Yo no sé lo que es vivir. He estado muy cerca de conocer la vida, pero siempre quedo atrapado en la muerte.
Generalmente, las personas sufren una Experiencia Cercana a la Muerte (ECM), pero yo sufrí una Experiencia Cercana a la Vida (ECV), que me hizo comprender la tristeza de abortar la esperanza.
Jamás comprendí el significado de la existencia humana, y mi forma de ser siempre contribuyó a la anormalidad. No puedo imaginar quién soy ni hacia dónde voy. Intento con desesperación aferrarme a la vida, pero siempre acabo en el abismo de terciopelo.
El espermatozoide invocó mi presencia sin pedirme permiso, el óvulo erotizado recibió el impacto del furioso tigre de bengala, las trompas de Falopio me comunicaron la mala noticia, y el destino fertilizó una violación que auguraba la crisis del cigoto.
Durante mi corto período de gestación dentro de la panza de mami, fui una luciérnaga que brillaba en época de tormenta, pero aprendí el arte de la precognición en veinte semanas de extrema agonía, y hoy quiero compartir las memorias que viví allí adentro.
Quisiera haber conocido un rayo de luz llamado vida, pero mi cerebro no estaba preparado para aceptar ese difícil desafío. Casi respiré, casi abrí los ojos, casi desperté. Todo fue mentira. Yo seguía siendo una mórula, que no tiene promesa de futuro.
Esperando ver la luz del amanecer, y resignándome a la eterna oscuridad de la madrugada. Buscando un resquicio de atención y condenándome a la desolación. Paralizado en el miedo de cruzar el umbral, y descubrir una vida que nunca pude conocer.
Vi luces fugaces, escuché los relámpagos, y toqué el hechizo. Yo tuve una Experiencia Cercana a la Vida (ECV).
Casi salgo de la vagina, casi lloro a cántaros, casi recibo una nalgada de bienvenida. Todo fue ficción. Yo seguía durmiendo en el útero, donde no hay certeza del presente.
Preso en la soledad de mis equivocaciones. Encarcelado en la ansiedad de vencer la enfermedad. Agonizando en un silencio de miles cansadas palabras.
No hubo primer beso, no hubo primera vez, no hubo primer trabajo. Los fracasados no tienen derecho a vivir, por eso jamás conocí la vida. Sin agua, sin fuego, sin tierra. Estoy levitando en la penumbra de la noche, con muchas ganas de cavar un hoyo y salir de mi propio laberinto, pero sabiendo que no hay moneda de cambio en el horizonte.
Yo sufrí una Experiencia Cercana a la Vida (ECV), que duele a reventar aunque nadie escuche a los muertos.
Soy un fantasma que regresó al infierno, porque los demonios del pasado me alejaron del cielo, y me hicieron esclavo de mis lamentos, prisionero de la melancolía, y espíritu sin sendero terrenal.
Soy una semilla estéril que perdió la frenética carrera hacia la vida. No supe luchar, no supe correr, no supe ambicionar. Me quedé sin fuerzas en la batalla, y estoy pagando las consecuencias de mis errores. No puedo pedir revancha, no puedo reeditar la historia, no puedo pedir perdón. Estuve muy cerca de conocer la vida, pero no recibí suficientes plegarias del destino, para germinar el milagro fortuito de la existencia.
Nadie conocerá el color de mis lágrimas, nadie conocerá la hipocresía de mi sonrisa, nadie conocerá la verdad de mi traición.
Yo sufrí una Experiencia Cercana a la Vida (ECV), y tal vez imaginarme vivo fue el peor de mis castigos, porque ahora siento que la nostalgia no es lo mismo que la añoranza, y la añoranza te destruye los sueños rotos.
No tengo manos, no tengo ojos, no tengo piernas. Aquí no hay corazón, no hay suerte, no hay dinero. Estuve cerca de penetrar los labios de la sociedad, pero me alegra saber que la suciedad de la Humanidad, jamás me regaló sus peores canciones de cuna.
Quería vivir un poquito, no lo voy a negar, pero en la muerte encuentro descanso eterno. No soy pecado porque no me suicidé, no soy desgracia porque no me humillé, no soy sombra porque no nací.
Hubiera querido dar mis primeros pasos, hubiera querido asistir a la escuelita, hubiera querido ser lo que jamás fui. No hay consuelo para los vagabundos que deambulan por el Universo. Tampoco hay consuelo para quien osa la vida en una eterna hibernación.
Yo sufrí una Experiencia Cercana a la Vida (ECV), y estoy seguro que causé un gran dolor a mis padres y a mi familia. Ellos me esperaban con los brazos abiertos, pero los clásicos nueve meses fueron mis trece coronas de espinas. Un embrión embriagado en confusiones y tiranías, que la placenta fortalecía con el sabor de la televisión basura.
Yo solito me encargué de secar el líquido amniótico, porque me sentía ahogado en un pueblo occidental que odiaba profundamente. Me gustaba la lluvia andina, y no quería el calor zuliano. Pero juro que no lo hice a propósito, solamente quería huir sin mirar atrás.
