezas; por último, tenemos que el movimiento tiene conciencia del campo en el que se encuentra, en relación al conflicto social general, y a la conexión entre el propósito de la lucha y el papel del actor, en el contexto del desarrollo socioeconómico, político y sociocultural, actual y futuro, de la región, el país o el planeta.
La lucha de los movimientos sociales está relacionada con una aspiración vital ante una amenaza existente, de sobrevivencia física o de conservación de una identidad fundamental, cuya defensa adopta la forma de una "causa". No se reduce a una acción de denuncia o de protesta simplemente reivindicativa: es preciso alcanzar el objetivo. De allí la necesidad que el movimiento preserve su autonomía, pues sólo la autodependencia asegura el compromiso con la lucha hasta el final. Puede contar con apoyos, los requiere, pero sabe que los espacios tradicionales de negociación, en los que el movimiento es representado por otro, no son confiables. Para algunos, los movimientos sociales constituyen formas distintas de intervenir en política, para otros se trata de formas alternativas de producir relaciones sociales. Buena parte de sus tácticas descansan en la acción directa, fuera del marco institucional, aunque en la lucha se puede entrar y salir de él. Ejemplos de movimientos sociales pueden ser, un movimiento indígena o campesino que defiende la tierra frente a una explotación transnacional de cultivos transgénicos, o que se opone a un proyecto minero o a la construcción de una represa que afecta su sobrevivencia; mujeres que se organizan para enfrentar la violencia física o simbólica; el rechazo de trabajadores al cierre de una empresa; personas de la tercera edad que defienden un sistema de pensiones de retiro y de asistencia médica; estudiantes que aspiran a preservar o conquistar la gratuidad de la enseñanza; pescadores que se levantan contra la contaminación de las aguas de las que dependen; inquilinos que defienden sus derechos; pobladores que exigen la construcción de viviendas, entre otros. Se trata de luchas que pueden recibir respaldo pero que no se delegan en terceros.
Los partidos políticos (sobre todos los de izquierda), suelen ser sensibles a las aspiraciones de los autoridades, acompañar las iniciativas, proponer o rechazar una ley); en otros casos no saben qué hacer, en la medida que el movimiento desconcierta al partido por la intransigencia con los objetivos, o por la flexibilidad con la que combina formas de lucha, más allá de las ruedas de conversaciones, acostumbrados como están los partidos a involucrarse en protestas de modernización (en las que sólo están en juego exigir recursos o la facilitación de un servicio público). En otros casos se trata de recuperar el movimiento o concentrar el esfuerzo en la captación de cuadros para el partido.
Vale decir que los movimientos sociales, además del perfil que poseen por la forma de intervenir en la lucha, también desarrollan al interior de sí mismos, nuevas formas de socialidad: métodos más horizontales de trabajo, el aprecio de la organización en tanto que instrumento útil, sin culto por los aparatos, y la valoración de su líderes como punto de encuentro en el que las iniciativas se entrelazan, antes que el mandamás habitual (aquel que el militante político promedio suele encontrar en su propia organización). En todo caso, lo que interesa resaltar es que la relación entre el partido político y los movimientos sociales es compleja, pero que puede ser más fructífera si la organización política, como dicen Sánchez León y Ariel Jerez, se atreve a experimentar el hecho democrático "en sus propias carnes organizativas"[x] .
