Apenas habían transcurrido unos meses del gobierno del movimiento Farabundo Martí que derrocó la dictadura de la dinastía Somoza, allá por el año 1979, estando de visita en Caracas, en uno de esos sitios habituales para la concurrencia de los jóvenes de la izquierda, me encontré con una amiga y paisana, cumanesa como yo, con quien entablé lo que fue una larga conversación.
Supe que había estado de visita, como “invitada”, en todos los países de lo que unos llamaban el mundo socialista, para referirse a países europeos y otros como de mala fe, el “eje soviético”. Como también en Cuba, a donde hasta ese momento había ida tantas veces que ni siquiera podía recordar el número. Y en ese momento, se preparaba para marchar, dos o tres días después, por tercera vez, hacia Managua, a participar en una de esas actividades que, el recientemente nacido gobierno revolucionario de Daniel Ortega, preparaba para celebrar y difundir sus logros y propósitos a lo largo del mundo mediante la voz de esos invitados.
Mi amiga, a quien bien conocía, pues aparte de ser mi paisana, estudió como yo, en la misma época en el Liceo Antonio José de Sucre de Cumaná, nunca había sido militante de la izquierda; apenas había sido eso que llamaban simpatizante de URD, con vínculos muy superficiales con los jóvenes de ese partido. Sabía yo, porque eso era una práctica habitual, que esas invitaciones solían hacerse a través de las organizaciones con estrechos vínculos con aquellos gobiernos, como lo eran el PCV y el MIR y luego, y hasta poco tiempo después con gente de la llamada izquierda urredista, cuya existencia no llegó hasta el tiempo en el que me encontré con ella.
Sabía, pues estuve muy cerca, que los supuestos “invitados”, que no lo eran exactamente, sino escogidos por esos partidos en determinadas instancias, generalmente no estaban entre quienes desempeñaban el rol de dirigentes, por los apremios de la lucha misma, sobre todo en la etapa clandestina, sino entre simpatizantes o militantes de bajo perfil o poca responsabilidad a manera de halago y para comprometerles más con nuestras luchas. Al parecer, se pensaba que fuesen ellos los encargados de difundir los logros de esos procesos, pues eran como más propicios para ese fin.
Por esto, me interesé en saber, cómo ella había conseguido tantas y consecutivas “invitaciones” y particularmente por los detalles de las visitas que había hecho y estaba por hacer a Nicaragua.
“Pues sabrás”, comenzó por decirme, “yo no salgo de la embajada de ese país”.
Es esa una expresión coloquial para decir que se es asiduo visitante al espacio al cual se refiere el hablante.
Es decir, mi amiga, esas “invitaciones”, que en su caso parecían serlas, se las ganaba por “no salir nunca de la embajada nicaragüense”.
Ella iba y venía y hasta entraba a Nicaragua “como Pedro en su casa” y por supuesto, se desparramaba en elogios por lo que allá hacían, quizás bastante justificadas sus apreciaciones, tomando en cuenta que aquel movimiento había derrocado una dictadura familiar, salvaje y, además, llegado al poder, como heroicamente, en un país muy pobre y donde los Somoza se cuidaron de llevarse hasta el último centavo de los fondos públicos. Todo le parecía maravilloso, bien hecho y no encontraba motivos para una observación o crítica acerca de lo que pudiera ser un error o falla, pese aquí ya sabíamos de las discrepancias entre la dirigencia del Frente Farabundo Martí. Pues mi amiga, como suele ser en esos casos, como sucede con los visitantes “invitados”, estaba atiborrada de la información oficial y la que recogía en los espacios por donde les llevaban, aquellos “por donde pasa la novia”. Ella iba más como turista que como militante y en consecuencia observador y crítico.
