La navidad en mi barrio, donde la pobreza absoluta no hizo asiento y reino porque el mar generoso y el manglar le mantuvieron a raya, casi le derrotan, sobre todo para los muchachos, no enterados de aquel singular y como simulado combate, llegaba con enorme carga de felicidad, sueños y alegría; con ella, también la disposición para muy buenas cosas aumentaba sensiblemente.
El desconocimiento de aquella singular realidad, el combate por la vida y contra la pobreza, por parte de los encargados de los mandos quedó de manifiesto, cuando su "progreso" de movimientos de tierras, vaciado de concreto y contratos de obras públicas, actitud irracional de cambiar el paisaje sin estudios u observaciones previas, destruyó el manglar, fauna marina y engendró pobreza. Porque es cosa extraña, el "progreso" pareciera destinado a multiplicar la pobreza y generarla donde antes no había, sólo por procurar beneficios a unos pocos. Por eso no es insensato que los pobres del mundo, excluidos, inteligentes y libres tengan como una piquiña contra aquél.
En el barrio el comer no era problema. De prodigar alimentos. hasta en demasía. se encargaba el mar y los pescadores que, en cierto modo, éramos todos. En nuestro espacio, nadie sabía qué era la pobreza. Algunos de los rasgos de ella, los que ahora conocemos, estaban distribuidos por igual entre todos, como los favores generosos del mar. De modo que en el medio nuestro no había un punto de referencia para que pudiésemos percatarnos que éramos pobres o que alguien lo era.
Porque, además, estrictamente hablando, no nos alcanzaba. ¿Cómo podía ser pobre quién tenía allí mismo un inmenso mar, una exuberante manglar y una mansa laguna, con toda una incalculable riqueza alimenticia y todo ello abierto para que lo disfrutásemos tomando baños a cualquier hora del día, según el gusto de cada quién? En mi caso, nunca me gusto bañarme en el mar en horas caniculares, además no era para mí saludable, cuando el sol quemaba el agua. Prefería las horas tempranas del día, en la tarde cuando el sol declinaba y hasta en las noches. También a cualquier hora, pero en un espacio donde el follaje marino, las matas del manglar, brindasen sombras. Lo que abundaba en aquel divino y bucólico reino nuestro.
¿Teniendo todo aquello, cómo era posible para un niño tener idea de pobreza, sobre todo si aquellos divinos bienes eran de todos? Cualquiera podía hacer lo mismo y disfrutar de ellos. A nadie estaban vedados. Felicidad, fantasía, alegría y solidaridad nos embargaban. Allí estaban el mar y el manglar, las bases de todo aquello y deambulaba en las horas solitarias, vigilando por nosotros y cuidándonos, el abuelito del mar. ¡El más generoso, bello y milagroso de los santos nuestros!. Algo muy singular, era un dios sólo nacido entre nosotros, sin iglesias ni sacerdotes que lo hiciesen suyos y pusiesen alcabalas.
Pero con los años, los del barrio, pudimos percatarnos que más allá, lo que habitualmente llamábamos el centro de la ciudad, había cosas distintas, ocurrían de manera diferente a las nuestras.
Los niños "del centro", espacios ocupados por comerciantes de buenos recursos, profesionales, el abogado, médico – no recuerdo que hubiese algún ingeniero o biólogo, menos ambientalista – propietarios de tierras y productores agrícolas, quienes vivían dentro de sus haciendas pero tenían casa en la ciudad donde residía la familia, funcionarios de gobierno, como el gobernador y sus subalternos más cercanos, el dueño del bar de putas de la parte de atrás de nuestro barrio, recibían regalos la "noche buena", justo cuando nacía el "Niño Jesús".
Entre nosotros era diferente, aquella noche nos acostábamos muy tarde, jugábamos incansablemente y también comíamos cuanto pudiéramos casi hasta reventar. La cena también era radicalmente distinta a lo habitual. Desaparecía de la mesa el pescado como misteriosamente, cual si fuese un jueves santo. Hasta el otro día, cuando el sancocho de pescado volvía a asumir su reinado para reponer a cansados trasnochadores. Esa noche de nacimiento, el pastel*, ese plato nacional de carne de cerdo y unas cuantos ingredientes más, dentro de masa de maíz y, a su vez, envuelto en hojas de plátanos, se convertía en la estrella gastronómica y, con aquella mestiza, aparecían unos extraños acompañantes que parecían surgir de la mezcolanza de la difusa memoria colectiva. Queso amarillo, turrones españoles, nueces, avellanas y otras cosas traídas por Trinidad.