6.El peso del "burocratismo" en las organizaciones políticas
Queremos, por último, insistir, en el concepto de "burocratismo", ese temor profundo de la dirigencia partidista a emprender esfuerzos convincentes y definitivos para auspiciar que los militantes se empoderen de la organización. Para ello, acudiremos al trabajo de Marta Harnecker <
Para la autora el burocratismo es una consecuencia de la centralización "excesiva", que puede aparecer en el Estado, las organizaciones políticas y en otras instituciones públicas y privadas. Señala que se debe a "la forma como se concibe y se implementa la gestión de una institución: si son los funcionarios de alto nivel los que toman las decisiones-porque se creen los únicos que tienen la experticia para hacerlo- o se confía en la militancia y en el pueblo organizado, en su energía y creatividad"[xi] . Como se ve, Marta alude a un problema de sesgo o "desviación" subjetiva que distorsiona una metódica. Esta situación-dice- caracterizó a la URSS: las iniciativas de los trabajadores y los campesinos "eran rechazadas por las autoridades centrales del partido como del gobierno con diferentes pretextos pero la razón de fondo era que esos funcionarios no soportaban que la gente había tenido iniciativas no controladas por ellos"[xii]. Para Marta "la esencia del burocratismo es que una tercera persona decide por uno", trátese de un individuo o de un pequeño grupo, en el partido o en una institución del Estado; una situación en la que jamás se consulta a los que se encuentran directamente involucrados. Para la autora, la única manera de evitar este problema es que la organización sea "controlada desde abajo", de manera que el funcionario no deba su suerte a un superior sino a un control ejercido directamente por aquellos a los que las decisiones del aparato pueden afectar, lo que pasa por la necesidad de ejercer la crítica pública a los cuadros directivos, en vista a que "es la gente, el pueblo y no el partido, lo fundamental".
Las apreciaciones de Marta Harnecker son aleccionadoras, importantes, nos inquieta sin embargo que la causalidad que ella detecta remita a conceptos subjetivos y no a relaciones sociales. ¿Acaso todo obedece a una mala aplicación de los principios?
Conclusiones (para debatir)
- Para Weber, el proceso de modernización en Occidente requiere del fenómeno burocrático, que le da forma a la sociedad de masas transformándola en sociedad de organizaciones. Weber se da cuenta, como un intelectual conservador romántico que añora tiempos perdidos, que la burocracia sofoca la autonomía de los sujetos. No obstante, se resigna y lo acepta, en cuanto cree que la misma corresponde a una exigencia técnico-administrativa de carácter neutral. Robert Michels, por su parte, al aplicar el enfoque de Weber al estudio del moderno partido de masas, encuentra que en este tipo de organización se reproduce el fenómeno burocrático, que a la postre (al convertir a la dirigencia del partido en una oligarquía que domina a la militancia), inhibe (o impide) que los miembros del partido puedan dirigirlo y/o controlarlo. No ve maldad o conspiración en ese proceso. Como Weber,asume que se trata de un proceso inevitable.
- Nosotros compartimos el enfoque de Weber y de Michels, aunque solo parcialmente. La Burocracia se disemina en todos los espacios sociales, pero no únicamente para hacer posible el proceso de racionalización capitalista, sino que lo hace, al mismo tiempo, para asegurar la polarización "arriba-abajo" que es intrínseca al sistema de dominación y que le permite perdurar en el tiempo.
- Parece haber una relación estrecha entre las exigencias del sistema de dominación de una sociedad (en términos de poder, de disciplinamiento) y las maneras (diversas) en que dicho sistema forma estructura en las distintas áreas o subsistemas que lo integran (en términos de resolver problemas de dominación y de carácter "técnico" también). La Burocracia corresponde a una de esas estructuras, la que tiene la mayor difusión, pero no es la única. Lo que sí acontece es que las estructuras parciales trabajen a favor de una reproducción (funcional y conflictiva a la vez) del sistema de dominación en su conjunto. No sólo hay "neutralidad técnica", también hay opresión.
