Ser de acero en la adversidad, y no esperar nada de nadie, así debemos llevar esta revolución…

  1. El más grande hombre de Venezuela, de niño, quedábase triste y atormentado, en medio de inexplicables culpas, en medio del majestuoso encanto de la naturaleza, sintiendo que el único delito en nacer es no poder aportar nada noble, genuino y grandioso a la vida. La vida es deuda. En las lecciones de cada mañana no encuentra explicaciones ni soluciones a sus más caras angustias. A veces quédase silencioso, con el libro abierto y la mente encendida, reconociéndose un mendigo iluminado que habrá de ir, de pueblo en pueblo con el zurrón bajo el brazo.

  2. Soñando bajo la lluvia en medio del fragor de las batallas del espíritu, entre cantos de cigarras y el bullir de mil porfías, pasar por las mayores pruebas de fuego. Se vislumbraba el Hombre de las Dificultades, apenas siendo niño. Simoncito presentirá el horror de su lucha apenas cumpliendo los nueve años.. Como casi nadie lo entiende y quienes han quedado a cargo de su educación no lo soportan, la familia opta por enviarlo a España. Es Simón un muchacho que en ocasiones pareciera triste, en ocasiones alegre y bullanguero y bromista, que cualquiera podría creer que es un loco. Es apenas un pequeño demonio pose{ido por el genio equilibrado de la duda. "De todas las cosas, dudar es lo más importante", decía. Cuando por primera vez ve el mar, su corazón estalla: "Al fin el andar. Al fin la aventura de poder hundirse en el confín de los infinitos". Y cuando se embarca, pasa días frente al mar y el viento, mirándose en las brumas, en las noches tupidas de estrellas; con el batir de las olas, en la estela de la abrumada cazuela que es la de su tormenta interior. Dios que les ha arrebatado a sus padres, puede encomendarle las tareas más duras.

  3. Hasta entonces no ha conocido más que soledad, que es también decir, libertad. No ha tenido otro hogar que el infortunio. Y la crueldad con que por primera vez escuchó la palabra huérfano, le arrancó una amarga sonrisa de suprema victoria. Todos somos huérfanos de algo, y hay que compensarlo sacando del fondo de nosotros la suprema decisión de coronar una hazaña. "¿Se habrá Dios olvidado de mí?", y es así se lo encuentra una joven que se enamora de aquel espectro en llamas. Ella queda consumida por sus fuerzas, y su locura. Es un loco de una idea fija, y por vez primera en sus luchas interiores encuentra el consuelo de una mujer, desde que perdiera a su madre.

  4. Serán ellas, las mujeres, el consuelo recurrente en sus grandes accesos de dolor y de melancolía -como dice Teresa de la Parra- que tomará prestado de ellas, las mujeres, los ojos para mirar su propio genio. Fueron tantos los ojos con los que miró dentro de sí, con ellas, sus luces y su guía. Desde entonces Bolívar jamás dejó de tener una compañera a su lado. Así será desde la negra Hipólita hasta Manuelita Sáenz, pasando por María Teresa del Toro. Y surge la disputa del fondo de las calladas almas que deambulan por Venezuela, "o ella, María Teresa, o nosotros. Él, en verdad se desposa con la Adversidad. Cuando al principió soñó con un hogar, con tener hijos y ser un buen padre, entregado a la dulce vida de su amada y del campo; sólo vivir para María Teresa del Toro, y no aspirará a ninguna otra cosa que a la paz de su hogar, entonces, un día, al besar a su amada, siente su sangre en los labios, y advierte la palidez de la muerte que otra vez le desafía. Lo persigue la tragedia. Es inútil, poco a poco deja que se esfume otra gloria de esperanza entre sus brazos. La adversidad. "Me he desposado con la adversidad".

  5. ¿Cuántas más pruebas?, y el destino celoso como Yago, le asesta el puñal a su amada María Teresa. Y todavía no es el fin. Con el regreso al mar, donde no piensa sino en la huida de sí mismo, entre los guiños siniestros de las almas aherrojadas de su pueblo en cadenas… Todavía aquel clamor que le late en el corazón: su obra que apenas entrevé en sus tormentos.

  6. Cuando lee a Virgilio, a Homero, Diógenes, Cervantes o Julio César, los comprende, y los abona mejor con el poso de su propia angustia. Lee bibliotecas, y aspira algún día complementar con largos y solitarios diálogos las lecciones de sus maestros de la Adversidad, del sufrimiento, del dolor. Su vida tiene que rehacerla cuando apenas cumple diecinueve años. Otra vez frente al mar; se embarca y pasa noches enteras con la mirada frente a la mar; su alma ante sus dolores futuros, como si se viera en Santa Marta amortajado con una camisa prestada. A la espera del llamado para enrolarse en una buena causa.