Yo sé que ustedes deseaban protegerme, pero mientras más se acercaban las estrellas, me sentía más quemado dentro del sol.
Estoy arrepentido de mi egoísmo. Rompí promesas de amor, fui motivo de divorcio, inyecté veneno al hogar. Peleas, abusos, reclamos. Lamento no haber sido capaz de abandonar el cascarón, lamento no haberme despedido antes de partir, lamento tener que lamentar lo que nunca existió.
Yo sé que la puerta se cerró con llave, y me duele no saber mi nombre. Mi papá quería llamarme Omar Ruperto, y mi mamá quería llamarme Carlos Ruperto. No sé cuál hubiera sido mi nombre y mi apellido, pero aunque no conozco mi posible identidad de vida, debo admitir que la muerte no tiene acentos ni enredos.
La bola de cristal deletreaba la palabra piscis, pero el horóscopo de marzo se equivocó de signo zodiacal, y la genética no acertó la fecha de mi nacimiento, porque a veces los peces se ahogan en el sangrado transvaginal de la pecera. Yo no quería vivir incomunicado en una húmeda coraza de vidrio, y por eso fui una prematura violencia en un océano de paz.
No hubo balón de fútbol, no hubo muñeca de trapo. No hubo escarpín azul, no hubo escarpín rosado. No hubo presentación en el templo, no hubo fiesta de quince años. No hubo menstruación, no hubo masturbación. No hubo carne de res en el asador, porque solo hubo un feto sin vida en el ataúd.
Yo sufrí una Experiencia Cercana a la Vida (ECV), y no tengo amigos para desahogar mis penas, porque la enemistad hubiera sido mi razón de ser. El odioso que escribe con resentimiento, aunque deseaba un mundo de alegría con globos de felicidad.
Mis globos fueron negros, mi sepulcro fue negro, y todos se vistieron de trajes negros. Había desasosiego, un clima de reproches, y blancas flores con olor a tragedia. Ellos invocaban la santa oración de un santo que jamás conocí, y me duele negar su ayuda en tiempos de tempestad, pero sin vida no hay fe, solo hay rebeldía en el desierto.
Ese día estuve tan abandonado, tan amargado, tan entumecido. Yo quería consolarlos y aceptar mi derrota, pero terminé siendo otro motivo de dolor y discordia.
Si cultivé dolor sin haber nacido, imaginen qué tan dolorosa es la vida. Me duele todo lo que a ti te duele, porque no pude nacer en la vida. Si hubiera nacido, supongo que no me importaría tu dolor, y jugaría naipes mientras te decapitan en la guillotina.
Me dijeron que la sociedad es muy insensible, muy salvaje, muy agresiva. Yo no tengo conciencia para ejercer la violencia, porque mi mortalidad fue una gota de inmortalidad, que se consumió tan rápida como las cenizas del crematorio.
Por fortuna sufrí una Experiencia Cercana a la Vida (ECV), y no sufriré el trauma de morir horneado para hallar la paz celestial. No sufriré el rechazo popular por defender la bandera del arcoíris. No sufriré el martirio de la cruz un lunes por la mañana.
Tan lejos y tan cerca. Intenté dar las pataditas, me gustó el ácido fólico, enloquecí tus hormonas. Todo iba viento en popa, pero las marejadas de injusticias se robaron el sagrado alumbramiento. Luché con uñas y dientes para descubrir el secreto de la vida, pero sucumbí en un frío río de sangre, que se mecía como el mediodía de viernes santo.
Me dijeron que la iglesia prohíbe la sexualidad entre hombres, porque todas las religiones nacen con el único sentido de la homofobia, pero yo deseaba nacer en absoluta libertad.
Para vivir necesitaba agarrar al toro por los cuernos, pero detestaba la tauromaquia. Para morir necesitaba voluntad para no querer vegetar, y tuve que cerrar la ventana para ocultar el resplandor.
Aquí en el valle de la muerte no hay emociones. Me dijeron que en la vertiginosa vida, los Seres Humanos sufren depresión, esquizofrenia y bipolaridad.
Yo sufrí una Experiencia Cercana a la Vida (ECV), y no quisiera atragantarme con tantos problemas del mundo moderno. A veces me arrepiento de no haber nacido, pero cuando pienso en los grandes dolores de cabeza, me siento aliviado de pernoctar en el limbo de mis torturas.
El valle de la muerte no es tan malo ni tan aburrido. Aquí hay respeto, tolerancia, hermandad. Es cierto que todos vivimos con el estigma, de lo que pudo ser y no fue, pero sabemos que la vida es una elección, no es una obligación. Nadie quiere ser angelito perdido entre los árboles del bosque, pero cuando dos cuerpos juegan a ser dioses y se unen en un solo orgasmo, entonces fallan las matemáticas y nace la bendita célula de la duda.
Dudo que me comprendas, porque yo no tengo zapatos para caminar tu camino, pero puedo asegurarte que la vida no es un juego. Fui una apuesta, y perdí. Fui un capricho, y volví a perder. Fui una borrachera, y perdí los papeles. Yo sé que estorbaba como náufrago a luna, y por eso no quise nacer babeando en berrinches.