- En la Administración Pública es la burocracia impersonal el mecanismo de reproducción; en el partido político es la oligarquía interna (que, a diferencia de la Administración del Estado, se apoya asimismo en la fuerza del carisma de los dirigentes); en la empresa comercial es la Burocracia, pero también la forma en que el propio proceso productivo subdivide al colectivo de trabajo y lo torna (en principio) obediente e impotente. En el sistema educativo por su parte, la Burocracia organiza y dirige pero al mismo tiempo fragmenta y excluye saberes, a la vez que impide la evaluación social y ética de los usos de la ciencia, para lo cual se apoya en una validación "neutral", de la producción del conocimiento; en lo que se refiere a la familia (y a la pareja), la dominación no se vale de la Burocracia solamente ( que la regula a lo externo) sino que descansa en la hegemonía interna del varón. Demás está decir, que en todos esos campos de las relaciones sociales, la dominación nunca es perfecta, siempre hay por lo menos, "malestar", "resistencia" o "instinto de lucha", cuando no confrontación abierta, un aspecto en el que insistía Foucault, pero que escapa a la visión "morfológica" del poder que encontramos en Max Weber y Robert Michels. A falta de una denominación mejor, puede utilizarse la expresión de "sistema patriarcal de dominación" (acepción esta que coincide, en ese sentido, con el concepto feminista de interseccionalidad), para referirse a la complejidad de producción de un orden disciplinario difuso, ampliamente extendido en todas las esferas sociales, el cual descansa (y combina) distintas lógicas, momentos y procedimientos, en base a formas de dominación que se complementan y refuerzan entre sí. A nuestro modo de ver, la forma en que opera la organización política, en tanto aparato de control interno y externo, debe ser examinada bajo ese marco social general.
- Otro aspecto que juega un papel importante en la construcción de la oligarquía del partido, es el modo en que este se relaciona con el aparato del estado en su actuación política. En el caso del partido de masas, para el que los procesos electorales constituyen el centro de su actividad, junto a la acción dentro de la Administración Pública, el partido se modela a sí mismo para ser órgano auxiliar del Estado; de hecho se convierte en parte de él, aunque se encuentre fuera del gobierno. Bajo esas condiciones, el partido no tiene una agenda propia, diferente a la del orden social vigente; los temas de las organizaciones sociales y sus luchas son desplazados, o tienen un interés menor que el de aquellos que surgen de las interrelaciones entre las élites del gobierno, las organizaciones políticas y otros grupos de interés. Es natural que el partido termine mimetizándose, al ocuparse fundamentalmente de aquello que interesa directamente al estamento político profesional. La política deviene así en una actividad que transcurre entre los dirigentes de los distintos partidos y los equipos de expertos de las instituciones. La dialogicidad con el saber popular, sus problemas y luchas, quedan de lado, frente a la interrelación con ministros, parlamentarios, alcaldes y otras autoridades. Se trata de una orientación del partido, nos parece, que juega un papel más importante en la gestación de una oligarquía interna, que la inercia acumulativa del hecho burocrático a la que se refería Michels.
- Es necesario hacer una distinción complementaria a la anterior: la Burocracia (así como la oligarquía en el seno del partido), asume, al lado de las competencias directivas, responsabilidades de tipo operativo que, hay que aclararlo, no son necesariamente, en sí mismas, fuentes de poder. Por ejemplo, es indudable que para que un partido político funcione se requiera de recursos económicos (uso de locales, pago de algunos empleados, adquisición de equipos de oficina, gastos de propaganda, etc.), cuya administración se rige por sistemas y procedimientos, en atención a principios contables de aceptación general, técnicas de elaboración de presupuesto, ejecución y control del gasto; aspectos que son necesarios para contar con buenas prácticas administrativas. Ahora, es el partido, a través sus elementos dirigentes el que usualmente, en secreto, establece la política de ingresos: si los recursos provendrán de las cotizaciones de los militantes, inversiones propias, donaciones -abiertas o encubiertas-de empresarios, subvenciones del Estado legalmente establecidas o de la corrupción. Si distinguimos bien las cosas podemos observar que el problema no reside en el departamento de contabilidad interna del partido, sino en decisiones que adoptan los mandos de la organización; cuando estos las adoptan a espaldas de los militantes (como suele suceder en este tema del dinero), si nos encontramos ante un desarrollo oligárquico.