En "el centro", hacían más o menos el mismo ritual, más abundante y con mayor cantidad de aquellas extraños y furtivos manjares; uno lo sabía porque muchas de nuestras mujeres trabajaban en casas familiares de allá, por los amigos de los más grandes que ya se atrevían en horas tempranas de la noche a visitar aquellos espacios por entrar al cine, conversar en las plazas, escuchar la transmisión del beisbol por las cornetas colocadas en los copos de los árboles más altos. Pero esa noche, los pequeños debían acostarse temprano; es más, por propia voluntad lo hacían, porque estaba por llegar el niño Jesús. Un zapato, como con descuido, se colocaba muy cerca de la cama y sólo al amanecer - porque niño que no se durmiese, Jesús le castigaba no visitándole - despertaban y cerca del calzado se hallaba el regalo otorgado a todo niño bueno. Porque Jesús, sólo premiaba a los niños buenos, igual que los Reyes Magos. Llegamos a creer que todos los niños del centro eran buenos, de los malos éramos nosotros, porque a ninguno de ellos, salvo algún caso raro, Jesús le dejaba esperando. En cambio, en el barrio era demasiado abundante el muchacho que no recibía regalo "porque se portó muy mal". Si indagaba por qué aquella calificación de malo le alegaban cualquier cosa abstracta, como "muchas veces no atendiste los buenos consejos" o "¿te acuerdas de aquella tarde que le diste un bolazo al señor Pedro?". "Pero fue sin culpa", alegaba el castigado; "pudo haber sido, pero eso fue malo".
Uno no sabía, que el mal comportamiento nuestro estaba determinado por algún rasgo de la pobreza que, pese al mar y manglar, nos alcanzaba. Entonces este, le hacía a uno malo. Cuando eso nos ocurría, ¡que bella era aquella vida!, uno confundido y triste, se comprometía no a dejar de ser malo, porque no lo era, sino a ser mejores que antes. Cuando recuerdo a mis compañeros más cercanos, descubro con alegría que lo logramos. Hasta llegamos a entender temprano las causas más hondas del por qué el "Rey Mago" de turno, unas cuantas veces no nos visitó y así desentrañamos todos los misterios, descubrimos las raíces más profundas y encontramos la razón de aquella ausencia. Supimos muy temprano que no nunca fuimos malos, sino que los fabricantes de sueños para vender y con ellos otras mercancías, en sus fábricas de pobrezas inventaban niños malos. Los malos fueron y siempre han sido ellos. Ese no era el reino del abuelito del mar, ni siquiera de "Los Reyes Magos" o del niño Jesús, sino de un rey violento y avaro que llamaron mercado.
A nosotros nos "ponían" regalos "Los Reyes Magos", cuando lográbamos la hazaña de "portarnos bien". Gaspar, Melchor y Baltazar, llegaban "graneaditos", uno a uno, 5, 6 y 7 de enero. Uno nunca supo quién era el nuestro. Porque un año nos ponía Gaspar, pero al siguiente podía ser Melchor o Baltazar. En veces, tres noches seguidas, nos acostábamos temprano y nos levantábamos ansiosos, porque nos dejaron para el último día o decidieron que nos portamos mal. De manera que, agradecíamos al Rey que nos trajo el regalo, pero no culpábamos a quién de ellos decidió castigarnos. Había en eso un divino y sutil secreto. No podía uno calentarse contra uno de ellos en particular, ni con nadie ignorando quién fue. Además, nuestras madres se encargarían de dejar aquello en calma, conformidad y bajo juramento mutuo que aquello no volvería a repetirse. Por supuesto, había algo malo en todo aquello, que uno aparte de no recibir regalo se sentía culpable. Era como un doble castigo. Nuestros padres, en su intimidad, también sufrían por una culpabilidad que asumían, sin ser tampoco suya.
Llegó el momento cuando empezamos a plantearnos el porqué de aquella diferencia. ¿Por qué el niño no quiere nada con nosotros? ¿Por qué los Reyes Magos no visitan a aquellos niños? ¿Por qué cuándo ellos reciben regalos nosotros no y al revés?
Un buen día, un cura que se acordó que nosotros existíamos y se apareció de visita, intentó explicarnos el asunto, no sin antes sorprenderse porque nos estuviésemos planteando tal cuestión. Es usual que alguna gente que vive en lo que cree el centro de la vida, se imagine a los de la periferia en la pobreza absoluta, para eso allá se trabaja y planifica. ¡Con razón la vieja España, creyó que los indios no tenían alma! Los pobres siempre son culpables de cuanto a su alrededor ocurra; no basta la pobreza.
