Con la pandemia, la tergiversación semántica y la lapidación de la palabra (https://bit.ly/36d82iJ) se erigieron en una constante de cara a la construcción mediática del coronavirus (https://bit.ly/2VOOQSu). La razón fue sustraída de la palabra y, en aras de configurar dispositivos de control y disciplinamiento del cuerpo, la mente, la conciencia y la intimidad, se tornó parte de las disputas por la creación y entronización de las significaciones en torno a la crisis epidemiológica global (https://bit.ly/3l9rJfX).
Si las sociedades contemporáneas ya vivían en una era de la incertidumbre, la pandemia radicalizó este estado de cosas. De tal manera que la falta de certezas se torna en angustia y ansiedad, y las preguntas conforman una bola de nueva ante la cual no existen respuestas acabadas, y cuando las hay, esas respuestas no siempre se sustentan en información fundamentada, sino que son parte de densas campañas desinformativas preñadas de intereses creados.
Aunado a ello, las corporaciones privadas del Big Pharma, en connivencia con los gobiernos de múltiples naciones y en el contexto de las disputas geopolíticas y luchas por la hegemonía mundial, se apropiaron del "discurso científico" para crear las posibilidades de hacer frente al inclemente látigo de la pandemia y a sus secuelas en los múltiples ámbitos de la vida social. Principalmente, la investigación básica, la invención, la experimentación, producción y distribución de las vacunas, evidencian esa apropiación privada de las posibles soluciones y el destierro de la universidad como organización productora de conocimientos.
El manejo faccioso de la pandemia posicionó a los mass media como la voz cantante en la construcción de significaciones en torno a la crisis sanitaria. Las élites políticas también hacen lo suyo en el mundo al disfrazar sus medidas de un talante supuestamente científico. De ahí que la reflexión sistemática y razonada es subsumida y se conforma como un apéndice que "adorna" lo mismo a los funcionarios públicos que a periodistas sin escrúpulos que hacen de la desinformación un virus contagioso y nocivo que torna al ciudadano en un sujeto ahistórico y sin avidez de futuro.
El negacionismo inocula la mente de los distintos espectros ideológicos; lo mismo a conservadores que a progresistas; a científicos que a ideólogos sacros y profanos. Más lamentable es que este otro virus de la mente y la conciencia infecte a quienes no hacen uso de un púlpito para difundirlo desde su posición de clase o de grupo social acomodado; nos referimos a las clases medias o empobrecidas depauperadas o al precariado que hacen del negacionismo un estilo de vida a pesar de que la muerte y la enfermedad les tome por asalto y conviertan su sonrisa trivial en muecas de dolor.
El Estado sanitizante y su ideología del higienismo supone medidas inspiradas en el miedo inoculado, al tiempo que plantea las dicotomías seguridad/libertad y economía/salud. Intelectuales, analistas, líderes sociales, ciudadanos de a pie, aceptan las medidas sanitarias sin cuestionamiento alguno, pese a que el conocimiento que poseemos sobre el coronavirus SARS-CoV-2 no es del todo cabal, certero y válido. Confinamientos, cuarentenas, toques de queda, "semáforos de colores", restricciones a la movilidad, parón de la actividad productiva, estados de alarma, Estados de excepción, etc., son medidas recibidas y aplaudidas para evitar la propagación de la nueva peste. Más allá de la docilidad y la complacencia, cabe preguntarnos lo siguiente: ¿Cuál es el fundamento y la efectividad de estas medidas que son tomadas con criterios biopolíticos? ¿Son medidas eficaces y apropiadas, o son medidas que sólo postergan la adaptación de los organismos humanos al nuevo coronavirus? ¿Son medidas contraproducentes o contraproductivas? ¿El remedio será más caro que la enfermedad? ¿Cuáles son los argumentos de las ciencias al respecto? ¿Se les toma en cuenta a estas ciencias al momento de configurar y adoptar las decisiones respecto a esas medidas sanitarias?
Si las ciencias son parte consustancial de la era de la incertidumbre al contribuir a ella con sus cegueras, ¿Se toma en cuenta que en sus comunidades no existen consensos ni se llega a acuerdos básicos en torno a la pandemia? ¿Joe Biden sabrá de lo que habla cuando asegura que su programa para combatir el Covid-19 está basado "ciencia y no en política", cuando la élite plutocrática a la cual representa hzio un manejo faccioso de este padecimiento? Por lo que respecta a la dictadura de la mascarilla, no existen, más allá de opiniones, fundamentos científicos que la sustenten (https://bit.ly/3cTTo3u).
La lapidaria realidad es que la ciencia conoce poco respecto al nuevo agente patógeno y la medicina no logra desentrañar los rasgos centrales de la enfermedad derivada del coronavirus SARS-CoV-2. Desplazando a la prevención de sus bitácoras, así como a las ramas de la medina familiar y comunitaria, la ciencia médica convencional no despliega un potencial suficiente para el diagnóstico, tratamiento o manejo del Covid-19 y las co-morbilidades que le acompañan.
Se impone con toda falta de seriedad el hecho consumado de que se recurre a las ciencias para encubrir –bajo la tergiversación de sus premisas– decisiones y acciones carentes de toda ética y solo movidas por intereses creados. Como la narrativa tomada ante la crisis epistemológica global es tajantemente bélica, no hay rincón para tratar de comprender sus alcances y contradicciones. Más lamentable si esa “guerra contra el Covid-19” se pretende ganar sólo con la vacuna. Dispositivo sanitario que, de inicio, está regido por las asimetrías propias de la economía mundial y de la política internacional. La pretendida inmunidad colectiva se extravía en el túnel de la geopolítica y de los intereses de las corporaciones del Big Pharma.
La trivialización y obscenidad por el dato se impone como parte de la racionalidad burocrática, en tanto que las ciencias guardan silencio al respecto. Muertes, contagios y recuperados, al difundirse en cantidades masivas, instigan la indiferencia de las audiencias. Estos datos son revelados como verdades incuestionables en un concierto donde los gobiernos son los principales productores de noticias falsas. No se toma perspectiva sobre esos datos, y lo mismo analistas que científicos los repiten sin cesar.
Sin política de la precaución (https://bit.ly/35KfaRU) y sin pensamiento crítico no se posicionará en el debate público la justa dimensión de la pandemia. Si no reconocemos que por cáncer, enfermedades virales o gastrointestinales por falta de acceso al agua potable, o por padecimientos relacionados con la junk food (cómo “basura” o “chatarra”) mueren más seres humanos que por el Covid-19, seguiremos enfrascados en el pensamiento parroquial y en la construcción mediática del coronavirus. Más allá de sus cegueras y del fin de las certezas, ¿Las ciencias están a la altura de las circunstancias, o terminarán imbuidas en los múltiples intereses creados? ¿De qué manera pueden construir conocimientos e información fiables para incidir en las decisiones públicas y en la vida cotidiana de los ciudadanos?
*Investigador, escritor y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos.
Twitter: @isaacepunam
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