Transcurría el último tercio de la octava década del siglo XVIII; habían pasado diez años desde la creación de la Capitanía General ( 8 de septiembre de 1777) y Venezuela aún daba lentos pasos en su camino hacia la consolidación como unidad político territorial centralizada. Hacia esa misma dirección apuntaba la decisión del poder colonial español cuando el 15 de junio de 1787 se instala la Real Audiencia de Caracas y otro paso se daba, de esta manera, hacia la integración político territorial de la formación económico social venezolana, a partir de la autonomía judicial con respecto a la Reales Audiencias de Santo Domingo y Santa Fe de Bogotá. En pleno desarrollo, el sistema productivo de orden colonial mostraba su esencia agrícola con el dominio del cacao, la caña de azúcar, el añil y la ganadería relativamente en menor proporción para le exportación, no obstante su importancia para el abastecimiento del mercado interno. El modo de vida predominante, definido por el régimen de explotación sustentado en la coexistencia de relaciones de producción semiserviles y esclavistas, era la expresión concreta de las contradicciones sociales del momento como impulsoras de la lucha de clases y las confrontaciones étnicas; comenzaban a manifestarse los movimientos pre independentista y se agudizaban los movimientos insurgentes de origen afro como los constantes ataques, rebeliones , rochelas y cimarroneras en distintas partes del territorio correspondiente a la Venezuela de entonces. A grandes trazos, eran estas las características contextuales de la realidad venezolana, cuando Francisco de Miranda inicia, como señala Paredes (2007), su "Viaje de ilustración" entre 1784 – 1789. El incansable viajero emprende su periplo europeo en pleno tiempo prerrevolucionario francés. Londres, Viena, Austria, Grecia, Turquía y Rusia constituyen su destino; y es precisamente en este último país, donde pretendo destacar, en un momento de su cotidianidad viajera, dos aspectos de la personalidad del gran precursor que dan razón, tanto del nivel de ilustración alcanzado, como la sensibilidad ante los desequilibrios sociales. El conocimiento de la expresión artística en boga de su época, que le permite asumir el rol como crítico de arte y, por otra parte, su actitud ante expresiones de injusticia social, constituyen el soporte de la idea central en esta reflexión.
En efecto, en 1780 Miranda había participado en la guerra de independencia de Estados Unidos; estuvo en el sitio y rendición de Pensacola a las órdenes del Gobierno de Luisiana y por su valor en el combate ascendió a teniente coronel. Finalizada la guerra en Estados Unidos regresaba a Europa ahora para predicar el pensamiento y solicitar apoyo a la causa de la emancipación de Hispanoamérica. En eso andaba cuando recorría las calles de San Petersburgo en la Rusia zarista y, de acuerdo a los datos registrados en su diario de viajes, aquel 18 de junio de 1787 disfrutaba de su visita a uno de esos sitios emblemáticos de la ciudad y dejó para la posteridad, gracias a la recuperación de su valioso archivo, descripción de situaciones, expresiones críticas y señalamientos sobre su entorno que constituyen testimonios de gran valor para el estudio y análisis de la personalidad de este venezolano universal.
Aquella gélida tarde del 18 de junio de1787, luego de solicitar permiso para visitar el Ermitage o Palacio de la Emperatriz que está unido al Gran Palacio de invierno, Miranda en compañía de un señor de apellido Walker y su esposa, fueron juntos al palacio. De esos instantes, durante la visita al sitio indicado, extraigo las dos circunstancias que motivan estas líneas. En primer lugar, y en conocimiento de otras facetas de su personalidad referenciadas por biógrafos y estudiosos de la vida de Miranda como su experiencia artística en estudios de piano y flauta e igualmente su biblioteca musical, no deja de sorprendernos las expresiones del Precursor ante el conjunto de obras de arte que adornan aquel espacio al cual ha ingresado con gran interés y mirada escrutadora. Con respecto a la colección de pinturas que observa en ese instante, escribe: "Comenzamos por las pinturas que cubren todas las paredes de este palacio y seguramente no serán en menor número que 3.500 a 4000 cuadros, de donde debe inferirse que todos son buenos. Hay sin embargo, soberbias piezas, no en la escuela italiana que es aquí la más inferior, más sí en la flamenca, holandesa y española... El mejor Murillo, acaso, que yo he visto, está aquí es un San Juan de tamaño casi natural que halaga un cordero, pieza inimitable, y una Huida de Egipto que el señor Whiton graba actualmente. También hay un buenísimo a Velásquez, entre otros; una Venus que se da por