Existe una décima decembrina que posee un inexorable encanto narrativo y de particularísima vivencia social. La razón parece surgir porque nos cuenta desde la versificación, desde el poema rimado, un suceso, un hecho, un mito, una creencia o un acontecimiento que parece tejer un contexto histórico, una trama socio-cultural y un tenor humano-ser social, generalmente, maravilloso y estupendo que, también, se desborda de asombros y se inunda, entre sorpresas y deliciosos estupores. Lo súbito, de igual manera conocido y heredado, lo sabiamente repentino, se instala en la cotidianidad de las cosas pasadas y presentes, incluso en las futuras, tornándose, de esa manera, en un verdadero tejido social compartido y de intrincado deleite en el que los pueblos se hacen niños. Las miradas, los encuentros, el goce del yo colectivo tornasen, indiscutiblemente, en un hecho familiar popular, colectivo social por excelencia, que alcanza sonoras muestras de amor desbordado, aliento de tradición simultánea, heredad liberada y colectivo redimido, incluso revolucionario. Un sinfín de cosas fabulosas, inventadas y compartidas por todos, convierten al colectivo social en un granuja popular de amables delitos amorosos, tradiciones encontradas, presentes y futuros construyéndose, entre añejos y nuevos tiempos. La vida colectiva, comunitariamente compartida, se asoma a la memoria social del pasado para proyectarla a un futuro, demasiado inmediato, de nostalgia presente, alegre y lúdica. La escena es una puesta de amor solidario, de memoria nombrada, de tradición presente y práctica étnica-cultural. Se podría decir en los versos del mismísimo Aquiles Nazoa: Hay allí algo de primavera archivada.
El verso que narra, que echa el cuento, que nos permite peregrinar escenas de otros tiempos nos puede permitir remantizar un pasado de tradición e invención del presente cobrando.
De esa manera, una tiernísima verdad histórica, un mito real ocupa la escena de las tradiciones y las maneras de asistir a la vida de otros tiempos, épocas añejas. La rima nos permite participar como un particular y gozoso espectador de la historia narrada, contada o referida. Pero en modo alguno, viene una historia simplemente alusiva, apenas señalada. Esos versos rimados encarnan y simbolizan memoria y tiempo; angustia e impaciencia. Una angustia melancólica de la búsqueda necesitada, la indagación requerida. También del desamparo las puertas parecen cerrarse. Así transitan aspectos básicos y fundamentales de lo que pudo haber sido un hecho histórico que, por haberse convertido en tradición, forma parte del imaginario colectivo de los pueblos. Una personalidad cultural adquiere forma de tradición presente, siempre actual. Cuando la Natividad es narrada desde la Fe, contada desde la elegante paciencia del saber y de la implacable angustia de tocar las puertas de quienes tienen lecho tibio, pero nadie corazón, la décima enseña, el verso rimado ilustra, el pie de la rima brinda un regalo al alma colectiva. Así comienzan las décimas de uno de los poemas de la Navidad que se ha convertido en un clásico de la poesía popular y de la tradición navideña. La poiesis de la Natividad del Señor se viste de elegantísimos versos rimados para arribar al mundanal ruido. La esperanza teje la calma y la expectación de una posada en tanto lecho prestado augura el nacimiento de un Niño. Ese gran y más sublime poema decembrino es y será siempre Retablillo de Navidad del siempre maravilloso Aquiles Nazoa:
De su esposo en compañía
soñolienta y fatigada,
por ver si les dan posada
toca en las puertas María.
Él le dice "esposa mía,
ten calma, vamos a ver…
nos abrirán al saber
que te encuentras en estado
y un lecho busca prestado
tu Niño para nacer".