- Michels relacionaba el surgimiento de la oligarquía en el partido político con un proceso de expansión y complejización creciente (mayor número de miembros, división creciente del trabajo, creación de áreas especializadas y grupos de expertos), pero no es necesariamente así; lo que se observa a menudo es que, desde el inicio mismo, se adopta un estilo directivo concentrador de las decisiones, mucho antes de que el partido se haya transformado en una maquinaria enorme de difícil manejo. Una observación a tener en cuenta para las organizaciones políticas nuevas, ya que si la tendencia a la conformación de una oligarquía interna es visible desde los primeros momentos, será muy difícil revertirla con posterioridad.
- En relación a los movimientos sociales, vale decir que las denominaciones de "pueblo", "masas", tan frecuentes en el discurso de izquierda, tienen poca o ninguna aplicación en este caso. Caracterizados por una direccionalidad clara, la autoorganización y enfocados en la lucha y no en el control de aparatos, los movimientos tienen, por lo general, un dinamismo superior al de los partidos. Una forma de relación más productiva entre ambas instancias pasaría por establecer puntos de encuentros y eventuales alianzas, sin las precipitaciones que desencadena la pasión anexionista proveniente de la organización política. En especial, el partido debe evitar concentrar el vínculo con los movimientos sólo en el marco de los procesos electorales; se trata por el contrario de auspiciar una relación entre iguales, en la que las coincidencias se establecen por abajo, en el pie de lucha, a partir de la escucha en común, en los términos de un pluralismo participativo.
Como fue señalado anteriormente, las organizaciones políticas (en especial los partidos de masas), tienen una agenda que es la misma que la del Estado, asimilados como se encuentran a las instituciones, lo que de por si representa una barrera importante para su conexión con los movimientos.
Hay en los movimientos sociales, por otra parte, una dimensión ética, estética y afectiva, que los partidos soslayan; en estos últimos el interés político desplaza a la ética por el pragmatismo, lo que se expresa en una acentuación unilateral de los fines, mientras que para el movimiento tanto los fines como los medios se encuentran entrelazados. Los partidos, a su vez, centran casi toda su atención en la rentabilidad política del momento, cada otro representa una cifra, un insumo del proceso, mientras que la relación entre sus militantes con frecuencia adopta un carácter impersonal, utilitario y "con un cierto olor a iglesia"[xiii]. En el caso del movimiento social (sobre todo para aquellos cuya base de origen es territorial), la clave es relacional, se traduce en la "convivialidad", según la cual las relaciones son fines en sí mismas. Hay un "mundo de vida" que contiene tanto el tiempo cotidiano como el de la lucha, donde esta última constituye un momento definido, un bucle de la vida, pero no un evento extraordinario que interrumpe los lazos de la cotidianidad. Para el militante de partido se trata, por consiguiente, de comprender esa dimensión sociocultural del movimiento social, trabajar, dialogar y aprender de ella.
Claro, el movimiento social puede quedar atrapado en su horizontalidad, reducido al ámbito local fuera de una perspectiva de transformación social global, una situación con la que el sistema de dominación puede coexistir. No obstante, como lo señala Francois Houtart, el neoliberalismo, paradójicamente, contribuyó a reposicionar a una parte de los movimientos. Su irrupción ha sido tan brutal, ha conllevado una violencia tan grande en la violación sistemática de derechos a tantas colectividades simultáneamente, que se tradujo en una alto nivel de politización, como se evidencia en la contribución tan importante que han dado los movimientos sociales a la formación de organizaciones políticas de izquierda (como el Partido de los trabajadores en Brasil y el Movimiento Al Socialismo en Bolivia), que posteriormente llegaron a ser gobierno; con independencia de lo que ha ocurrido posteriormente, específicamente en el caso brasileño, donde se produjo una desvinculación muy grande de los gobernantes con los movimientos que, con tanto entusiasmo, contribuyeron a llevarlos al poder. También es necesario aclarar que los movimientos sociales están sujetos a altibajos en las luchas, las victorias y las derrotas se intercalan, el entusiasmo a ratos desciende, lo que debe precavernos contra una idealización ingenua de su trayectoria. En otras palabras, el vínculo entre las dos instancias (partidos y movimientos) se encuentra atravesado por la complejidad.
