Nota. Debo volver a recordar, por muchas razones, que este trabajo es parte de un libro titulado “Crónica de un Paro, Venezuela en una encrucijada”, el cual, dicho eufemísticamente, “publiqué” en Amazon en el año 2013. Pese el atractivo título, dada la resonancia mundial que los acontecimientos venezolanos tenían, según informes de la editorial, en aquellos momentos como ahora, no se vendió ni un ejemplar. Aunque, como antes dije y diré al final, siempre fue ofertada en muchos países, según mis observaciones y de amigos en el exterior a un alto precio. Todavía puede observarse. Quizás el anonimato del escritor y la fina percepciòn de los lectores, que les decía en tono claro, se trataba de un balurdo “sudaca” izquierdodo, fuese en eso determinante. Por esto, opté por reponerlo por partes en este medio, pues meterse a averiguar la verdad sería como lo que Kafka describe en “El Proceso” o una pelea a la venezolana contra el imperialismo. Esta sería la tercera parte.
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El papel de los medios o la ya proverbial conducta de los Medios de Comunicación durante los acontecimientos de abril.
Los medios extranjeros, destacaron que los nacionales, mientras se prodigaron en informar acerca de los acontecimientos del día 11, no obstante mantuvieron el más absoluto silencio sobre lo que sucedió los días posteriores hasta el 4 del mismo mes. Es decir, en aquel lapso, los medios de comunicación venezolanos, en su mayoría y los más importantes, se manifestaron parcializados y se involucraron en los acontecimientos del día 11, como lo han venido haciendo de unos años para acá; pero nada dijeron de los hechos posteriores que culminaron con el regreso del presidente Chávez a Miraflores. Desde luego, esta última actitud se correspondió con la anterior. Este extraño proceder ha llamado la atención de la opinión pública nacional e internacional. Entre los opositores mismos al presidente Chávez, se comentaba con espíritu recriminatorio sobre esta conducta en los primeros tiempos.
Los propios reporteros se expresan como vanguardias militantes de la oposición y hasta hablan con frecuencia de “nosotros”, cuando deben referirse a los puntos de vista de ella. ¿Por qué este extraño, sin precedente, proceder de los Medios de Comunicación y los periodistas a su servicio? Esa conducta no puede justificarse con el estilo presidencial que, en veces trata con rudeza a periodistas y suele referirse a los medios de manera poco elegante y diplomática.
Es verdad, ya hemos hecho referencia a eso, que el discurso presidencial no cuida los detalles y tiende a desbordarse en epítetos y adjetivaciones odiosas e innecesarias. Pero los medios y periodistas no pueden justificar el incumplimiento de las obligaciones que les son inherentes, violar la esencia de las leyes y el código de ética que abogan por la imparcialidad y objetividad en el tratamiento de la información, alegando excesos o deslices en el lenguaje presidencial.
La historia es otra. Las razones de ese comportamiento hay que buscarlas en la historia reciente, en el cúmulo de problemas que afectan a la sociedad, la acumulación de los pasivos sociales y las cuentas pendientes que con la sociedad tienen los viejos partidos del puntofijismo. Cuando Chávez presenta su candidatura, por sus ejecutorias y expresiones posteriores a su alzamiento, es percibido como un adversario del pasado. Los viejos partidos, sobre todo AD, le miran como un enemigo irreconciliable y él, no invierte tiempo en disimular esa imagen. Casi al final de la campaña electoral, todas las fuerzas del centro hasta la derecha, incluyendo los viejos partidos, se pliegan a la candidatura de Salas Römer, sólo por el interés de derrotar a Chávez. Apenas la candidatura de la ex reina de belleza y Miss Universo, Irene Sáez, se mantuvo en pie. Sectores importantes de la economía apoyaron a Chávez, pero la mayoría y el sector más influyente se mantuvieron a distancia o apoyó al candidato de la oposición.
El diario “El Nacional” mantuvo una posición discreta, pero sin ocultar sus preferencias por Salas. Pese a que Miguel Enrique Otero y sobre todo su esposa, hubiesen dado muestras de ligera simpatía por el hoy presidente. Incluso un personaje muy ligado a estos y al diario de Puerto Escondido, Alfredo Peña, figuraba entre los personajes más cercanos al candidato emeverrista. Los demás grandes medios, escritos y audiovisuales, desde el principio, se mostraron alejados del candidato del MVR. Chávez queda posesionado de la presidencia después de varias elecciones que van desde la primera, que le lleva a Miraflores, el referendo que llama a la Asamblea Constituyente, la elección de este organismo, el referendo para sancionar la Constitución nacional y, al final, cuando se le relegitima como Presidente Constitucional de Venezuela. A partir de ese momento, Chávez es un presidente con un apoyo determinante en la Asamblea Nacional y demás poderes del Estado.
