A casi un mes de la invasión, la guerra en Irak no ha terminado, pero estaría en sus toques definitorios. El asalto a la antigua ciudadela de Tikrit (a 173 Km. de Bagdad), así lo determinan. Sobre todo cuando relacionamos el curso de las acciones militares en relación directa con los fenómenos políticos y sociales que presentan las calles de Bagdad.
No sólo son los tanques “aliados” bordeando la plaza central, derribando estatuas fosilizadas, tomando por asalto el Hotel Palestine donde apenas ayer masacraron al periodismo, mostrando al mundo la bandera de los ocupantes sobre el rostro de bronce del dictador, es, sobre todo, la muerte súbita de Bagdad abandonada sin resistencia. Dónde está Sadam, o si está vivo o no, es un asunto irrelevante desde estos puntos de vista.
Su pueblo quedó diezmado por el terror que impuso la mayor cantidad de bombas jamás explotadas sobre una sola ciudad en menos de 20 días (no hay precedente según expertos militares).
Del nacionalismo irakí al venezolano
La desmoralización alimentó la impotencia social y lo que pudo ser una guerra de defensa anti imperialista con apoyo de masas, parece terminar como terminaron los enfrentamientos de Argentina en Malvinas, o de Panamá bajo el dictador Noriega. Dos casos como el de Irak: regímenes antidemocráticos que se atrevieron a enfrentar al imperialismo, sin apoyarse en su población y los oprimidos del mundo para la guerra.
Este elemento clave en la defensa de la Nación fue sustituido por un estricto control estatal de las armas y la población. Los triunfos anti imperialistas del siglo XX demostraron que no puede haber guerra revolucionaria de masas sin la libertad social de poder llevarla a cabo. Ningún mártir suicida, fedayín o tropa de élite, con arma química o sin ella, puede romper esta ley. Menos con invocaciones bíblicas sin base social, que en una realidad contraria a la vista, pudieron servir de carburante moral para la defensa de las ciudades.
En ese mismo ángulode análisis, Irak es lo contrario de Venezuela. Eso se ha
demostrado desde el 13 de abril de 2002. Siendo ambos, gobiernos y movimientos
nacionalistas, se diferencian en varias cosas, pero una es, en este momento, la
clave de la comprensión de lo que pasa allá, como de lo que pasó en la
revolución nacionalista bolivariana. Destinos distintos porque fueron diferentes
los métodos de lucha, los criterios de defensa anti imperialista. En Irak, el
partido Baaz se negó a armar al pueblo, no se apoyó en él y se refugió en
el aparato de estado.
En Venezuela ocurrió exactamente
lo opuesto. Por eso, esta semana de abril pudieron celebrar un triunfo
contra el golpe de Estado, apenas uno de los métodos de guerra usados por el
imperialismo durante el siglo XX.
Qué más cae con la estatua de Sadam
Este
peligro de impotencia social en Irak fue advertido. Hace muy poco, en el Foro
Social de Porto Alegre, en Brasil, la monja dominica irakí, Sharine, habitante
de Bagdad, lo puso de relieve: “El pueblo irakí está deprimido, como
aceptando su condenación, su “sino”, su destino... no habrá ninguna reacción del
pueblo. El pueblo no está armado.” (revista Brasil de Fato, 1/03/03)
El pueblo de Irak fue desmoralizado desde afuera por las bombas y desde adentro por el régimen. Después de tres guerras en 20 años, una década de ataques militares constantes que destruyeron su agricultura e industria y produjeron hambre masiva, bajo un régimen sin apoyo social, era esperable la estampida de las tropas de Sadam. La otra cara de la desmoralización en la mayoría son las celebraciones y los saqueos en 11 ciudades no kurdas, así sea de una minoría.
Sobre esa vulnerable realidad social y política interna, se produjo el “asalto” ideológico que vemos en Bagdad, Mosul, Kirkut, Basora, Kurdistán, etc. Los invasores se apoyaron en el odio al dictador para convertir su agresión imperialista en una grotesca fiesta libertadora sobre los escombros de la ciudad.
Con la estatua de Sadam cayó también la nación iraquí. Sería una extrañeza histórica que un jefe de Estado que se hizo erigir tantas o más monumentos que Anastasio Somosa en Nicaragua, pueda ser visto como una entidad terrenal por la que vale la pena entregar la vida. Pero Sadam no es Somoza, ni Irak tiene su Sandinismo. Las estatuas del dictador centroamericano fueron derrumbadas por una revolución popular.
Tal es la inversión histórica que produce este modelo de nacionalismo autárquico y totalitario, que hasta Silvester Stallone y el joven Bush podrían llegar a sentarse al lado de Alá en calidad de Kalifas digitales del siglo XXI.
La historia continúa
Aún falta saber qué pasará con las 100 mil tropas leales a Sadam situadas a 145 Km al norte de la capital, sitiadas por los kurdos y estadounidenses. Qué harán los más de 30 mil hombres de las tropas de élite que se refugiaron al noroeste de Bagdad, los 5 o 6 mil brigadistas islámicos venidos del mundo árabe y asiático, o los Fedayines y cuadros del partido Baas. También están los que juraron martirio y podrían esperar agazapados en los vericuetos de la abigarrada ciudad de las Mil y una noches.
Todo eso está por definirse. La defensa militar no ha terminado. La caída de una parte de Bagdad no es el fin de la guerra.
Lo que no deja dudas es que territorialmente las fuerzas invasoras tienen el control de más del 70 por ciento de las zonas pobladas, de sus centros de producción, sobre todo petróleo y gas, del espacio aéreo y marítimo y del centro político de la ciudad de Bagdad.
Si bien esta guerra no es, precisamente, de posiciones sobre el terreno, no es menos cierto que el espacio y el poder del régimen de Hussein se han reducido a su mínima expresión militar, social y política. La estructura gubernamental que tenía Irak ha caído. El poder se arrinconó en un pedazo de Bagdad. El resto se desmoronó.
Sin embargo, la historia continúa. Con las tropas aliadas llegará la más inmisericorde explotación y opresión para poner en caja a una nación acostumbrada a no obedecer los designios imperiales desde hace más de dos décadas, y eso, no se gana en una guerra. Es allí donde comienza otra batalla, la de una resistencia anti imperialista post Sadam cuyo final es imprevisible para las “bombas inteligentes”.