- La apreciación de Marta Harnecker merece un comentario. Lo que ella denomina "burocratismo" corresponde a lo que Robert Michels identifica como "oligarquía". La diferencia consiste en que, para la autora, corresponde a un proceso degenerativo mientras que para Michels representa, como hemos visto, un curso natural e indetenible. El burocratismo, plantea Marta, es una posibilidad avasallante, que involucra también a los cuadros dirigentes más experimentados y conscientes del partido y del Estado; en otras palabras, es difícil evitar esa conducta, la que afecta incluso (señala ella), a los "mejores". La cuestión es que esa forma de ver el problema no nos ayuda a comprender por qué esas "desviaciones" suceden con tanta frecuencia (diríase incluso que siempre). En efecto, todos los procesos socialistas conocidos y las organizaciones revolucionarias han padecido ese mal. Salvo algunos períodos breves, en el caso del partido, como ocurrió con el partido bolchevique en el poder en los primeros años, cuando había la posibilidad de formas corrientes internas, a pesar de lo cual ese garantía fue eliminada, en la medida que coexistía con un burocratismo hegemónico existente de hecho(tal como se desprende del propio texto de Marta, al citar las palabras de A. Kollontai, dirigente de Oposición Obrera, fracción interna disidente en ese momento). Aunque Marta habla (o se queja) de un "centralismo excesivo", tal parece que es la propia idea del centralismo lo que hay que poner en duda. Una tesis sobre la organización política, y el Estado, no puede seguir en pie, cuando en todas las latitudes y épocas en las que se ha ensayado fracasa. La autora señala que sólo la crítica pública de los jefes puede servir para salir del problema en que incurren los partidos revolucionarios, pero: ¿acaso olvida que las estructuras oligárquicas, cerradas y autoritarias, están diseñadas para impedir que eso suceda?
- ¿Puede sin embargo sustituirse el centralismo autoritario por una metódica alternativa, que al mismo tiempo que sea democrática pueda funcionar? La respuesta no es sencilla. Por una parte, como se expresó antes, lo que está en juego, más allá de lo que ocurre internamente con el partido político, es un sistema patriarcal de dominación, globalmente implantado. Asumir la lucha contra ese sistema no constituye, en el presente, la finalidad fundamental de las organizaciones de izquierda (salvo para las asociaciones feministas más radicales); es lamentable que las organizaciones políticas de izquierda no intenten incorporar ese propósito como parte de sus lineamientos de trabajo para tratar, al menos, de alcanzar logros intermedios o parciales en esa materia. Sus agendas están saturadas de los problemas "políticos" y dejan a un lado los problemas de la "dominación".En todo caso, es poco, muy poco, lo que se puede lograr, si los viejos y conocidos moldes de la organización política existentes desde comienzos del siglo XX (y que en la actualidad han incluso involucionado, como se vio con el tema de la cartelización de los partidos), no son abiertamente cuestionados y sujetos a revisión y transformación. Creemos que el partido autoritario y el socialismo que existió no nos van a ayudar en eso.
- En un plano de reflexión más general, es conveniente advertir que la pérdida de prestigio de las organizaciones políticas, que es hoy moneda corriente en la mayor parte de los países, tiene que ver con una crisis del componente esencial de la formas políticas modernas, basadas en el principio de la representación, situación que afecta a la democracia liberal, los partidos y a las organizaciones sociales (tal como ocurre con los sindicatos). Estamos ante una problemática sobre la cual ha hecho énfasis el pensamiento posmoderno de izquierda (que representara con tanto énfasis Rigoberto Lanz en Venezuela) y la Teoría de la Multitud (de Toni Negri y Michael Hardt). No se trata de negar de negar la representación, pero sí de problematizarla, combinarla y bajarla del pedestal dogmático en la que se encuentra. Se trata de un marco en el que también hay que repensar el porvenir del partido político, relacionado a su vez con la crisis prolongada de la economía internacional y la contradicciones de un nuevo curso de la mundialización que desencadena problemas de todo orden, ante los cuales las élites dirigentes y/o gobernantes carecen de respuesta, frente a sus militantes, electores y la sociedad entera.
