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En el capítulo VII ("Alrededor de la Ermita") de la novela "En este país", aparece un extraordinario personaje llamado Guaro, que retrata a muchos fablistanes que escogieron el camino equivocado de tan noble profesión de periodista. Que lamentablemente acabaron vendiéndose a los poderosos medios para atacar a su patria. Porque hay que reconocer que el periodismo ha sido horriblemente deformado por la interferencia (mercantilista) de los medios (ahora de las redes) en su función de informar y opinar. Ya los grandes medios no informan sino que mienten a mansalva, de la manera más descarada, sólo hacen propaganda a favor de mafiosos y gánsteres, sólo se dedican a promocionar productos de las grandes transnacionales, hacer de mediocres personajes unos "elocuentes diputados", "salvadores" y hasta presidentes de la república; imponer ideas y viles negocios. Ahí están en nuestro país, los casos de diarios como "El Nacional" (dirigido por MEO) con aquel titulares En Miraflores será la Batalla Final", el del diario "Tal Cual" (dirigido por Teodoro Petkoff) con su "Chao Hugo"…
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Ese capítulo VII de la referida novela, se ambienta en la época de Cipriano Castro, cuando Venezuela es asediada por los imperios europeos y cuando éstos vinieron a reclamarnos un falso endeudamiento con las compañías "El Cable Francés", "Ferrocarriles Alemanes" y "La New York and Bermúdez Company". Bueno, en el capítulo VII, nos encontramos en un día de francachelas en los alrededores de la Ermita, luego de rochelas, rumbas, cohetes y variadas competencias. Se retiraba la familia Macapo con algunos connotados personajes, entre ellos Gonzalo Ruiseñol, el matrimonio Pichirre y el periodista Guaro, de suma importancia, el cronista de la festividad, motivo éste por el cual varias familias –dice el novelista – se lo disputaran. "!Guaro…! – escribe Urbaneja Achepohl – Pero, ¿quién no le había de conocer entonces entre los descendientes de Paramaconi y Guacaipuro?". El personaje aguajero y aguajoso, aprovechado, guiso en todos los saraos de la burguesía, hablachentoso y opinador en todo, "un cachito de cebada… redondo y completo, siempre listo a echar un párrafo entre dos copas, un soneto a cualquier Laura criolla", y, siendo envidiado de los de misma especie. Refinadamente malicioso, este hijo de sus obras, era muy cortés (jala bolas), "quien en soplándole a los oídos alguna noticia, por insubstancial que fuera, ya se le veía con el rollo de cuartillas en la mano, tomando nota de la chismografía universal, entre expresivas demostraciones de agradecimiento, rematadas siempre en brevísimo y elocuente discursos, en el que derrochaba las galas de su ingenio…".
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Así era aquel Guaro, artificioso, cronista de luenga lengua, el periodista providencial, "que no perdía ripio: del banquete oficial a la jira campestre, del matrimonio al bautizo, del enterramiento a los funerales. En la gallera el lunes; el domingo en la tarde en el circo de toros; por la noche en la tertulia de algunos coristas…". Y así lo describe Urbaneja Achepohl: "flacuchento, menudo, jipato, con piernas y brazos que parecían gritar las agudezas guarinas antes de asomas éstas a los labios de aquel saco andante de miserias físicas. Ojos tenía muy vivos y móviles, boca rasgada y nariz de ave mazorquera. En el traje, gastaba poco adobo y mucho desgaire, amén de alguna caspa sobre el cuello. Airecillo de poetastro con punto de agente de negocios tenía…". Percudida la tez de las damas con polvos de arroz y los caballeros vaciando sus copas del más estrellado brandy, se acomodaron a la mesa. Pronto vemos a Guaro, diestro y concienzudo saborear cada plato, iba degustando "despacio cada postre y golosina y veía todo con mirada escudriñadora".
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Así estaban en aquella mesa, tragando y departiendo amenamente hasta que Gonzalo Ruiseñol habló: - A los periodistas entendidos como usted es aquienes toca venir en ayuda de los agricultores iniciando al Gobierno en el conocimiento de ciertas medidas provechosas a todos…". Entonces se esponja Guaro: "-En ese camino me encontrará usted siempre dispuesto. Hacer de mi parte toda la obra posible del bien" en servicio de las buenas causas, es mi fin gremial – apuntó Guaro con la boca completamente llena de sustancias masticables…". Guaro creía tener pensamientos propios sobre todo cuando se encendían sus orejas producto del brandy y de las comilonas, y cuando estaba con magnates como don Gonzalo Ruiseñol. Por eso, entre trago y bocado opinaba sin parar sobre emprender obras salvadoras de la república, diciendo que debían unificarse nuestras deudas en un solo tipo para ofrecérselas a Estados Unidos a cambio de unos millones de bolívares para solucionar parte de nuestros problemas, y hacía hincapié en su originalidad: "- Este pensamiento mío lo he de dar a la luz pública para que el Gobierno lo estudie, ahonde, medite y resuelva…".
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Gonzalo Ruiseñol se oponía tajantemente a las cutres ideas de Guaro, diciéndole: "- No lo permita Dios, señor Guaro… La unidad que usted proclama, vale tanto como ir con nuestros pasos contados al Protectorado yanqui… lo que hasta ahora nos ha salvado de caer en sus garras, es precisamente la multiplicidad de nuestros acreedores… Y para libertarnos de tantas injurias, calamidades y vergüenzas, ¡cuántos sacrificios habríamos de imponernos! … joya arrancada a la corona española, habríamos de dejar en las garras yanquis… Venezuela es aún El Dorado de los aventureros precoloniales; para ellos todavía se recoge oro en las calles; todavía el indio anda por ellas en guayuco, armados de flechas, tatuada la epidermis y empanachado con las lumas alegres del guacamayo… vivimos del miedo de los grandes, del egoísmo internacional…". Guaro tomó y comió tanto, que ya no escuchaba, dormitando como hacía a todas las reuniones a la que asistía. Ave María Purísima, de aquellos a estos, tan parecidos…