Esta mañana traté de recordar a los cinco continentes, producto de una noticia que estaba viendo en la televisión donde decían que África era el continente donde se estaba evidenciando con mayor precisión el problema del calentamiento global por culpa de los gases que perjudican al medio ambiente. Siendo este continente el que, paradójicamente, emite menos gases tóxicos en el mundo. ¡Qué injusticia!. El caso es que esta noticia me hizo preguntarme, a manera de recordatorio, cuáles eran los otros cuatro continentes. Y en medio de la discusión mental, uno de los continentes se me perdió con gente adentro y todo.
Cinco minutos después, luego de una llamada telefónica, comprendí que eso fue sólo una metáfora. Una alusión a algo premonitoriamente vivido durante los últimos tres día. Efectivamente, se me había perdido un continente de verdaitas. Pero era un continente de palabras. Traspasó la barrera y desapareció en medio de un mapamundi de letras. Trasmutó, se hizo entonces más liviano y pudo escapar. Se me fue de este mundo a orillitas del Sapo Llorón el rollito que no cesa. Condenado Blas, te nos adelantaste en la conjugación del verbo morir. Y contigo se me fueron las palabras no escritas, las conversaciones no realizadas, los cuentos no dichos, desaparecieron contigo los poemas en la punta de las yemas de tus dedos, la historia en manos del mejor periodista de la bolita del mundo, como diría Cheito.
Se me perdió un continente. Blas Perozo Naveda. Así mismito es. Terminó por irse a reescribir en el mapa universal, la historia del abuelo y la Lituana, esa mujer que con sus tobillos gruesos y sus piernas largas, no dejaba de atormentarte el alma. Te me fuiste mi Blas. Y contigo se fue también un pedacito de mi historia y de mi vida. Fuiste la representación viva de quien en otrora fuera mi mentor, mi amigo, mi confidente y mi padre literario. Se me clava en el corazón tu partida y me duele en el alma, porque te llevas mucho de los dos, que era tuyo y mío por designio del universo.
Hace más o menos un mes te escuché decirme que tabas´bien. Confinado, metido en tu casa en Maracaibo. Hoy seguro estás mejor mi Blas. Agradezco a esa energía universal el haber tenido la oportunidad de conocerte, de haber compartido contigo en varias ocasiones, el cafecito en ese centro comercial, que era nuestro punto de referencia para el encuentro en estas latitudes parameras. Disfruté junto a ti, tus relatos periodísticos en aquellos almuerzos que hacíamos alargar hasta bien entrada la tarde, para no perdernos el placer de revivirlos, tú, en el cuento certero, preciso, histórico, fidedigno, desde la postura de quien vive en carne propia los momentos fulgurantes del país, yo, escuchándote e imaginando tus peripecias en el mundo de la adrenalina periodística. Fuiste y serás mi maestro, mi amigo, mi poeta.
Recuerdo clarito cuando Hugo Moyer, en un mensaje de texto me habló de ti. Me pidió que tratara de comunicarme contigo para ver si era posible que entablara una relación de amistad y que nos conociéramos, porque Hugo sabía lo bien que me iba a hacer conocerte. Él estaba seguro que nosotros teníamos mucho que recordar juntos. Hugo sabía que tu alma estaba impregnada de la fragancia del Sapo Llorón, de manera que, con cierta precaución y para no espantarte, un día me decidí a mandarte un mensaje, que recibiste con mucho agrado. Y fue a partir de ese momento en que comprendí que tu esencia era la misma de Cheito. Hugo tenía razón, me hiciste mucho bien.
Gracias, gracias, gracias mi querido y amado Blas. Hoy con lágrimas en los ojos te despido de este mundo pero te quedas clavadito en mi pecho y cuando se me pase la resaca de tu partida, trataré de ordenar el mundo poético que creaste únicamente para mí. Gracias mi Blas.