Fui a vacunarme, ¡increíble!: comprobando que del Purgatorio al Paraíso hay sólo un paso…

  1. A las dos de la madrugada vi aquel enjambre de sombras que habían llegado desde las ocho de la noche: bajo oscuros árboles, unos arropados con gruesas cobijas durmiendo en el suelo y otros metidos en sus carros roncando con la boca abierta, otros sentados en los brocales, algunos deambulando para vencer el frío, y me dije, sobre todo, mirando a cientos de ancianos agolpados en la entrada de este centro asistencial: "-Y pensar coño, que aún después de vacunarnos, de todos modos, nos moriremos".

  2. Porque lo grandioso es creer que vamos a vivir para siempre, y que mientras más viejos, más queremos seguir aquí en este mundo. En la cola, un anciano le decía otro: "-No se queje tanto y dé gracias a Dios que hemos llegado a esta edad". Ay, pero en aquel purgatorio los más terribles protestatarios eran los ancianos: qué empuje y cómo empujaban, cómo gritaban, maldecían y pugnaban por ser los primeros en entrar. ¡La vida! ¡Qué grandioso es seguir por siempre!

  3. En la cola en la que me encontraba, estaban los de setenta, ochenta y noventa años, si había alguno de cien, estaba coleado. Un maremágnum de seres con prótesis de todo tipo, con inhaladores unos, otros en sillas de ruedas, en camillas, con bolsas de suero, unos enyesados, otros con muletas, y no todos era legales. Llegaban disfrazados de enfermeros con sus grupos y entraban como Pedro por su casa. Pero, ¡Señor!, era admirable de ver tanta energía. Una señora a mi lado, llevando paso a paso una sillita plástica, que a empellones se impuso en su lugar, gritaba a cuatro pulmones: "¡Carajo, yo soy enferma oncológica, déjenme pasar, tengo derecho!"

  4. En aquella inmensidad a cuatro kilómetros a la redonda no hay un baño ni dónde tomar agua, y allí unos llevaban ya ocho y diez horas. Es imposible conseguir un baño para estas cosas en este país, y es horrendo, terrible. Y si usted entra a un centro asistencial lo primero que le dicen es que allí no hay baño para el público. ¡El Purgatorio!

  5. He hablado de cómo se chatarrea un país, y a veces somos nosotros mismos quienes contribuimos con nuestra manera ser a destrozarnos unos a otros: Unido a ese tipo de invasión pertinaz de los gringos nos encontramos con el caos y el delirio de nuestra indolencia en el terreno de la burocracia, con nuestra improvisación en casi todo: el desorden de primer orden. Como digo, había ido a ponerme la segunda dosis de la vacuna Sputnik. Salí a las 2 de la madrugada y cuando llegué al punto en el que ponen las vacunas, ya tenía por delante de mí a unas cien personas en la cola. Gente que estaba allí, como dije, desde las 8 de la noche.

  6. En ese punto asistencial, a las 3 de la madrugada, apareció un "líder" miliciano que comenzó a hacer un listado; vino a poner orden y creó el mayor desorden jamás visto, pero el "líder" estaba lleno de una autocomplacencia providencial y en medio de abucheos y protestas impuso su bestial e insólito método. Era un "líder" absurdamente carismático, impositivo, dominante y chistoso a la vez. Cargaba el tapabocas azul, de tiras muy flojas, colgándole por la quijada que parecía más bien un fular. El amanuense del "líder", paso a paso iba alumbrando con una linternita aquel listado. Se ufanaba el "líder" ante las maldiciones que le echaban y hasta le preguntaban cuántos dólares iba a cobrar por dejar pasar a la gente. El seguía imperturbable…

  7. El imperturbable "líder" arrostró toda clase de insultos, de los cuales él, como digo, se reía y a los que respondía con dichos y salidas sutiles y profundamente irónicas. Terminada su función y ya con el amanecer, el "líder" fue y se plantó en la entrada del centro asistencial a poner "control", y así se fue iniciando el espantoso despelote, y comenzaron a llegar multitudes de vivos a los que él dejaba pasar, de pronto surgieron otras listas, y la gente ya no creía ni en los Evangelios.

  8. A las 6 de la mañana, repentinamente, contra la cola que llevaba diez horas formándose, se generó otra cola, la cual fue considerada prioritaria. Apareció el director dando lecos y diciendo al principio que existía una sola cola, pero luego ante tantos gritos y espasmos cambió la regla y dijo que los setentones, ochentones y noventones, llegados o caídos del cielo formaran otra cola. Al caos total se agregaba la barahúnda de evangélicos que desde la otra calzada leían a grandes voces versículos del Nuevo Testamento; uno de ellos sentenciaba: "si ustedes creen que por portarse bien van a ir al cielo, están equivocados" A las puertas del referido centro asistencial se había ya formado la Dios es Cristo: un caos bárbaro y agobiante en el que era difícil saber qué hacer, si permanecer allí o salir corriendo y olvidarse para siempre de ponerse la referida vacuna. Si alguien allí tenía Covid se hubiera desparramado el virus fácilmente. A empellones me salí de la cola que hacía y me embutí a medias en la otra, en la que repentinamente se había inventado, y a empellones fui discurriendo entre maldiciones, gritos y desgarros ofensivos de los que me empujaban y querían adelantárseme, cuando en verdad yo me le había "adelantado" a unos cuantos.

  9. El fulano "líder" que durante tres horas estuvo haciendo un listado había desaparecido. Su listado era una farsa, un chiste, toda una bárbara burla con la que seguramente se había limpiado... A la final, porque me impuse y me emperré contra los que también tenían derecho a ocupar un puesto en esta paila infernal de aquel purgatorio, acabé llegando al llegadero, y el llegadero era el Paraíso: se podía respirar, hasta los colores y el sentimiento eran distintos. Nos comenzábamos a amar los unos a los otros, y nos reíamos de lo pendejos o de lo vivos que hemos sido en este mundo, y hacíamos amigos por doquier. La anciana que gritaba sobre su mal oncológico quería prestarle su sillita a otros que estaban peor que ella.

  10. Dentro del centro asistencial, todo era maravillas, orden, presteza en todo, las enfermeras unos seres sagrados amables y cariñosos y en recibiendo el milagroso pinchazo, hasta sin saber cómo, a Dios gracias, me sentí feliz… así vamos de desorden en desordenes de primer orden, y a la vez creyendo que estamos saliendo de abajo…, un tiempo en el purgatorio y otro en el paraíso…



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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