"Eres culpable de tu propia pobreza y allí vivirás eternamente, no le busques cuatro patas al gato."
La pobreza, para quienes así razonan está ligada a las cosas materiales; esas que ahora salen medidas de las fábricas para que el dios mercado conserve su poder. El cual no proviene de esa misma falsa deidad, sino de las manipulaciones y maniobras egoístas de otros que se ocultan en cavernas malolientes.
El abuelito del mar era fuente de su propio poder. Era el mar y el equilibrio del entorno. Era el manglar, su belleza y abundante riqueza. Era nuestra imagen poética con su descomunal fuerza.
"Lo que pasa, dijo el cura, "es que el niño es pobre y no le alcanza para regalarle a todos y entonces espera que los Reyes, que son muy ricos, lleguen con regalos para quienes no recibieron en el primer repartimiento".
Entonces aquello se nos volvía no un derecho de los niños sino un acto de misericordia de última hora; y como tal, debíamos esperar para más tarde, justamente quince días después.
Así como llegó, habló, se fue el sacerdote, creyendo que había dejado todo claro y resuelto; quizás hasta le comunicó a su Obispo aquella proeza y creatividad convincente suya; pero nosotros quedamos con la misma duda y un mayor enredo. Su marcha dejó atrás un montón de preguntas.
¿Por qué no se cambian alguna vez? ¿Por qué un año el niño nos regala a nosotros y los Reyes a los del centro? ¿Si el niño es pobre por qué da los mejores regalos? ¿Por qué a mi casi siempre, cuando no me castigan por portarme mal, me regalan una pistola de papelillos, mala imitación de las de los vaqueros de las películas ambientadas en el "lejano oeste"? ¿Esto de las pistolas baratas también es por nuestra propensión a la maldad? ¿Por qué será que los niños del centro siempre se portan bien? ¿Por qué los del centro van primero y con el niño?
La pregunta "¿mamá por qué aquí a la casa no trae regalos el niño Jesús?", se respondía invariablemente, "bueno es que el niño no tiene para todos y hay que darle tiempo al tiempo para que lleguen los Reyes."
La verdad es que en mi casa y en las casas de mis compañeros se hacían gastos no habituales para celebrar la navidad. Había que estrenar de pie a cabeza. La inusual cena, que no la deparaban el manglar y el mar de manera directa, suponía unos gastos extras. Uno escuchaba en casa lamentos y manifestaciones de preocupación por los gastos que aquella fiesta exigía. Aunque también se percibía deseos de hacerlo y felicidad cuando se lograba cumplir aquella meta. Nadie se lamentaba por tener que asumirlos, sino que se manifestaba la necesidad de lograrlo. Uno bien sabía que, en nuestras casas del barrio, cada familia gastaba lo poco que tenía para festejar la navidad. Por eso, era natural que le "diésemos tiempo al tiempo."
Eso sí, los del centro tenían cosas mejores. De esas que se suelen ver y comprar. A ellas las asociábamos con el niño Jesús. Entonces ellos, eran los carajitos de él. Nosotros los de los Reyes Magos. La vida de ellos y la nuestra, con todos sus rasgos, estaban asociadas a uno u otro de aquellas figuras que siempre estaban en el nacimiento y aparecían en la navidad.
Pero teníamos al abuelito del mar que cuidaba y prodigaba la riqueza nuestra y nunca nos dejaba a la deriva. En cualquier lugar u hora, en horas taciturnas, aparecía y hablaba para dejar todo claro. Cuando se esfumaba, dejaba las cosas en orden y sin dudas para el qué hacer. Su generosidad daba para cuidar y velar además por los del centro.
Entonces, la respuesta a la pregunta ¿quién te pone a ti?, te identificaba con el barrio o el centro. Lo que es lo mismo, eras un niño de un lado, nivel, absurdas cosas, según quién te pusiera. Lo que nada tenía que ver con nuestras presuntas culpas; tampoco fue producto de un acuerdo o convenio comercial entre el niño y los reyes.
No obstante, siempre uno habrá de gritar con júbilo: ¡Feliz Navidad! ¡Próspero Año Nuevo! Todo porque el abuelito del mar nos hizo solidarios e incitó a buscar las respuestas y descubrir que, no hubo entre nosotros culpables. Nunca fuimos malos, ni crueles, como tampoco los muchachos del centro.