La oposición queda reducida a una menguada fracción de diputados, algunas gobernaciones y unos partidos debilitados y en gran medida desprestigiados; tanto que en el seno mismo de ellos, otras figuras pugnan por ocupar espacio.
Primero Justicia, una organización nacida en el fragor de los acontecimientos dados dentro de lo que el gobierno llama V República, formada por jóvenes de clase media, sin pasado político, es aún una oferta nueva y prometedora. Las clases y sectores que por el discurso presidencial, los elementos de su oferta o lo que llaman “el proceso”, se sienten tentados y hasta obligados a colocarse en guardia, no tienen en las organizaciones políticas, ni en los organismos del estado, representación. Los dueños de los medios, los sectores industriales, importadores, comerciantes, del área agropecuaria, financiera, etc., no se sintieron representados por Chávez. Percibieron, por distintos medios, que quien había llegado a Miraflores, aparte de tener un poder no compartido, este era demasiado grande, como para emprender acciones, por ellos no deseadas.
Los viejos partidos, por su composición y el perfil bastante conocido de sus dirigentes, no comportaban ningún riesgo para el sistema. Es cierto que, muchos de esos dirigentes, tuvieron enfrentamientos y encontronazos con periodistas, dueños de medios y hasta con uno u otro encumbrado empresario. Es conocido que, bajo los gobiernos de Carlos Andrés Pérez, Luis Herrera, Lusinchi y hasta Caldera, se produjeron incidentes de esa naturaleza. Se sancionó diarios, se les chantajeó con el papel, dólares preferenciales y hasta se les llegó a imponer línea editorial. Pero aquellos acontecimientos, no tenían, según la percepción del empresariado, el carácter, el nivel de conflictividad estructural que tienen los de ahora. Bastaba una inocua conversación, con un amigo común de por medio y unos acuerdos de poca monta, para que los nubarrones se disolviesen.
Además, el puntofijismo acostumbró, como si fuese una disposición constitucional, que a la hora de integrar los gabinetes ministeriales, sobre todo el equipo a diseñar las políticas económicas, atender las demandas de instituciones como Fedecámaras, Fedeagro, Consecomercio, Fedenaga y cuanta organización empresarial existe en Venezuela allí hubiese uno de ellos para atenderlas. Y por supuesto, las políticas económicas, en lo fundamental, por eso expresaban el interés de esos sectores, por encima de todo.
Lo anterior no quiere decir que, en determinados momentos, gobierno y alguna directiva empresarial, no entrasen en contradicciones y conflictos. Pero estos nunca llegaban a mayores y con facilidad encontraban las formas de acordarse, por esos vínculos estrechos que entre ellos existían.
El presidente Chávez, independientemente de lo insensato o no de su proceder, impuso un estilo diferente. Escogió sus equipos de gobierno sin consultar a quienes se creían con derecho a que se les consultase. Y sus políticas, buenas o malas, se dibujaron con el mismo método. Estos procedimientos, aumentaron la desconfianza de los sectores empresariales frente al nuevo presidente. Y contribuyó a fortalecer la idea que habían sido desalojados del poder por un hombre proveniente del sector militar, de origen humilde y montado sobre un poder político casi personal. Y lo que es más, con una oposición sin capacidad, cuantitativa y cualitativa, de torcer el brazo al gobierno en cualquier circunstancia. Ante ese cuadro, al empresariado no le quedó otra salida que salir a defender sus intereses, ya sin la intermediación de partidos. La historia de los partidos policlasistas, enquistados en el poder y actuando como intermediarios entre el empresariado y los sectores humildes, desde el puente de mando, quedó hecho trizas.
El poder del nuevo presidente, sin ser absoluto, como lo demostraron los acontecimientos posteriores, su discurso agresivo e insinuante, impusieron al empresariado, inversionistas, grandes propietarios, productores, etc., la necesidad, por primera vez en la historia moderna de Venezuela, de salir a combatir, como lo hacen los partidos, por políticas que consideraran convenientes y responsables.
Así, en Venezuela, se produce un fenómeno inédito en la historia del periodismo mundial. Los medios, por disposición de sus propietarios, toman el espacio dejado por los partidos. No hay duda, que por los efectos de su propia naturaleza, por la capacidad que tienen para influir sobre la gente, por los servicios prestados al país, pese a sus fallas, deficiencias y excesos, antes como ahora, han gozado de gran prestigio y aceptación entre la gente. Cuando los periodistas al servicio de esos medios, salieron a la calle a cumplir una línea editorial cargada y determinada por las circunstancias políticas nuevas, se produjeron los enfrentamientos harto conocidos. Por supuesto, del otro lado no hubo claridad, equilibrio y la tolerancia necesarios para que muchos de esos enfrentamientos con periodistas no se produjesen.
