Entre macroguarimba y terrorismo de Estado: Las dos rodillas en tierra

Vivimos una pequeña muestra de lo que los opositores oficialistas nos han propuesto para salir del peor gobierno en la historia venezolana: invasión de fuerzas extranjeras, guerra civil, caos generalizado. La macroguarimba, parar el país, dejarnos en la selva feroz de los instintos del sálvese-quien-pueda. Apenas una muestra del colapso en puertas, que no hace mayores distingos, si bien el sufrimiento es siempre asimétrico, como todo en una sociedad enferma de diferencias y privilegios, y no sólo de clases. La falta de agua y de luz, las pérdidas por los saqueos desesperados, la incomunicación, el hambre que asecha. Un siniestro abrebocas del desastre con que nos amenazan los halcones de Washington, y que, como fue evidente, el gobierno es incapaz de prever, enfrentar o detener. La debilidad es patente. No hacen falta las huellas insolentes de las botas verdes para sentirnos invadidos. Demasiada debilidad para gastar en pólvora.


No sabemos si esto fue el principio de la guerra que los Estados Unidos nos ofrece como “ayuda”, y que algunos inescrupulosos claman borgiásticamente. No hay pruebas de que haya sido un atentado (mientras el gobierno apela a palabrejas y consignas), y ya no importa. Lo que sí, es que la indolencia del presidente y de su ministro de propaganda agregó el ácido de la incertidumbre a las penurias sufridas. No se nos informó sobre la gravedad de lo sucedido, ni cuántas horas, días, meses se suponía teníamos que esperar, para saber actuar, racionar las reservas. No era el momento para determinar culpables y dar excusas (y… ¿ahora?), sino de ayudar a manejar la crisis. Pudo ser un duro simulacro preparativo para la “defensa de la patria”, y fue una tragedia, con gente varada en las calles, muertos en los hospitales, saqueos en muchas partes del país, pérdidas de todo tipo, y una absurda represión, ahora tocando las filas de la prensa.


Pero no hace falta sabotaje. Una vez más, el torpe manejo del capital público se suma a “los deseos” de la oposición oficialista de que Venezuela caiga al fondo de la debacle, para sustentar su índole redentora a cualquier precio. Se justifica, así, que lo que vienen diciendo –y haciendo–, durante 20 años, es y ha sido lo correcto. Todo en un mismo saco, por cierto, roto. Venezuela sirve hoy para defender las bondades inapelables del capitalismo más vulgar, ése que cunde por un mundo cada día más cerca de su autodestrucción. Ese triunfo pírrico justifica con la desgracia de Venezuela el fracaso del ideal socialista e igualitario, del cual aquí no vivimos ni los restos de su aspiración. Y ahora es pasto para que la rabia justificada se revista de los más absurdos deseos, guerreristas y asesinos, antinacionales y reaccionarios. Los gritos del “mueran todos” tristemente acompañan al “coño’e madre” que flota en la oscuridad de las calles.


Peor que el sabotaje es el que muy posiblemente haya sido una “cruzada coincidencia” con la destrucción sostenida de la infraestructura nacional, como parte del proceso inmoral de corrupción que corroyó la Venezuela rica, con su renovado neorriquismo y su invento de bolichiquismo miserable. De nada sirvieron las advertencias de expertos, durante años, de que se avizoraba una crisis por el ineficiente manejo de las industrias y los servicios básicos, se despreció como crítica política. La PDVSA minusválida lo demuestra, con un tercio de su producción media, y un sexto de lo que pretendía para estos tiempos. Un apagón de las esperanzas sobre el apagón de la decencia.


En general, en guerras y crisis se descubren nuevos vínculos por la supervivencia. Pero aquí afloraron también otras cosas. Me consta, directamente, que unas jóvenes preparon comida de urgencia para los hospitales, y en algunos de ellos no las dejaron pasar, les decomisaron los aportes, las amenazaron. No fue una política general insensible, como se pretende; no fue una orden de algún malvado, que siempre los hay; no fue una decisión militar de seguridad ni criterios de salubridad ante una situación como la que se estaba muriendo. Fue un grave indicio de la peor consecuencia de todo esto: la pérdida de la más mínima sensibilidad humana y social.


Argumentaciones insensatas e irresponsables demuestran la imposibilidad de una solución sin cambio radical. Lo que está sobre la mesa son las palabras del apagón: mayor destrucción y mayor sufrimiento para todos. El tiempo arrecia y la oscuridad avanza. Imposible salir del cerco financiero y económico internacional, rodeados de países con gobiernos enemistados y neofascistas, a lo que se suma una infraestructura debilitada en su máxima expresión, con PDVSA en caída mortal y la producción de otros rubros casi en cero. Una población desanimada y que se siente traicionada. Desabastecida, quebrada, aislada. Hemos sufrido una suerte de terrorismo de Estado sobre la misma nación. La destrucción total fue la opción final de Hitler, antes de su suicidio.


Parece ahora que se suman silencios, culpables, cómplices. ¿Ya se nos olvidó preguntar por la entrada triunfal de Guaidó, sobre el cadáver de las palabras de Diosdado y Maduro? Si hay un pacto entre ellos, o entre Trump y Padrino López, se está dando a la sombra del país. Es otro apagón que traiciona a una inmensa cantidad de venezolanos que no queremos que sea un mero diálogo; que el fin de este período horrible de malestar se haga de manera abierta y, sobre todo, no sea entre las dos cúpulas, ambas con graves responsabilidades. Un diálogo multiparticipativo, que pase por consultas populares con un CNE de consenso, por la despenalización y el reconocimiento de todos los grupos políticos, por involucrar a todos los registros y competencias profesionales. Sí, es una urgencia nacional –¿quién puede negarlo?–, y estamos convocardos todos o no habrá futuro. Un acuerdo nacional que evite que la solución salga de la boca ciega de las armas, propias o ajenas.


Quizás ya no esté en sus manos, Sr. Presidente, pero, de ni siquiera intentarlo, muy probablemente salgan todos con las dos rodillas en tierra, y con la tierra de todos arrasada.
 

 



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Alejandro Bruzual

Alejandro Bruzual es PhD en Literaturas Latinoamericanas. Cuenta con más de veinte publicaciones, algunas traducidas a otros idiomas, entre ellas varios libros de poemas, biografías y crítica literaria y cultural. Se interesa, en particular, en las relaciones entre literatura y sociedad, vanguardias históricas, y aborda paralelamente problemas musicales, como el nacionalismo y la guitarra continental.


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