En otro orden de ideas también hay que señalar que en las últimas décadas han tenido lugar cambios en el estilo de vida, caracterizados por una tendencia al hiperindividualismo, la cultura de la imagen, la seducción y el gusto por lo efímero, el hiperconsumismo, la sustitución parcial de las relaciones directas por el vínculo que circula a través de los artefactos del ciberespacio, entre otros aspectos, los que en general desalientan el compromiso militante. Una razón adicional para recontextualizar la manera en que se puede vivir la política hoy día, y tratar de descubrir, en medio de la limitaciones existentes, nuevos retos y posibilidades.
- Por último, si hablamos de identificar las bases de un programa mínimo para la transformación de los partidos políticos, nos parece apropiado el esquema que sugiere Olga Abásolo[xiv]: a los partidos hay que reformularlos desde dentro, abrirlos a las demandas del exterior y superarlos, lo que en su conjunto, sostiene Olga, pasa por la creación de "futuras agrupaciones que escapen a la definición y usos clásicos que conocemos". A nuestro entender, esto significa, entre otras cosas : auspiciar al interior de los partidos metódicas de autoexpresión de los militantes que, bajo la forma de equipos autónomos a cargo de proyectos de militancia política y social, esquiven-deliberadamente y de mutuo acuerdo-el organigrama de las direcciones partidarias; permitir a los integrantes de la organización llevar adelante las resoluciones e iniciativas aprobadas y que la dirigencia echa al olvido; garantizar la existencia de un clima de democracia deliberativa, de la que se elimine el delito de opinión, con el derecho de expresarse libremente tanto dentro como fuera de la organización, con atención a reglas mínimas de coherencia con las orientaciones colectivas, mutuamente acordadas; en general, impulsar la democracia hasta donde duela, más allá de lo que una razón puramente instrumental, profundamente conservadora, nos aconseja que lo hagamos; facilitar el acceso de los ciudadanos a la organización, bajo la idea de convertirla, como expresara José Errejón en "la comunidad de los que luchan", antes que en un aparato de control hacia adentro y hacia afuera; estimular a los movimientos sociales a converger entre sí, ya que (y en esto Marta Harnecker tiene razón), es ese el principal temor que albergan los sectores conservadores; asumir que no hay partido único, que por sí mismo encarne y dirija todas las iniciativas y las luchas, que esto es sociológicamente imposible que ocurra y que, por lo tanto, no vale la pena desgastarse en esa pretensión; aceptar, por otro lado, que la tesis de construir una dirección política pasa por comprender que, tanto para la lucha como para gobernar, es necesario pensar en la posibilidad de conformar una coordinadora o red de partidos, individualidades y movimientos sociales, en base a un programa común mínimo compartido, en el marco de la confianza, el debate y el trabajo desde la dialogicidad.
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[i] Marsal, F. (1978), p.64
[ii] Ob. Cit. p 49-50
[iii] Remitimos al lector al capítulo 4 del libro de Zeitlin I. (1982)
[iv] Zeitlin, I. (1982), pp 262-263
[v] Klaus von Bayne. Los partidos políticos en las democracias occidentales, Madrid, CIS, 1986, p.309; citado por Monedero, J.C (2012), p.172
[vi] Monedero, J.C (2012). P. 172
[vii] Katz y Meir, "Changing models of Party Organization and Party Democracy. The emergence of the Cartel Party"; en Party Politics, vol. 1 n. 1,1995; citado por Monedero J. C. (2012), p. 172
[viii] Artículo publicado en rojoynegro.info, 7 de noviembre de 2015
[ix] Vila, P. "Movimientos Sociales", en Di Tella Torcuato (1989), p. 415
[x] Sánchez León, P. y Jerez Novara, A. (2014), ponencia central.
[xi] Harnecker, M.( 2014), p. 248
[xii] Ob cit. p. 249
[xiii] Tena, P (2014)
[xiv] Abásalo, O (2014)
Bibliografía
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