Resulta difícil para la oposición venezolana (y sus aliados internacionales), formular un diagnóstico apropiado del chavismo. A menudo lo que hacen es enfrentarse al liderazgo oficialista, en una guerra abierta, sin cuartel, sin mostrar el menor interés en comprender el chavismo popular como fenómeno (también) psico-afectivo. Mientras no lo haga fracasará. Incluso, la oposición podría eventualmente ganar elecciones (de hecho lo hizo al triunfar en los comicios parlamentarios de 2015), pero su desconexión profunda con el proceso del chavismo popular los incapacita para acercarse a ese sentimiento político y trabajar con él. Su visión de élite, un saber-hacer proveniente del mundo corporativo-empresarial, anula sus posibilidades de comunicarse con la base social de apoyo del gobierno. No consiguen colocarse en la piel del chavismo de base, no lo entienden. Tampoco hacen el esfuerzo para lograrlo. Decía Gramsci que el intelectual (o el político) tradicional, “sabe” (o cree que sabe), pero no comprende el “sentir” popular (no consigue hacer empatía real con ese sentir). Existe fuera de él; por lo tanto, al no poder atravesar ese sentimiento, no lo examina constructivamente, pierde la oportunidad de dialogar con él, de criticarlo “amorosamente”, para contribuir a elevarlo y lograr así fusionarse con él, reelaborándolo, y poder de esa manera refundar, de forma duradera, un Estado. La oposición venezolana está atravesada por esa contradicción fundamental. Eso la pierde.
Los análisis de los resultados de las elecciones regionales del 15-10-2017, en las que los candidatos del PSUV obtuvieron 18 de 23 gobernaciones de estados, evaden ese aspecto fundamental. ¿Por qué millones de venezolanos votaron mayoritariamente por los candidatos del gobierno de Nicolás Maduro, en medio de la situación tan difícil existente (que golpea sobre todo a los sectores populares), caracterizada por una inflación severa, la escasez habitual de productos, alimentos e insumos, un deterioro acentuado de los servicios públicos y una criminalidad desatada? ¿Cómo es posible explicar semejante paradoja? Recientemente un articulista de la oposición hacía el balance de las elecciones recientes y adjudicaba parte de la responsabilidad de su derrota a “masas degradadas”, “inconscientes”, envilecidas por el populismo gubernamental. Otras voces señalan que la oposición perdió las elecciones porque tres millones de personas, que contribuyeron a darle el triunfo en las parlamentarias de 2015, se abstuvieron ahora de votar. Si, es cierto, allí están las cifras para corroborarlo, pero ¿Por qué el pueblo chavista volvió a votar como lo hizo por los candidatos del oficialismo? Es la pregunta que se evade.
Tuvimos la oportunidad de conversar con algunos votantes del chavismo popular y, palabras más palabras menos, sus respuestas apuntaron en la misma dirección: votamos por los candidatos del psuv porque, en medio de las dificultades que atravesamos, Nicolás no nos ha dejado solos, ha estado allí, a nuestro lado; ¿de qué forma?, con los aumentos de sueldos, incrementando el número y el montos de las pensiones, con las bolsas de los comités locales de abastecimiento popular que llegan a nuestras casas a precios solidarios, al asignar ingresos para los desempleados, bonos a los escolares de los sectores populares, abriendo oportunidades de trabajo para los más jóvenes (plan “chamba juvenil”). Pase lo que pase vemos- señalan ellos- que con Nicolás, al igual que con Chávez, nosotros los pobres somos la prioridad.
Como se ve, se trata de expectativas que no responden a la forma en la que los políticos y los economistas de la oposición razonan, de una manera lineal y bajo un esquema de causa-efecto, dentro de una racionalidad puramente técnica, de medios y fines suficientes. Los chavistas de base, por otra parte, así lo confiesan, no están satisfechos, no están felices, saben muy bien que los incrementos salariales no compensan el deterioro de los ingresos, reconocen incluso que la espiral de precios y salarios opera, aunque adjudican la responsabilidad (de la misma forma que el gobierno), a la “guerra económica” (la voracidad especulativa de los “comerciantes” con los productos y de los más ricos con la divisa). Los chavistas de base aguardan todavía que el gobierno resuelva la “especulación” con decisión y mano dura, de forma que la evalúan como un problema de orden público. Aún confían, con mucha ilusión, en que esto es posible. Con todo, pesan más las compensaciones que el gobierno entrega que el posible trasfondo de una crisis sistémica, dentro de una matriz subjetiva que, hasta ahora, coloca la “solidaridad” gubernamental como un factor más relevante que el galope de la inflación. Lo que sí se sabe es que Maduro ha respondido, “no nos ha dejado solos”.
Frente a ese cuadro, puede uno preguntarse: ¿Cuándo y cómo el chavismo popular se ha sentido interpretado por la dirigencia opositora? ¿Cuándo el mensaje de la oposición ha tocado el alma del chavismo popular, sea directamente, en la forma de relacionarse con él, o en su manera de hacer oposición a Chávez y a Maduro? Por otra parte, también adquiere una enorme importancia la manera en que el chavismo de base aprecia las ejecutorias políticas de la oposición; por ejemplo, las protestas de 2017(que habían tenido un antecedente similar en las de 2014), que sacudieron durante cuatro meses las calles de diversas ciudades de Venezuela. El chavismo popular se opone abiertamente a la violencia, a los destrozos, lamenta las muertes que se producen, está dispuesto a reconocer que ha habido represión excesiva de parte de los organismos armados del Estado, pero fundamentalmente le impacta, de un modo que la oposición ni siquiera sospecha, los crímenes de odio, chavistas asesinados y quemados (con elementos de racismo de por medio), por activistas de la oposición. También se le reprocha a la oposición el sinsentido de una dirigencia política que en medio de las protestas no asumía responsabilidades y parecía haberle entregado la conducción de las manifestaciones a los grupos más violentos que tomaron las calles.