  7. Entonces cree que ese día no llegará, y busca la auto-destrucción; hay en él algo de desahuciado, de loco y de mendigo que nada quiere y que ya nada espera... Despilfarra parte de su fortuna, desciende al foso de las visiones más atroces; ha dejado todo atrás; tal vez no se reponga. Tal vez quede lisiado para siempre convertido en un hombre apenas decente, en un funcionario, acomodado ciudadano, que lucha por meras necesidades inmediatas. En un farsante de salón, en un político negociador de cargos o en un empresario colonizador. Un día se encuentra en París con Simón Rodríguez, quien le recuerda que todavía es joven, y le dice "¡Vámonos!", una expresión que la recordará del porvenir cuando en Santa Marta la repita: "¡Vámonos, estos carajos no nos quieren!". En el trance de otra muerte que es el nacimiento de sí mismo, porque alguna vez nacemos para lo grande, para la gloria. Robinson lo saca del letargo y obedece. Así comienza el delirio de su odisea por entre lanzas y bayonetas.

  8. Caminar le devuelve la salud y el equilibrio. Caminar le hace jurar que hará libre a su pueblo, para lo que se hará primero libre a sí mismo. Va escuchando y leyendo por los caminos. Pasan semanas en un delirio de marchas, y cuando duermen caminan en los sueños. "Me vuelvo a Caracas" - dice. Y se va al mar. En el mar ve otra vez la cruz de sus penas. Escucha voces de batallas, y vuelve a recordar el destino en los campos de Araure, Carabobo, Boyacá, Bomboná y Junín.

  9. Durante los primeros brotes revolucionarios contra España, a Bolívar se le está revelando el carácter de su empresa, y es cuando siente: "Si hemos visto grande a los españoles, es porque lo hemos hecho de rodillas". Cuando le salta aquella expresión es porque siente que a Venezuela basta con despertarla un poco, para que el brillo de sus fuerzas corone la gloria de hacerse la libertaria de América. Pareciera que es otro quien habla por él, pareciera que alguien le dicta lo que siente y lo que escribe. En lo político, de todos los caminos el más expedito es el de la acción. No sale electo diputado al congreso de la primera República. Escucha a su corazón, y éste le dicta que no debe perder el tiempo en discusiones inacabables, que contra el onanismo de la palabra el mejor antídoto es la acción. El genio se le desborda y la impaciencia deja sus primeras derrotas. La impaciencia, su peor defecto. Los desastres se le arremolinan y desconciertan a los más fuertes, se desintegra aquella sociedad por falta de disciplina y de organización. Falta también conocimiento y capacidad para obedecer: hace falta un líder, quizás aquella no fuese tarea sino para un dios. Y sobre todo falta carácter. Sin carácter nada se mueve, nada avanza, nada se consolida. Desde entonces entiende que hay que desconfiar de los hombres por más luces y conocimientos tengan, si no carecen de carácter.

  10. La escuela de la miseria le da otras lecciones. Comienza la lucha por penetrar las intenciones de los hombres, sus capacidades y valores. Ayer era un apasionado seguidor de las ideas del generalísimo Francisco de Miranda, y hoy descubre que es no está a la altura del momento, y que acaba firmando una inaceptable capitulación frente a Monteverde, al tiempo que planea huir con veintidós mil pesos y mil onzas de oro del Tesoro Público. Por su patria lo quiere dar todo, quiere desgarrarse, demostrar cuan capacitado está para sufrir, para desprenderse de cuanto tenga, dispuesto a vencer pestes y apetencias materiales.

  11. Comienza su penar por las islas de las Antillas. Va a Curazao, para poco después pasar a Cartagena, donde sorprende con su famoso Manifiesto. Hay una conmoción en el país de los lanudos de Tunja y Bogotá, y el gobierno de Camilo Torres le concede una excesiva confianza que provoca envidias y recelos en los neogranadinos. Bolívar está ansioso por demostrar su capacidad para el mando, para la guerra y emprende una campaña que estremece al mundo. Expulsa a los españoles que hicieron capitular a Miranda y establece un gobierno republicano en Venezuela. Recibe el título de Libertador e inicia una lucha sangrienta en la que otra vez cae sepultada en la esclavitud más ominosa nuestro pueblo. Entra en la guerra que durará ocho años. El joven que hace pocos años pensó en una vida pacífica con su esposa en el campo, ha empuñado la espada, y como un dios dice serenamente: "Españoles, si persitís en ser nuestros enemigos, alejaos de estas tierras, o preparaos a morir". Nunca antes en este continente se había lanzado un ultimátum más explicito, más breve, más sencillo, más formal, contundente y poseído de una confianza infinita. Aquello no era sino un dios que hablaba. ¿Cómo podía dirigirse un hombre con una seguridad tan firme y serena frente a un país plagado de enemigos feroces, la raza más implacable del mundo: la que acabó por derrumbar las esperanzas imperiales de Napoleón en Europa y que había llenado tantas páginas de valor suicida en la historia de Occidente?



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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