Publicado en www.Argenpress.info /19-03-03
Como casi todas las guerras, revoluciones, huelgas y conflictos de importancia, la invasión a Irak se sabe cómo –incluso cuándo– comienza, lo que no se puede saber es cómo terminará. Esa imponderable se resolverá en el campo de batalla.
Al ser producto de condiciones internacionales altamente eruptivas e inestables, sólo su dinámica en el escenario interno –y su impacto en la opinión pública mundial, sus Estados y clases sociales– podrán indicar sus posibles contenidos y su final.
Lo que está claro, antes de que Norteamérica y Gran Bretaña lancen sus tres mil bombas iniciales, es que no es una guerra cualquiera. Ni siquiera se parece a su prólogo más recordado y reseñado, la Tormenta del Desierto de 1991.
Aquella “guerrita” de Bush papá ocurrió en un momento de quiebre histórico del sistema mundial de Estados fundado en 1945. La implosión del vasto poderío de la URSS y su subsistema de satélites, fue el toque de difuntos para protagonistas clave del segundo medio siglo: La Guerra Fría, la burocracia soviética, el Muro de Berlín, el Glacis europeo oriental y las Naciones Unidas, ponderada organización mundial del equilibrio interestatal. Todo eso cayó, pero no con la liviandad de una hoja arrebatada por un viento de otoño, sino con la lentitud del peso específico histórico que tuvieron por décadas.
Con esta “guerra” forzada a bombazos se pretende cerrar esa transición de 12 años de experimentación de lo que clamaron en 1991: un nuevo orden mundial. Estas tres palabras engañadoras, que en 1944 le sirvieron a George Orwell para titular un libro en el que anunciaba su nacimiento, adquieren, 59 años después, un contenido aproximado. Es el más fuerte estrujón del sistema imperialista desde 1945, con el propósito de reacomodarse en varios terrenos donde había perdido control –o siente que puede perderlo. Lo que fue transición “multipolar”, o poder derramado, está por transformarse en un eje mundial de poder sobre la base de uno o dos estados potencia. De allí que algunos teman la vuelta de la competencia imperialista de comienzos de siglo, como la conocieron Hilferding, Luxemburgo, Lenin y otros.
Norteamérica, Inglaterra, y muchos otros que no se atreven a decirlo, se convencieron en esta transición que la ONU y su Consejo de Seguridad ya no sirve para lo que creado el 24 de octubre de 1945. Fue una gran herramienta de control internacional que terminó de gastarse entre 1991 y 2003. O acaso es una casualidad que en los últimos 11 años hayamos visto la mayor cantidad de ataques militares en medio siglo, sin la autorización del Consejo de Seguridad.
Un informe elaborado en 2000 para la ONU por los académicos Peter Wellestein y Margaretta Sollenberg, cuenta que de las 108 guerras ocurridas en la década del 90 en 73 países, 92 fueron intraestatales, de las cuales 9 tuvieron intervención extranjera, mientras que apenas 7 guerras fueron entre estados. Registraron en los años de la transición, el rol de la ONU fue nulo o caótico en la mayoría de los casos, al punto que por el fiasco de Somalia, el New York Time y Le Monde llegaron a hablar del “fin de la ONU”.
El dolor de cabeza
Además de la cuestión energética, el control de armas, el 11 de septiembre y la recesión, está la cuestión del Golfo y el Medio Oriente. Es la subregión donde más mordió el polvo la ONU. Baste recordar que la crisis del Canal del Suez, en 1956 fue resuelta a tiros. Ninguna zona del planeta ocupó tanto a su Asamblea General y su Consejo de Seguridad, con Resoluciones, programas, Cascos Azules y Comisiones de mediación. Y en ninguna otra fracasó más sostenidamente como en esta.
La explicación es simple cando se busca debajo de la espesa madeja mediática e ideológica: Oriente Medio es el único lugar del globo donde un pueblo –que en algunos momentos ha sido varios– sostiene una resistencia nacional anti imperialista violenta, desde 1948: Palestina. Y Palestina es al Estado de Israel lo que éste a Siria, Líbano, Jordania, Egipto, Irak, etc.: Un factor de inseguridad crónica. Si recordamos que al lado de Irak está Irán y arriba Turquía (con un pueblo que eligió un gobierno musulmán), y en el medio una resistencia kurda que tiende a parecerse a la palestina, lo crónico se convierte en vulnerable. Cuando se juntan petróleo más inseguridad regional, y las Naciones Unidas no pueden resolverlo, ahí entra en acción el imperialismo sin caretas, es decir, sin “comunidad internacional” ni “Carta de las Naciones Unidas”.
Esto es lo que estamos por ver en Irak. Después de medio siglo, ni Israel ni Arabia Saudita, ni siquiera Turkía, que ya es mucho decir, son instrumentos de seguridad subregional de Oriente Medio. Egipto, que se candidateó a ese rol desde 1975, no pudo. La conclusión es simple: Irak debe pasar a control norteamericano antes de sea demasiado tarde. Después se verá con Irán, Corea, etc.
Cualquier cosa es permisible para Washington, menos que la transición insegura continúe.