En esos aciagos día de diciembre pasado (no digo decembrinos porque me suena hipócritamente a “fiestas navideñas”), quizás en la segunda o tercera semana, buscaba yo donde descargar mi impotencia (no se confundan) de no poder joder a esos coños de su madre de la gentuza del petróleo.
Aparte de la arrechera que cargaba desde que esos terroristas decidieron sabotear a la que ellos creían “su” empresa, PDVSA, y poner a parir sin estar preñado al pueblo venezolano, ya me había calado dos colas para echar gasolina, y en ambas oportunidades tuve que poner gasolina “tapa amarilla” (con plomo) porque no había de la otra. Y el carro virguito. Fuel Injection, Unleaded only.
Y agarro la Raúl Leoni (espero que cuando revoquemos a Guillermo Call le cambiemos el nombre a esta avenida) como a las once de la mañana, y al llegar al semáforo de la Guaricha me detengo detrás de una picó destartalada, con cuatro hombres y tres carajitos, más destartalados aún. Con dos tremendas banderas rojas, una del PCV y una del MVR. Los carajitos y dos viejos con sendas boínas rojas. Los otros dos adultos de edades indefinidas. El rostro macilento en los adultos y de alegría en los carajitos, pero lo que más me llamó la atención fueron las sonrisas, enigmáticas, de complacencia pero no pero sí. Cómo la de la Gioconda.
Total que el semáforo se puso en verde y la camioneta se apagó, y tras dos intentos arrancó, llenándome de humo de aceite quemao (como dicen en mi pueblo, con ti pote). Me les adelanto y les pregunto ¿Dónde es la caravana? Ellos me dicen “…no, no vamos pa’ ninguna caravana, vamos a defender PDVSA.…”. El corazón se me arrugó. Y me fui detrás de ellos. Ya el humo negro no me importaba.
El edificio principal de PDVSA en Maturín es una imponente mole, al estilo de las grandes mansiones de los grandes ricos que gastan la plata de otros, impenetrable, aislada, lejísima, no físicamente pero sí espiritualmente. Yo creo que el edificio de la CIA en Langley, Virginia, es de más fácil acceso, o por lo menos uno no lo siente tan lejano. Y estos cuatro desarrapados, lo más probable con el estómago vacío, junto con sus hijos y/o nietos, muy probablemente con un desayuno criollo (casabe mojao en guarapo) en sus estómagos, iban a “defender PDVSA”.
Y resulta que habían instalado al frente del edificio de PDVSA, en la entrada principal, pero AFUERA DE PDVSA, un campamento, donde hacían guardias y todo para evitar el acceso de los saboteadores terroristas de la gentuza del petróleo.
Yo creo que Ripley se quedó pendejo. Esto lo cuento y ojalá me creyeran, pero fue verdad. Estos carajos que jamás en su vida habían recibido nada de PDVSA (por favor, no me vengan con el cuento de que gracias al petróleo Venezuela se ha ido desarrollando socialmente: ¿salud? ¿cuál salud si todos se veían flacos, enfermos, desvencijados? ¿educación? ¿cuál educación si ninguno había pasado de cuarto grado? ¿trabajo? ¿cuál trabajo si todos tenían toda su vida matando tigres? ¿viviendas? ¿cuál vivienda si todos vivían en ranchos inmundos en terrenos invadidos? Pero iban, con su sonrisa enigmática, como la de la Mona Lisa, a defender PDVSA. Coño, me dije, esto no puede ser. Esto es un sueño surrealista. Cómo en el cuadro aquel con el reloj derritiéndose. Y me dio mucha vergüenza. Yo que me había hecho profesional gracias al petróleo, no sentía ese “espíritu”, ese llamado bolivariano.
¿Y qué impulsó a estos Bolivarianos (con mayúscula) a defender algo que nunca fue de ellos, algo de lo que nunca habían sentido que era de ellos, pero que en esos días había que defender? Chávez. No hay otra explicación. El comandante pidió auxilio. Y he allí la respuesta: solo los que nunca habían recibido algo de PDVSA atendieron su llamado. Qué incongruencia ¿es un mundo bizarro o no?
Lo más triste es que estos defensores de PDVSA siguen enfermos, pasando hambre, sin trabajo, viviendo en ranchos inmundos, mientras que los nuevos pedeveseros y los viejos reenganchados se siguen metiendo un billete. El billete de estos defensores.
En su nuevo mundo los neopedeveseros. Y ahora sí: apoyados por el gobierno. Volvieron a la gatopardiana: “sacrificamos algunos para que todo quedara igual”.
¿Y los condenados de la tierra? ¡Que sigan comiendo mierda!
MATURÍN, 28 DE MAYO DEL 2003
LUIS RIVERO BADARACCO
LGRIVEROB@CANTV.NET
PD: Comandante Chávez: La gente del petróleo sigue vivita y coleando en la “nueva” PDVSA. Uno se cansa. ¿Hasta cuándo?