Tomás, Nicolás y Renato

Uno se asombra, pero ya menos. En su momento de crisis más profunda (de proyecto, de legitimidad, de liderazgo, de moral, etc.), el madurismo sigue haciendo prodigios para sorprenderlo a uno. No solo con la violación de la Constitución, el abuso en las elecciones, la marramucia del CNE, el descaro del TSJ, la ola represiva, la patanería discursiva. Ahora ocurre que, como narra la brillante Mybelis Acevedo, Maduro sustituyó el librito azul de la Constitución, que blandía Chávez en sus eternas exposiciones televisivas, por la Biblia. Fungiendo de pastor, ahora le mete a la sublime disciplina de la hermenéutica. Se permite darle una interpretación a su manera, de un conocido pasaje del Evangelio, donde un Jesús ya resucitado se presenta ante sus seguidores y uno de ellos, Tomás, le pide pruebas de que es él mismo, permitiéndole tocar sus heridas. Lo destacable es que Jesús se deja, y el apóstol escéptico puede comprobar, con una observación y un tacto empirista, que sí, a ese hombre le han clavado largos clavos en las manos y le han hundido una lanza en el costado, como a tantos hombres rebeldes de aquella colonia revoltosa de Roma.

Pero el pastor Nicolás le da una vuelta peculiar al asunto. En lugar de destacar, como lo haría cualquier lector de Mao como uno presumiría por su trayectoria de militante de la Liga Socialista, que Jesús permitió complacido la constatación empírica de Tomás, sin ningún problema, es más, aprovechando para destacar que en el futuro, los nuevos acólitos de la naciente religión no tendrán la oportunidad de mojarse las manos con esa sangre ni acariciar los bordes esas heridas abiertas. El "pastor superhéroe" le hace su interpretación, decíamos, y destaca que las bienaventuranzas de Jesús van dirigidas a quienes creyeron sin ver. O sea, exactamente lo contrario de lo que habría dicho Mao, quien en un pasaje de su librito rojo, elaborado en plena Revolución Cultural y acuciosamente estudiado por los militantes de la Liga Socialista en los setenta, decía aquella exaltación del empirismo sensualista: "si quieres saber el sabor del pudín, debes comértelo". O sea, libro contra libro: "Acerca de la práctica" de Mao y la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, contra la Biblia. O peor: fe contra evidencia comprobable.

Esto me sorprendió, decía, pero no debí hacerlo. Ya tiene rato circulando ese pequeño video donde un Superbigote, calcado de Superman, con capa y músculos, invoca al propio Dios de los ejércitos para que tincara con su gran dedo a una bruja de Blanca Nieves (¿Musk?), es decir, golpearla con la uña del dedo índice haciéndolo resbalar con violencia sobre la yema del pulgar. Esta imagen de superhéroe tiene más de dos años. Es parte del problema de personalidad que los asesores del marketing oficial no han resuelto. Hasta muñecos de Superbigote le regalaron a los niños, incluso a mi nieta. Hace unos dos años y pico, circuló un video donde aparecían el Vampiro, Superbigote, Maradona y hasta el propio Chávez, como "vengadores" de Marvel. Presencié el impacto (cognitivo, moral, político, ideológico) que este giro del marketing madurista tuvo en algunos militantes chavistas sinceros, en contraste con los aplausos que mereció el video de parte de El Aisami y Lacava, abrazados entre el público.

También ya sabíamos, y por el canal de "todos" los venezolanos, de los rituales evangélicos que se realizan en Miraflores, donde se dan alaridos y se producen trances, y hasta vimos al mismo pastor superhéroe con una bufanda con una referencia bíblica escrita en su bufanda. Por cierto, que el texto bíblico al que remite tal inscripción, Jueces 9, libro y capítulo, se refiere a Abimelec, un tipo que se hizo rey de Israel tramposa y criminalmente, para decirlo suavemente, pues no solo engañó a su familia, sino que contrató "hombres ociosos y vagabundos" para que le siguieran, mató a sus hermanos y hasta trucó unas elecciones en la ciudad de Siquem. Por supuesto, como cabe ante esta situación, la extensión del reinado de Abimelec fue muy limitado, lleno de errores, celos y delitos. Y hasta Dios les envió un "espíritu maligno". Esto es curioso ¿será que ese relato bíblico se refiere al portador de la bufanda?