original de Ticiano y otros de Correggio, no me parecen rasgos de semejantes maestros. Más hay soberbísimos Van der Werff, Rubens, Van Dyck, y sobre todo de Teniers, que es la más rica colección suya que he visto. También se ven algunos buenos Poussin y dos cuadros de la viviente Angélica Kauffmann, que me gustan infinito y seguramente manifiestan el traje y bella forma griega antigua, mejor que otro pintor hasta ahora". Más adelante, en su interesante descripción valorativa, Miranda continúa ofreciendo consideraciones que lo ubican como un entendido crítico de arte: "Estuvimos en el teatro que asimila bastante a la forma que Palladio dio al suyo en Vicenza. De aquí pasamos a una galería en que se colocan copias de las galerías del Vaticano, de Rafael, sobre madera, cuyo trabajo si fuese bien ejecutado, parecería aún mejor que aquellas, pues buena parte apenas se descubre ya. Cuando esta galería esté concluida, hará sin embargo un bello efecto". Hay un momento en que la crítica se hace más radical, y luego de señalar las características de otros objetos como colecciones de escritorios, mesas, etc., destacando la calidad de la madera empleada, expresa: "Si consideramos el conjunto de estas pinturas y obras de arte, no podemos menos que extrañar, sin embargo, cómo se tolera que al lado de un gran cuadro o de un milagro de la invención esté un mamarracho o una vulgaridad ¡Y éste es el hecho!". No cabe la menor duda; se trata de la opinión de un individuo que, desde sus primeros estudios de arte en el Colegio Santa Rosa de Lima en Caracas, ha conseguido labrar un conocimiento en este campo durante aquellos años, a pesar de sus vivencias en escenarios de luchas, confrontaciones y hostilidades propias de la guerra.
La segunda circunstancia a la que deseo referirme tiene lugar en esa misma ocasión del recorrido que hace el prócer por las salas de exposición del palacio. Está relacionada con su actitud ante la opulencia y, a pesar que en cierta manera la justifica desde un punto de vista artístico, no obstante, al culminar sus notas sobre aquella visita de aquel día, emite una opinión que, aun siendo breve, la misma encierra, en mi concepto, rasgos de su sensibilidad social. Pero, antes de señalar este "pormenor", considero importante ubicarlo en una visión de conjunto que permite apreciarlo como una expresión de la clase social a la cual pertenecía Miranda y que estuvo siempre determinada por el cúmulo de contradicciones sociales que le acompañaron durante toda su vida. Muy referenciada por sus exegetas y biógrafos, ha sido la discriminación sufrida por el prócer hasta ser considerado una víctima del odio de la nobleza debido al origen étnico de su progenitor y condición social de su madre. La clase mantuana caraqueña nunca le perdonó ser hijo de un comerciante canario sin título de nobleza y mirado con desprecio. Tal situación, es la que impulsa a Miranda desde muy joven, a dejar su país en busca de nuevos derroteros que le permitiesen cumplir con su proyecto de vida. Esto explica su temprano viaje en 1771 hacia España; a donde lo ha enviado su padre para poder iniciar su carrera militar dando comienzo, de esta manera, a una etapa de significativa importancia en su formación. No es muy difícil pensar que, estas circunstancias de su estructura social, estarían formando parte de su ser durante el desarrollo de su personalidad, alimentadas por las ricas experiencias obtenidas durante los viajes a distintos lugares del mundo. Sin embargo, es posible que se complejice nuestra intención de explicar y relacionar la sensibilidad social de Miranda a partir de sus ideas y proyectos de proporción continental. En esta dimensión de su obra las contradicciones se tornan patentes hasta el punto de sembrar dudas acerca de su carácter revolucionario. En efecto, al tratar de comprobar la actitud de Miranda frente a la desigualdad social, sin contar con evidencias testimoniales de situaciones concretas y solo en base a la particularidad del detalle en un comentario circunstancial, nos encontraremos con las muy evidentes posiciones del precursor ante aspectos específicos de la guerra que pueden conducir a pensar en la exclusión social en sus ideas. Al respecto, es también, muy destacado por los estudiosos de su vida y obra, la visión del Generalísimo sobre los procesos revolucionarios de carácter étnicos ante los cuales sostiene una posición eminentemente conservadora. Miranda manifestó en distintas ocasiones, y así está registrado en documentos, su opinión en relación a los procesos revolucionarios de carácter étnico y la misma expresa el temor hacia estos movimientos a los cuales les atribuía rasgos de anarquía, desorden y de peligrosa potencialidad expansiva capaz de