Si el primer acto de este siglo fue exuberantemente idealista, atreviéndose a recuperar el imaginario socialista, el acto que lo siguió está marcado por la sombra de un pragmatismo francamente indiferente a las ideas y a la ideología.
Las ideas, lo poco que queda de ellas en el mundo de hoy, se subordinan a objetivos cortoplacistas, mientras un nuevo paradigma de "hombre fuerte" viene reemplazando aquella democracia que en algún momento se consideró sagrada.
Aunque este alejamiento de los ideales grandes y luminosos es un hecho generalizado en el mundo, no deja de hacerse sentir en el Proceso Bolivariano. Con Chávez los objetivos del socialismo y de la construcción de un país próspero llegaron a ser el norte de millones de personas. Por el contrario, en la Venezuela de hoy, el mismo discurso funciona con propósitos mucho más inmediatos y limitados.
El gobierno de Nicolás Maduro despliega un imaginario maniqueo en el que se presenta la productividad como el alfa y el omega, y el rentismo, o la dependencia de las ganancias petroleras, como la encarnación del mal. "Superar el rentismo" es ahora una de las consignas favoritas del gobierno.
¿Para qué sirve esta yuxtaposición entre productividad y petróleo? ¿Es realmente factible proponer el fin al rentismo y así lograr, en el porvenir previsible, un viraje repentino hacia una economía productiva? De hecho, la implicación concreta de este discurso es que la renta petrolera será captada por las chequeras del Estado (especialmente para apoyar a algunos sectores vinculados a la economía de puerto, pagar la deuda "nacional" y mantener los privilegios de alto nivel), mientras que al pueblo de a pie se le convoca a que produzca con las uñas, con poco o sin ningún apoyo.
Hace más de medio siglo el Ministro de Hacienda Alberto Adriani y el intelectual Arturo Uslar Pietri lanzaron la idea de "sembrar el petróleo". A la propuesta le crecieron un sin fin de críticas bien merecidas, pero tiene un carácter bastante más honesto que la línea que hoy promueve el gobierno. En esencia, lo que Adriani y Pietri propusieron fue redirigir el grueso de las regalías petroleras hacia una producción más diversificada. También fueron más honestas las alocuciones de Rafael Correa cuando afirmó que nuestros países deben allanar el camino hacia el desarrollo y la diversificación a través del extractivismo.
Hoy, en cambio, se deduce que la construcción de ese tan anhelado país productivo llegará ex nihilo. El mensaje implícito: Olvídense de la renta, chicos, produzcan por su cuenta, y dejen de ser parásitos.
Con un pragmatismo que roza al cinismo, el gobierno ha desplegado un discurso de productividad que conduce al olvido, enterrando así el recuerdo de lo que Chávez (y el pueblo movilizado) luchó por socializar: las ganancias petroleras.
Este problemático discurso es también un canto de sirena para el movimiento comunero en Venezuela, para los hombres y mujeres que tratan de cumplir con el sueño de Chávez organizando el país en comunas productivas.
Debe señalarse que el movimiento comunero, como la mayoría de la izquierda, es particularmente susceptible a la quimera de la productividad. Más inspirada por Ferdinand Lassalle que por Marx, la izquierda actual tiende a sobrevalorar el trabajo ("la fuente de toda riqueza", según los lassalleanos) mientras le resta importancia a la riqueza derivada de los recursos naturales. Marx critica despiadadamente esta concepción falaz en sus respuesta al Programa de Gotha, pero parecería que los marxistas y la izquierda hemos olvidado el texto.
Así, gran parte del movimiento comunero ha mordido el anzuelo de la productividad. Resulta que, con entrega y buena fe, los comuneros interpretan que la meta de un país productivo recae sobre sus hombros. ¡Regresemos al campo para producir! En verdad son heroicos en su empeño por cumplir con el mandato gubernamental y en su disposición de sacrificio para construir nuevas relaciones sociales.
Sin embargo, el heroísmo funciona mejor cuando va hacia metas coherentemente planteadas. Transformar las relaciones sociales de producción es imprescindible en el camino hacia el socialismo, pero si los comuneros no buscan autoinmolarse deberán, simultaneamente, disputarle las ganancias petroleras al Estado. Aun con la dramática caída de los precios del petróleo y de la propia producción de crudo, la renta petrolera sigue siendo la gallina de los huevos de oro, y hay que redirigir sus beneficios a proyectos agrarios e industriales (en lugar de pagar la deuda "soberana" o financiar a un sector de los importadores). Solo así la ampliación de la producción comunal cobrará vida a gran escala.
Para disputar la renta, los comuneros deberán aliarse con la izquierda urbana. Deberán también dar una bien merecida cachetada a esta izquierda citadina que tiene por estilo de vida la repetición de los slogans del gobierno con frescos giros de marketing. Juntos, la izquierda urbana y los revolucionarios del campo deberán alejar al gobierno del pago de la deuda soberana y obligar a reorganizar las importaciones en función de las prioridades comunes (insumos y maquinaria para la producción y la siembra, además de, por supuesto, medicinas).
Hay otra lección que debemos aprender en esta nueva época. Ante la crisis general y el avance de la derecha que define nuestro momento, a menudo se convoca a la izquierda a aferrarse a los últimos reductos de poder y defenderlos firmemente. Esta es, sin lugar a dudas, una buena idea, pero no podemos olvidar que el carácter mediocre y excesivamente pragmático de la dirección incrustada es, en gran medida, lo que nos ha acercado a la catástrofe en la que vivimos.
No podemos olvidar que es precisamente la mediocridad del PT brasileño, su desdibujado horizonte de cambio, lo que lo incapacitó para convocar una respuesta contundente de calle y así revertir el golpe de Estado de Michel Temer y compañía. De la misma forma, la incapacidad de Maduro y su gobierno de mantener en alto los ideales socialistas de Chávez y el imaginario Bolivariano, ha conllevado, ante las embestidas del enemigo, a hacer grandes concesiones.
Por esa razón, pocas cosas podrían ser más inútiles e ingenuas que sumarse al apoyo acrítico a Maduro. Ciertamente el apoyo táctico es necesario, pero debe darse en el marco de un proyecto que rebase lo que nos ofrecen hoy y retome los ideales de la década que nos precede.
¡Esa es la única forma de convertir el tercer acto del siglo XXI en algo digno de la extraordinaria década con que se abrió, aquel momento en el que el pueblo se movilizó tras ideales épicos y ambiciones colectivas!
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