Un retablo, en esta oportunidad, se construye de las palabras, de términos poéticos, de lenguaje creador y los versos rimados lo convierten en Retablillo. Sus componentes son poesías. Será una transmutación divinamente lograda. Es este un Retablo tallado con pie de décimas, con versos andariegos, con rimas acabadas, que tejen la angustia divina, pero extremadamente diaria, de quienes están a punto de ser una madre y un padre y que representan una historia gloriosamente cotidiana y cotidianamente divina: buscar un lugar donde un alumbramiento se suceda y pueda arribar al mundo un Niño. Si el retablo significa un establecimiento para una representación, un espacio para que se cumpla un suceso, un lugar para contar una historia, un pórtico para mostrar una imagen; el tratamiento con el uso de la palabra Retablillo le confiere un bondadoso tono de humilde espacio, de elegancia sublime y de caridad consagrada por el destino de la humanidad doliente. Algo así como tener una infancia pobre pero no triste, nunca triste, como la que tuvo el autor de semejante poema.
El frío hará de las suyas y un humilde paltocito se convierte, de pronto, en un hermoso y perfecto manto de amor y paciencia. Seguramente, una franela sea la vestimenta más tiernamente humilde que se pueda usar para emprender cualquier viaje, y si es el de maternidad siempre habrá un frío que sabe arribar por las roturas hasta la angustiada piel de quien se sabe padre. Y en aquellas condiciones tan privativas y específicas, pero atiborrada de ternura espiritual, la rima anda y desanda el relato poético narrado con simpatía, algo de silencio y camino transitado. Un tímido aliento viaja con una divina parsimonia. El viento frío se aloja en una carne virginal e intacta, que se sabe Madre del Salvador del mundo.
Pues tiembla la Virgen bella,
él se quita en el camino
su paltocito de lino
para ofrecérselo a ella.
"Vaya mi linda doncella
con este mango abrigada"
dice con gracia forzada
mientras siente las diabluras
que hace el frío en las roturas
de su franela rayada.
Una gracia demasiado comprometida teje un gesto de amor y protección maravilloso y sorprendentemente compartido. Unas suplica se hace modesta, incluso recatada. Lo mercantil se transforma en exigencia y una misma contestación aparece en cada compuerta. Un ir y venir, un tocar aquí y allá, parece aliviar la búsqueda necesaria con alguna travesura que se torna en amable y afable vileza. Todos parecen estar de acuerdo con la idéntica contestación. Seguramente nuevas lágrimas dejaron caer el desaliento. Otro
desánimo se vuelve presente, transcurre el desamparado recorrido. Los portones se cierran. De seguro aquellos futuro padres emprendieron sus suplicas al cielo. Un sonrojar de alguna picardía, accidental y fallida, trata de hacer elegante una negativa permanente. Perduramos animados por la fe colectiva, la pasión del encuentro y el amor socialista.
De portón van en portón
suplicando humildemente
y en todos les da la gente
la misma contestación
"esta casa no es pensión"
o "cuánto van a pagar…"
y en uno que otro lugar
hay quien al ver a María
dice alguna picardía
para hacerla sonrojar.
Los corazones sienten estar escapados, huidos de la bondad, duros como una piedra. Pero verdaderamente hay muchos lechos, muchos camastros, negados. Los tálamos asisten y están presentes en esa búsqueda que ya produce cansancio, lasitud; aflicción, desconsuelo. Las lágrimas invaden a María. Un astro los acompaña. La luna parece dar alguna señal, quizás transmuta las lágrimas de aquella mujer, virgen todavía, que quiere entregarle al mundo su primogénito hijo. La noche se torna enorme y despoblada de almas y corazones cotidianamente solidarios. Sólo la luna abre sus portones. Sólo la luna abre sus compuertas. Unas compuertas se agrietan, se separan como flores regadas por el tiempo, encharcadas de amor divino, semejan un villancico popular. Una pena sin alivio danza al compás llantos y sollozos. Y una mirada también se separa como quien extiende sus brazos para acoger el arribo del amor de la Natividad.
Qué pobrecitos que son,
qué pena tan sin alivio,
todos tienen lecho tibio
pero nadie corazón.
