La próxima pandemia
Estamos a tiempo de emprender acciones para detener la próxima pandemia: desde evitar la destrucción del medio ambiente hasta financiar adecuadamente los sistemas sanitarios de todo el mundo. Pero hay pocos indicios de que los gobiernos estén dispuestos a hacerlo.
Los trabajos de modelización basados en datos históricos muestran que, para muchos de nosotros, el coronavirus no es la última pandemia que viviremos. El COVID-19 ni siquiera es la única pandemia de las últimas décadas. Tan solo en los últimos veinte años hemos asistido a una avalancha de acontecimientos epidemiológicos.
Las pandemias recientes han abarcado desde enfermedades tropicales infecciosas y desatendidas hasta enfermedades no transmisibles. Entre ellas se encuentran el brote de ántrax de 2001, el brote de SARS de 2003, la pandemia de H1N1 (gripe porcina) de 2009, la crisis del ébola de 2014 en África Occidental y el brote de Zika de 2015 en América Latina, y esta es una lista no exhaustiva.
Mucha gente parece olvidar que, antes de la pandemia de COVID-19, las pandemias eran algo medianamente habitual, especialmente en el Sur Global. Por ejemplo, todavía estamos atravesando la epidemia de cólera que comenzó en Indonesia en 1961 y que ha reaparecido en toda Asia, Oriente Medio y África en el transcurso de cada década. En la década de 1990 también se produjeron brotes de cólera en Sudamérica por primera vez en más de un siglo. Y la epidemia de VIH/SIDA aún está lejos de terminar.
El riesgo de pandemia se subestima en gran medida, y se invierte demasiado poco en acciones para prepararse para los brotes. La permanente insistencia en una «vuelta a la normalidad» tras el virus del sida sitúa ese riesgo en un nivel superior. En realidad, el hecho es que, a pesar de los enormes avances científicos y médicos, hoy en día el potencial de propagación de las enfermedades es cada vez mayor, a lo que el modo en que funciona el capitalismo global no contribuye en absoluto.
De dónde viene el riesgo
Diferentes factores pueden influir en la probabilidad de que una infección se convierta en una pandemia en toda regla. Uno de ellos es la tasa de transmisión de virus de animales a humanos, que va en aumento. En los últimos treinta años, el 75% de las enfermedades emergentes han sido por zoonosis.
Al igual que el virus de COVID-19, otros patógenos están saliendo del circuito de producción. Algunos existen en el eje de la agricultura industrial que, al talar el bosque, aumenta la interfaz entre la fauna silvestre (que constituye el reservorio natural de esos patógenos) y el ganado o los trabajadores locales. Por ejemplo, cada año circulan nuevas cepas de gripe aviar en las aves silvestres de todo el mundo. La agricultura industrial produce por miles el ganado genéticamente similar, así como también aves de corral. Esto facilita que los patógenos infecten y muten, dado que no existe ninguna línea de inmunidad.
Esto significa que los mismos factores que impulsan la crisis climática, especialmente la destrucción ecológica, están directamente relacionados con un mayor riesgo de pandemia. La invasión de «bosques vírgenes» para la minería y la madera puede exponer a los seres humanos a patógenos propensos a las pandemias, como el ébola. El aumento de las temperaturas permite que los mosquitos, las garrapatas y otros insectos portadores de enfermedades proliferen, se adapten a las diferentes estaciones e invadan nuevos territorios. Las inundaciones debidas a condiciones meteorológicas extremas también crean nuevos caldos de cultivo para los mosquitos, lo que hace más probable la propagación de enfermedades tropicales desatendidas, como el dengue. En consecuencia, los países de bajos ingresos que experimentan lo peor de la crisis climática son también los que se ven desproporcionadamente afectados por la propagación de enfermedades infecciosas.
La situación no se ve favorecida por el cambiante panorama de la prestación de servicios sanitarios. Los trabajadores sanitarios se encuentran entre los que emigran a través de las fronteras y en particular fuera del Sur Global, a menudo como resultado de la inestabilidad social, económica y política facilitada y mantenida por los países del Norte Global. Esta «fuga de cerebros» significa que los países más afectados por futuras pandemias pueden carecer de los recursos necesarios para hacerles frente.
En la base de estos procesos está el enfoque de la maximización de los beneficios. La agroindustria se enfrenta a la salud pública mundial y al bienestar del planeta, y la primera mantiene la ventaja. Por lo tanto, para evitar los contagios, los países de todo el mundo deberían abandonar el modelo empresarial en el que se basa gran parte de la agricultura industrial y tratar la agricultura como una economía natural.
La próxima pandemia
Los expertos en salud mundial han sugerido que la próxima pandemia provendrá de las familias de los coronavirus o de la gripe. Otros posibles culpables son los virus que se encuentran bajo el subtítulo de Enfermedades Tropicales Desatendidas, como el virus del Nilo Occidental, los filovirus —como el virus del Ébola— y los alfavirus, conocidos por estar asociados a una serie de enfermedades de encefalitis humana. Al igual que el COVID-19, las pandemias que podrían producirse a partir de estos patógenos no se producirían de forma aislada; a su vez, también aumentan la probabilidad de que se produzcan pandemias de enfermedades no transmisibles, como los problemas de salud mental.
El riesgo está en constante evolución. La mejor manera de prepararse es crear una infraestructura de salud pública, que cuente con datos fiables y con la capacidad de emprender contramedidas médicas de uso cotidiano, especialmente en los países más vulnerables. Los grupos de preparación para pandemias del Norte Global, como la Autoridad de Preparación y Respuesta ante Emergencias Sanitarias de la UE, no cuentan con el mismo nivel de recursos en América Latina, Asia o África, a pesar de que para los países con sistemas de salud pública más débiles la preparación es literalmente la diferencia entre la vida y la muerte.
Ya han pasado más de dos años desde que el COVID-19 apareció por primera vez a finales de 2019, y los países de todo el mundo no han logrado unirse con una respuesta cohesionada al virus. En lugar de proteger a las poblaciones más vulnerables, en su gran mayoría han optado por proteger sus propios intereses. El apartheid de las vacunas resultante basta para poner de manifiesto la vulnerabilidad social que se deriva de los sistemas sanitarios que dan prioridad al capital monopolista. Solo la búsqueda de una alternativa independiente de la manipulación política puede demostrar un compromiso con la atención sanitaria mundial y crear una defensa contra futuras pandemias.
A nivel mundial, necesitamos un ecosistema conjunto de preparación para las pandemias, que no dependa de los beneficios y que agilice los procesos de regulación de una forma que, en esta ocasión, los gobiernos no han conseguido. Las soluciones futuras deben tener en cuenta la naturaleza interconectada de los efectos del capitalismo en el clima, en nuestros medios de vida y, especialmente, en nuestra salud.