Durante el mes de mayo se han sucedido varios atentados suicidas en el mundo. Sin duda, el que nos ha resultado más cercano es el de Casablanca, donde los objetivos estaban perfectamente relacionados con nuestro país y donde han muerto cuatro españoles. Por cierto, si alguien les aclara que también se atentó contra el consultado belga y que ese país tuvo una posición contraria a la nuestra en la guerra de Iraq, le aclaro que es mentira, se atentó contra un restaurante judío que estaba al lado de las dependencias belgas.
Inmediatamente, partidos, gobiernos, organizaciones e instituciones condenan y califican de terrorismo esos atentados, algo que para nada sirve ni ayuda a resolver los conflictos, se convierte sólo en un mecanismo para evadir e ignorar las razones de esos atentados y confirmar que nosotros somos los buenos y ellos los malos.
Si, por el contrario, intentásemos reflexionar y buscar explicaciones -que no justificaciones, que nadie se confunda-, llegaríamos a varias conclusiones. Por ejemplo, que algunos árabes les ha molestado que bombardeen e invadan un país o que lo del papel humanitario de nuestro ejército a ellos tampoco les ha convencido.
A todo ello hay que añadir mucho otros elementos de desesperación. El mundo árabe ha visto en Guantánamo cómo las convenciones internacionales de derechos humanos no sirven para nada si los presos son árabes y musulmanes. Han comprobado también que sus países y fronteras no tienen ninguna protección ni seguridad por parte de las Naciones Unidas ni de la legislación internacional. La gran paradoja es que aunque algunos países del Consejo de Seguridad dijesen que la intervención norteamericana en Iraq no estaba justificada ni era legal, después no hubo ninguna iniciativa para actuar contra quienes invadían militarmente un país. Tampoco los invasores estuvieron obligados a demostrar con pruebas los argumentos que esgrimieron para justificar su invasión: armas de destrucción masiva y relación con el terrorismo internacional.
Y si miramos a Israel encontramos un Estado que se ha permitido ocupar simultáneamente territorios en cinco países: Palestina, Líbano, Siria, Egipto y Jordania. Y que todavía hoy sigue ocupando territorios en Palestina, Siria y Líbano. Treinta y cinco resoluciones del Consejo de Seguridad han sido ignoradas sin que haya tenido ninguna trascendencia.
Por todo ello, los atentados suicidas en el mundo más que un método de lucha y de guerra contra un enemigo más poderoso, es un mecanismo de desesperación de quienes ya no creen en nada terrenal ni nada tienen que perder. El modo de enfrentarlos sólo puede ser uno, demostrarles que existe algún mecanismo o legislación internacional con un mínimo de credibilidad y justicia y comenzar a afrontar sus necesidades vitales pudiendo acceder a sus recursos y a un reparto justo entre la población. Mientras tanto, yo sigo comprendiendo más al desgraciado suicida que a algunos electores españoles.