desvirtuar la naturaleza del proyecto libertario por él sostenido. Esta muestra de ambigüedad en el precursor ha sido estudiada por destacados historiadores e historiadoras; una de ellas, Carmen Bohórquez (2021) le concede el carácter de contradicción: " Se trata de una contradicción que en Miranda aparece como una consecuencia de su concepción ilustrada de la sociedad: por una parte, manifiesta una fe absoluta en el hombre y en sus capacidades intelectuales, pero, por la otra, considera que estas capacidades no pueden manifestarse naturalmente, sino solo necesariamente a través del cultivo del intelecto. Así, si bien es cierto que ningún cambio social puede ser llevado a cabo sin la participación del pueblo, también es igualmente cierto que la dirección de esos cambios no puede ser depositada en su voluntad ciega". Su desconfianza de los conflictos generados por la desigualdad entre grupos étnicos percibida desde su concepción revolucionaria es justificada por Bohórquez al decir: "Sobre este punto tal vez haya que reconocer que, desde nuestra perspectiva presente, podemos estarle exigiendo demasiado a Miranda al reclamarle que no haya tratado de llevar a cabo, al mismo tiempo que la independencia, la transformación de la estructura social de las colonias. Creemos, por tanto, que no debe olvidarse el contexto histórico y las coordenadas conceptuales en las cuales se sitúa su pensamiento. En el marco de esos valores predominantes, Miranda es verdaderamente un revolucionario, aun cuando le tenga miedo a la «quemadura» que produce todo lo que es «demasiado exaltado". De manera que, a pesar de su visión acerca de las luchas de carácter étnico, y en la cual pudiese albergar elementos de discriminación y exclusión social, no se debe dudar del contenido revolucionario de su proyecto libertario continental y, un tanto más, no puede descartarse la sensibilidad social del precursor sobre todo cuando aquel 18 de junio de 1787, luego de haber tenido la rica experiencia en el palacio de la Rusia zarista, escribía en su diario: "A las nueve me retiré y vine a casa, mi cabeza llena de pinturas, jardines, etc., cuya reflexión me ocupó toda la noche, considerando ¡cuánto un solo hombre posee y cuán poco otros, al mismo paso que encontramos aquellos que perecen de hambre!". Es decir, a pesar del gran interés mostrado por la grandiosidad de obras que adornaban aquel palacio y lograban impactar su inquietud de observador crítico, la sensibilidad artística no empaña su percepción concreta de una realidad social preñada de injusticia y, desde lo más profundo de su ser, emana esa reflexión plasmada en cortas palabras. Doscientos años después, aquel "detalle" expresado por Miranda, adquiere dimensiones dramáticas:
"Un estudio reciente del Instituto Mundial para la Investigación del Desarrollo Económico de la Universidad de las Naciones Unidas afirma que en el año 2000 el 1 por ciento más rico de la población poseía el 40 por ciento de los activos globales, y que el 10 por ciento más rico de la población poseía el 85 por ciento del total de la riqueza mundial. La mitad más pobre de la población adulta mundial poseía por su parte el 1 por ciento de la riqueza global. Esta, no obstante, no es más que la instantánea de un proceso en curso. Diariamente aparecen noticias aún peores para la igualdad mundial, y por lo tanto también para nuestra calidad de vida global. Y la situación no hace sino empeorar" ( Zygmunt Bauman: La riqueza de unos pocos; Página12.com.ar, 22de abril 2022)
A fin de cuentas, la última expresión en esas líneas dejadas por Francisco de Miranda, señala al germen causante de las luchas históricas del género humano por la justicia social y la igualdad; el dispositivo que ha activado, desde su origen, las ideas por la transformación del mundo, y también la llama que ha encendido la conciencia de todo revolucionario autentico; en el decir del Che: aquel "capaz de sentir en lo más hondo cualquier injusticia social en cualquier parte del mundo" y en cualquier época. A los 206 años de su desaparición física, el Generalísimo Francisco de Miranda; el caraqueño universal, por el nivel cultural alcanzado simultáneamente a su activa participación militar en tiempos de revolución, y por la visión continental de su proyecto libertario, es un ejemplo de grandeza y motivo de orgullo patrio, para todos los que habitan en esta hermosa República Bolivariana de Venezuela.
Referencias:
Bohórquez, Carmen. (2021) Francisco de Miranda; Precursor de las independencias de América Latina. Colección Bicentenario Carabobo.
Miranda, Francisco. (1992) Diario de viajes. Monte Ávila Editores, Caracas
Paredes, Pedro. (2007) Miranda Investigador Cultural. Fondo Editorial Ipasme, Caracas