Otro elemento que la oposición considera central en su política, es su dependencia confesa, abierta, respecto a los apoyos internacionales, incluyendo al gobierno norteamericano, como parte de la estrategia para derrotar al gobierno de Maduro, una posición que cuenta con el rechazo abierto del chavismo popular, que con Chávez se formó en el concepto de un nacionalismo profundo.
Entre el chavismo de base cabalga un sentimiento de ambigüedad, que favoreció los niveles de abstención que se observaron en sus filas en 2015, pero aún predomina la lealtad, reactivada por esa especie de “política social de emergencia” impulsada por el gobierno de Maduro. Como parte de esta, el gobierno también ha sabido introducir dispositivos de orden simbólico efectivos, como el “carnet de la patria”, que llevó a más de diez millones de venezolanos chavistas y no chavistas (quince, según el gobierno) a hacer largas horas de colas para acreditarse; en efecto, el carnet ha servido de vehículo para hacer llegar muchas de las recientes transferencias sociales que se han entregado. El sólo éxito de ese instrumento ilustra que opera una confianza importante en la política social del gobierno (y de manera indirecta, en el rentismo petrolero, particularmente asociado al gobierno de Chávez, quien le dio al rentismo un fuerte sentido de justicia social). Dicho trasfondo aún sigue jugando un importantísimo papel, más allá incluso de la pregunta acerca de la capacidad de respuesta de las instituciones para sostener, por tiempo indefinido, dicha orientación.
¿Podrá la oposición política en Venezuela conseguir hacer la conexión “amorosa” que Chávez primero, y ahora Maduro (en un contexto diferente), han logrado? Es difícil creer que lo conseguirá, al menos en el tiempo previsible. Ni siquiera se atreven a explorar, y comunicar, una alternativa de desarrollo de carácter socialdemócrata frente a la crisis. Su falta de creatividad en ese sentido, su raigambre neoliberal, se lo impide; tal parece que todo su plan consiste en aguardar que el gobierno de Maduro se desplome y el chavismo de base aterrice en su redil, para ascender al gobierno con la expectativa de que el chavismo popular los acepte pasivamente como sus salvadores, concediéndoles un cheque en blanco para actuar.
Ahora, ¿logrará el gobierno de Maduro preservar, indefinidamente, la conexión afectiva con el chavismo de base? No es fácil responder a esa pregunta. Es posible que la respuesta al interrogante señalado tenga que ver con la probabilidad de que, en un momento dado, la exacerbación de la situación económica se traduzca en un debilitamiento severo de la confianza en el gobierno , en particular, si la inflación llegara a ser de cuatro o cinco dígitos; en ese caso, las vueltas de resorte de la espiral de precios y salarios podrían ser más cortas y cerradas, en un marco de retroalimentación con efectos de vértigo, como ha sucedido en otros países. Una situación en la que, posiblemente, esa conexión afectiva podría erosionarse seriamente y donde podría suceder que una parte del chavismo popular se desactive políticamente, al recluirse en conductas depresivas y abstencionistas.
Vale la pena referirnos en ese sentido a la respuesta que un exponente del chavismo popular nos dio, un militante de mediana edad del psuv, que se definió de esta manera: “yo soy chavista, no soy de izquierda ni de derecha, lo que yo soy es chavista, y el chavista es anticúpula”. Es posible, en ese sentido, que una acentuación hiperinflacionaria como la antes señalada (en el contexto de una expansión constante de la base monetaria y de la crisis estructural del sector externo de la economía), pueda erosionar la capacidad de la política social de emergencia del gobierno de Maduro para mantener su ascendencia psico-afectiva, un escenario en el que una parte de la base popular chavista puede alejarse de sus dirigentes. No hablamos, necesariamente, de un trasvase automático de la confianza de la base chavista hacia la dirigencia opositora sino, como apuntamos, de una situación de desconcierto entre sus filas, en cuyo caso la dirigencia del gobierno y/o del psuv se enfrenta a la posibilidad de perder parte importante de su influencia de masas y pasar a ser considerada como “cúpulas”, insensibles o incapaces. ¿Es factible este escenario? No es posible asegurarlo, en realidad, la dirigencia de los dos bloques políticos se desenvuelve en un terreno difícil y, en el futuro, los contenidos psico-afectivos de la política en Venezuela podrían experimentar un período de vacilación y reacomodos. Dependerá también, en parte, bajo esas posibles circunstancias, de la capacidad que la dirigencia chavista actual tenga para producir relevos entre sus filas y tratar de restablecer la fe de las bases con nuevas caras, que apunten a un eventual relanzamiento dentro de su propio proyecto político, en un futuro cargado de incertidumbre. Siempre claro está que, llegado el momento de las definiciones, esa dirigencia pueda garantizar un tránsito creíble y exitoso al pos-rentismo.