Pero volvamos a lo de las constataciones de las heridas y las buenaventuranzas. El Pastor Superhéroe resalta entonces, en su interpretación del mencionado pasaje evangélico, que hay que creer sin pruebas, sin siquiera constatar con observaciones o experiencias las afirmaciones o hipótesis que se hagan. Sería bueno saber cómo caracterizan esta postura gnoseológica los científicos progubernamentales afiliados a CLACSO, quienes escarnecieron un comunicado de ese organismo de las ciencias sociales continentales acerca de las elecciones venezolanas, que simplemente fue coherente con una postura científica: muestren las actas para comprobar su supuesta victoria. Colocar la fe por encima de todo, de la razón y de las evidencias empíricas, tiene nombre: o dogmatismo. Justo aquello contra lo que se rebelaron, hace siglos, los pioneros del pensamiento científico: Galileo, Bacon, etc. Incluso Marx, que insistió siempre en que su teoría era científica porque era racional, constatable con observaciones y mediciones, falible, metódicamente producida. Cuando el dogmático habla de la verdad, se refiere no a la ciencia moderna, sino a una creencia, una fe, ajena a la razón. Es la "santa palabra" de las autoridades, en este caso, en el sentido corriente del término: los que tienen el control sobre las armas, los tribunales, las instituciones.

En su versión religiosa, la justificación por la pura fe tiene un sabor evangélico-anglosajón evidente. Es sabido que los padres del protestantismo sostuvieron que los seres humanos son declarados justos ante Dios únicamente por su fe en Jesús, sin depender de sus propias obras o méritos. O sea, un genocida puede acceder a Dios únicamente por su fe. No importa lo que haga. La iglesia católica, un poquito más racional, le da más importancia a la obra, a la práctica, a los hechos. Herencia de Aristóteles que, a través de los árabes, llegó a Europa.

De modo que el Pastor Superhéroe se coloca en las antípodas de Renato Descartes, quien, allá en el siglo XV, estableció la duda como base del conocimiento científico, por pura sensatez. Con una sola intervención por la TV oficial, nos han devuelto a la Edad Media y, ni siquiera, porque entonces por lo menos se discutía cuántos ángeles cabían en la punta de un alfiler, aunque, claro, si te metías en honduras podías ir a la hoguera. En otras palabras, el Pastor Superhéroe nos ha retrocedido siglos, ha tomado una postura claramente reaccionaria, solo para justificar las irregularidades de las elecciones: el ventajismo oficial durante la campaña, la oleada represiva, la expulsión de los testigos de oposición en algunos centros el día de la votación, la suspensión de las transmisiones (imposible que haya sido por jaqueo, porque, según la misma propaganda oficial, era imposible jaquearlo simplemente porque la transmisión no tenía contacto con INTERNET, además de ser enviada por un sistema analógico, no digital), el impedimento a los testigos nacionales a la totalización, la violación de la norma de la LOPE de las auditorías y revisión de resultados, la negativa a publicar y contrastar actas que son documentos de dominio público y no secretos, un extraño recurso donde el Pastor Superhéroe impugna su propio nombramiento y adjudicación del CNE y lleva a que el TSJ usurpe funciones del Poder Electoral, autónomo según la Constitución. Y todo ello para violar el artículo 5 de la Constitución. Y todo eso se ha constatado observacional y empíricamente. No es un acto de fe.

La Biblia también dice en algún pasaje: "el que tenga ojos que vea". En palabras evangélicas, ese es el reclamo de Lula y Petro (insultados por Ortega, con una voz resultado de beber guaro lija o Flor de Caña), de casi todos los demás gobiernos latinoamericanos y europeos, del propio López Obrador quien parece que tenía alguna confiancita, ya frustrada, en que las instituciones venezolanas funcionaran como tales y no como extensiones del Partido de Gobierno, que se va convirtiendo en único, si lo dejamos. Pero ya sabemos cómo terminó Abimelec.



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Jesús Puerta


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