Tuvimos la dicha de conocer y compartir con Renato Agagliate durante algunos años en la población de Sanare, estado Lara. Lo conocíamos referencialmente por la actividad cultural en la que andábamos en algunos barrios de Barquisimeto. Nuestra amistad se cimentó en la palabra compartida sobre temas relativos a la ecología, la política, la educación, los libros, la música, la poesía, entre otros tópicos. De Renato Agagliate queremos destacar la vigencia del cuento “La Tos de Bolívar”, escrito para homenajear al Padre Libertador con motivo del bicentenario de su nacimiento en el año 1983.
En este cuento Renato Agagliate pone a dialogar a un humilde limpiabotas con Simón Bolívar en una fría noche en un pueblo que bien puede ser cualquier pueblo de nuestro país. El niño se ofrece limpiarle las botas y en la medida que lo hace va contándole a aquel lo que de él había oído. Hay un momento en que Libertador pregunta ¿Cuánto te debo? Y el limpiabotas responde Dos bolívares, señor. “¿Bolívares? – dijo Bolívar - ¿Qué moneda es esa? ¿Una moneda con mi apellido? ¡Santo Dios! Que ya no entiendo a este pueblo. Yo, que soñaba quedarme en su corazón, he parado en sus bolsillos…”
Hoy, cuando el afán demencial del imperio norteamericano y de sus cipayos locales lleva a cabo un ataque a nuestra soberanía, resulta triste ver como este ataque contempla el imponer el uso cotidiano del dólar para cualquier transacción. Y nos preguntamos ¿la economía venezolana se dolarizará definitivamente? ¿Cómo garantizar la defensa de nuestra soberanía y de nuestra moneda si desde muchas instituciones gubernamentales se hacen ofertas en dólares? ¿En qué quedaron aquellas propuestas del Comandante-Presidente Hugo Chávez de desarrollar el trueque usando para ello monedas locales donde destacaba el gentilicio y el patrimonio del pueblo venezolano?
En realidad esta guerra multifactorial obliga a una respuesta con características similares. O internalizamos lo que significa ser un pueblo soberano o seguimos construyendo ese instrumento ciego para nuestra propia destrucción. No hay de otra.