¿Hay dictadura en Venezuela? Cuando el General Marcos Pérez Jiménez, en la plaza 19 de abril, allá en los alrededores del río Manzanares, en medio de la década del cincuenta, se hablaba en susurro, mientras se comentaban las noticias leídas en el diario “El Nacional”. Antes de pronunciar palabra alguna, por muy quedo que uno hablase, previamente se escrutaba con detenimiento los alrededores; debía el hablante asegurarse que nadie, más allá del grupo de amigos íntimos, generalmente compañeros de estudio, escuchase sus comentarios. Bastaba una crítica tímida sobre los asuntos de gobierno, opinar puerilmente sobre filosofía o escritores vedados por el gobierno, para que enterada policía, en un país donde hasta las paredes escuchaban, pra ir a parar a la cárcel, pasar por la sala de tortura y hasta perder la vida. Tener en la biblioteca obras de Gallegos, Andrés Eloy Blanco, Neruda, César Vallejo, autores literarios, era casi un delito. El miedo, no miedo inducido sin fundamento alguno, sino miedo de verdad a la conducta del gobierno, imponía aquel proceder; que no se daba sólo entre los jóvenes contertulios de aquella plaza casi pueblerina, sino en Venezuela toda.
Porque en el país había una dictadura y la policía política espiaba en todos los rincones. Machado, un joven zapatero riocaribero, analfabeta funcional, residente en La Guaira, con oficio en Caracas, se paró con curiosidad frente a un letrero pintado sobre una pared blanca. Había salido hacía pocos minutos de su trabajo y aquel mensaje escrito a la carrera le llamó la atención. Por su poca pericia en la lectura comenzó a deletrear aquella frase; aún no había terminado de hacerlo, cuando violentamente, tres hombres vestidos de flux azul marino, corbata negra y camisa blanca, emergieron de un automóvil que se detuvo con brusquedad y a Machado, le conminaron a pegarse contra la pared. Allí mismo le golpearon sin piedad hasta hacerle perder el sentido. Le llevaron a un calabozo asqueroso, lo humillaron hasta el cansancio y cuando de todo eso se cansaron, lo enviaron en un lote grande de hombres al campo de concentración de Guasina, en el río Orinoco. Años después, cuando Machado regresó a casa, satisfecho el sadismo policial, enfermo y agotado por las rigurosas tareas que tuvo que cumplir y las inclemencias del ambiente, su esposa en los primeros momentos, no le reconoció. Y él, ni siquiera pudo decir lo que escrito estaba en la pared porque no lo deletreó completo.
¡Esa era una dictadura!
A lo anterior hay que agregar que las cárceles estaban llenas de todos aquellos que no se prestasen a cantar loas al gobierno; los diarios sometidos a la más rigurosa censura; solo se publicaba aquello a lo que el censor diese el visto bueno; no había derecho a manifestación ni huelga, a expresar con libertad el pensamiento, ni garantías, ni siquiera el derecho a la vida.
Por eso, es insostenible la prédica oposicionista que en Venezuela existe una dictadura. Basta con sentarse un rato frente a la televisión, leer la prensa nacional, escuchar radio, para percatarse que en este país existe una absoluta libertad de prensa y se ejerce con libertad el derecho a expresarse, manifestar y hasta ir a la huelga. Poco tiempo atrás, el ex presidente Jimmy Carter, interrogado al respeto dijo que bastaba leer la prensa venezolana para percatarse de cuánta libertad había aquí. Por eso, parece poco lúcida la afirmación opositora según la cual el presidente Chávez es un dictador o un autócrata. Es poco pedagógica y como se contradice tanto con lo real, resulta inaceptable para quienes saben bien lo que es una dictadura y lo que sucede en Venezuela.
Las relaciones del Ejecutivo con los poderes, salvo el legislativo, donde el gobierno tiene mayoría, como también la tuvo el puntofijismo en cuarenta años de historia y hasta AD sola en algunos momentos, tiene las mismas características que en cualquier régimen democrático. Con respecto al Fiscal General de la República, es público que en medio de la conflictividad que distingue a Venezuela, tanto gobierno como oposición frecuentemente le acusan de inepto, ineficiente y pusilánime. En lo que respecta al Tribunal Supremo de Justicia, en otra parte de este trabajo, se deja claro como gobierno y oposición parecieran no darle la aceptación debida.