Si hubiera nacido, no tendría filosofía para brillar con luz propia, creo que vomitaría el cáncer que me impidió yacer contigo, y estaría resucitando el pecado con la imagen por ultrasonido.
Olvídate de mí, estoy muerto y tú lo sabes. Deja de torturarte con recuerdos que nunca existieron, no quiero seguir siendo tu recurrente pesadilla, no sigas vendiéndome de rodillas en la misa del domingo. Yo no nací, y no puedes recordar lo que jamás existió.
No hubo carita, no hubo dedito, no hubo huella. Es muy duro reconocerlo, pero es más duro negarlo. Juntos lloramos lo que teníamos que llorar, y no debes seguir sufriendo por instinto maternal.
Nacer, crecer, madurar, envejecer, morir. No te asustes si fallan los cálculos, pero si naciste con el pie izquierdo, deberás nadar contra la corriente para no ahogarte en altamar. Lo importante es atreverse a nacer, romper las supersticiones, y enfrentar venga lo que se venga. No seas un tonto como yo, que tiré el ancla antes de tiempo, y mi barco se hundió en la montaña, tan rápido como la primera ilusión de vida.
Yo sufrí una Experiencia Cercana a la Vida (ECV), y me gustaría retroceder las manecillas del reloj, para no boicotear mi poética proeza humana. Estoy seguro que vencería a mis enemigos, y bailaría con locura hasta el misterio del viernes. Pero la vida no me regaló una segunda oportunidad, no me regaló un nuevo comienzo, y no puedo sentir tus caricias en una absurda retrospectiva.
No puedo, simplemente no puedo. No puedo salir a la calle y decir que todo está bien, cuando mi alma se arrastra como serpiente por la carretera. No puedo gritarte que estoy abatido, porque al débil se le golpea más fuerte. No puedo curar tus heridas, porque aborté el remedio para curar esas heridas.
Las cadenas me oprimen. Quisiera un manantial de vida, pero pasan las horas y no se abren las alas. Ellos me pujan hacia el norte, pero yo pujo hacia el sur. No soy tercermundista, pero siempre viví ahogado en la inconsciencia.
No sé por dónde empezar, no quiero abandonar el valle de la muerte, aquí estoy seguro, confiado, animado. No tengo rostro para preguntarle al espejo, no tengo leche para que me amamanten, simplemente no tengo nada.
Dígame qué hice mal, cuántos años se pulverizaron, quién fue el médico de turno. En aquel hospital casi existo, casi me incuban como un huevo, casi doblegan mi credo. Pero yo siempre escribo al desnudo, sin tanques de oxígeno, sin condones, sin pistolas.
Me invitaron a nacer, y el nerviosismo me calló la boca. Mis neuronas no evolucionaron, y me alegra no haber perdido mi genuina ingenuidad. No tengo respuestas para todas las preguntas, pero desde el valle de la muerte puedo juzgar, sin temor de ser juzgado y asesinado por la espalda.
Yo sufrí una Experiencia Cercana a la Vida (ECV), y quizás algún cuento budista reencarne mi aventura. No tengo centavos para pagarte, pero puedo ayudarte a comprender la vida desde la muerte. Tengo el privilegio de vivir sin haber nacido, y si algún día emprendo el viaje de la vida, no habrá obstáculo que rebase mi quietud.
Nadie cortó mi cordón umbilical, no hubo cicatriz de cesárea, nadie dio gracias a Dios.
Siempre somos chantajistas por naturaleza, y si la criatura no llegó con vida a la Tierra, entonces culpamos a Dios por su insaciable sed de venganza. Sería muy bonito dar gracias a Dios, cuando un embarazo termina en aborto espontáneo, porque el tiempo de Dios es divina perfección, y fuimos nosotros los que jugamos con el don de la vida.
Madre no es quien engendra de su vientre, madre es quien educa a un niño, para que se convierta en un hombre de bien. Padre no es quien aporta el semen, padre es quien aporta sabiduría a su hijo, para que nunca pierda el timón del barco.
¿Quieres un hijo de Dios? En la calle hay millones de jovencitos y jovencitas, esperando ser adoptados por una madre responsable y por un padre responsable, que sacrifiquen sus vidas para otorgarles un refugio, una educación, y un futuro.
Yo no tengo futuro, aunque desearía ser rescatado del cementerio. Ojalá encuentre una mano de misericordia, que me ayude a no seguir delinquiendo, a no seguir maldiciendo, a no seguir llorando cada segundo de mi antagónica vida.
Todo o nada. La vida y la muerte. Cuidado y te acostumbras a pasar las mismas páginas del calendario, y en un pestañeo te quedas sin días para valorar el calendario. Lo único seguro en la vida es la llegada de la muerte, y esa gran sinfonía jamás pasará de moda.
Llegó el funesto ocaso del sol, y es hora de regresar al ombligo de la guarida. Aquí seguiré eternamente resistiendo la tentación de vivir, hasta que algún día pueda pedirte otra vez la bendición, y hasta que algún día se borren los imborrables dolores del alma.