De cansancio y aflicción
la Virgen se echa a llorar
y torna triste a mirar
que en la noche alta y desierta
la luna es como una puerta
que se abre de par en par.
De la luna pareciera salir un pastor al encuentro que le ofrece posada a aquellos futuros e inmediatos de padres amados por la Buena de Dios. Y el amor parece desbordarse cuando invade y asalta a los peregrinos. Todos abandonan sus haceres y quehaces. Algo parece decirles: busquen los bollos y la bebida. Busquen la alegría extraviada, huida. Una gran celebración se acerca precipitadamente. El amor parece rebosar y colmar la sorpresa. Se trata de la fiesta de la Natividad, un nacimiento peculiarmente hermoso y sublime. Esta celebración podría tener-y de seguro la tiene- sus bemoles, sus falsas verdades, sus creencias militantes, sus modernas ceremonias de expresarse y sus contemporáneas maneras de evocarse. Pero su belleza en estas décimas de Aquiles Nazoa brindan, en diciembre, uno de los más hermosos poemas que se escribiera sobre la Navidad.
A la casa de un pastor
van por fin José y María,
solo piden hostería
para que nazca el Señor.
Pero hay allí tanto amor
por los buenos peregrinos
que la pastora sus linos
abandona en el telar
y al punto les va a buscar
cuajadas, panes y vino.
Un establo, un pesebre, un aprisco constituyen, también, lugares para el prójimo doliente, cuya fe resulta imposible de vencer. Un manto se abraza a la tierra, todavía húmeda. Rociada de lágrimas y frío pero un inmutable amor toma por asalto la existencia de aquella Madre de Dios y Madre nuestra. Muchos sabios participarán con su presencia y los regalos serán una adivinación del porvenir por el vuelo de las aves. La Estrella de la Paz los guiará. Quizás un cometa de rumbo equivocado o una lágrima de Dios por sus hijos desasistidos. Un delgado botón dobla un cuerpo bendito. Un reguero de bendiciones sale disparando rosas esculpidas de ternura rebosadas de proverbio encendido, de salmo consagrado, de canto del canto. Un abrasador llanto se desprende de un cuerpecillo santo. Un bendito, sagrado y bienvenido brota del vientre de María.
La historia contada por Aquiles Nazoa, en su extraordinario poema Retablillo de Navidad, nos brinda un augurio descomunal en versos rimados y décimas pintorescas. Construidas de tradición ancestral. Son octosílabos divinos. La estrella de laminilla todavía la cargamos en los bolsillos de la niñez compartida entre adultos que saben regresar más allá de la infancia. Y viejos de edad y existencia que han aprendido a celebramos los Misterios Gozosos: La Anunciación del Ángel a María, llamada la Encarnación. La Visitación a su prima Santa Isabel, el Visitatio. El Nacimiento del Hijo de Dios en un humilde pesebre en Belén. La presentación del Niño en el templo y el Niño perdido y hallado en el templo.
En una providencia poética se ha convertido la celebración de la Navidad. Es la fiesta de la Natividad, Nativis. Diciembre es una sola estrella de hojalata que guardamos en cada Nacimiento de todos los barrios del mundo pueblo creyente. El momento del alumbramiento hace su aparición como el brillo de un llanto de hojalata. Un recordatorio se hará permanente en cada época. El curso de la historia también muestra en un firmamento de alegrías su estrella de hojalata El presente transita hacia un futuro, construido de mucho y demasiado pasado. La Navidad es el porvenir del pasado, que de seguro tomará por asalto el futuro. La Natividad es un futuro descomunalmente presente.
Ya la Virgen tiende el manto
sobre la hierba olorosa
ya como delgada rosa
se dobla su cuerpo santo
y a través de un claro llanto
los ojos del buey la ven
llora el Niñito también
y la historia nos relata
que una estrella de hojalata
brilló esa noche en Belén.
Que abundantes y estupendas bendiciones se derramen y se viertan sobre toda la Venezuela de entonces, la nación Venezuela de ahora y la patria Venezuela de siempre.
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