En aquella entrevista o conversación con mi amiga, ya estando yo en la edad madura, habiendo perdido la concha que encerraba la inocencia, pude percatarme que ella, de buena fe, ponía énfasis, no en la “Revolución Sandinista”, sino en la oportunidad que aquello le daba para viajar y disfrutar de las cosas hermosas y ventajosas que eso comporta. Las intimidades de aquel proceso poco interés tenían para ella.
Ramonet, no creo sea como mi amiga, que se extasiaba más en hablarme de los paseos que disfrutaba en cada viaje, las exquisitas atenciones, la comida y hasta los contactos superficiales con las comunidades. El “español-francés”, como le llamó Maduro, tiene otras metas e intereses distintos a los de mi amiga. Y Ramonet, no sé si es profesional egresado de alguna escuela de periodismo, distinto a mi amiga, practica esa profesión y de ella vive.
A mi amiga, le llevaban por el mismo paseíllo que haría la novia, previamente aseado y hasta adornado y embellecido para la exhibición de cientos de visitantes e invitados como ella y hasta la gente preparada para recibirles, pero a Ramonet no. Este, experto en sus haceres, contribuye a elaborar la ruta y determinar los fines.
Digo lo anterior porque la entrevista hecha por el periodista mencionado al presidente Maduro, difundida por televisión el día viernes 1º en la noche, tuvo todas las características de un acuerdo previo. “Tú me preguntas esto y aquello, pues yo me llevaré hasta cifras para responderte”.
No fue Ramonet sorprendido por quien le informaba y lo que éste quería como mi amiga, sino estuvo en el acuerdo y en la elaboración del guion y eso, como se dice, tiene sus consecuencias y hasta va acompañado de gestos muy generosos, mucho más allá de lo que implica para aquellos inocentes visitantes.
La pregunta sobre la dolarización, de una gravedad e importancia enorme, por lo económica y estratégico, fue hecha y manejada por el periodista, que se presume de izquierda, con una liviandad asombrosa. Pareciera que su interés exclusivo fue sólo darle a Maduro la oportunidad de justificarse y además darle una respuesta en apariencia totalmente convencional y ajena a la verdad del asunto. Y el periodista, de “izquierda”, que uno espera crítico y responsable, se conformó con lo que el presidente le dijo, como que solo el 18 % de las operaciones comerciales, a lo interno de Venezuela, se hacen en dólares, mientras todos los venezolanos sabemos que, en las colas para pagar en cada negocio, la proporción es de 30 ò 40 a 1, entre quienes portan la divisa gringa y los que tarjeta de débito, para pagar con bolívares, de las distintas agencias bancarias.
Y el periodista que, si es bueno, equilibrado, respetuoso de sí mismo y del público, debió llegar allí, máxime estando con las preguntas ya cuadradas entre ambas partes, lo que ya es impropio, convenientemente informado como para repreguntar al presidente, se conformó con cada una de las respuestas dadas, contribuyendo al intento de informar mal a la ciudadanía venezolana y al público en general. El preguntó lo acordado y dejó al presidente que hablase a sus anchas y conveniencia. Una manera de ejercer el periodismo por lo menos excesivamente burocrática, para decir lo menos.
Allí se habló de educación y salud gratuitas y sobre todo de “calidad”. No se le ocurrió a Ramonet preguntar sobre los detalles, como si hay en los hospitales y centros de salud suficientes médicos, especialistas, medicinas, equipos y todos los implementos necesarios.
Sí, es cierto usted va a un hospital público y no le cobran, pero tampoco le curan, porque no tienen cómo hacerlo. Y esto no lo averiguó Ramonet. Como tampoco pregunto sobre el salario de esos médicos, de los demás trabajadores de la salud y de los educadores, quienes no ganan ni para pagar el transporte que les lleve de la casa al trabajo y viceversa y sobre las consecuencias que eso implica. Y debía estar preparado para repreguntar, en caso que, habiéndolo hecho, le respondiesen con el estribillo que todo se debe a las sanciones.
Si me preguntan a quien mejor juzgo, digo que a mi vieja compañera por inocente y poca capacidad para distraer.