El ALCA ataca por el Pacífico

La firma del Tratado de Libre Comercio entre Chile y Estados Unidos, el pasado 6 de junio de 2003, confirma las principales tendencias en el continente. El grupo de poder instalado en Washington alrededor del presidente Bush, ha dado un paso más en el camino hacia el ALCA, Alianza de Libre Comercio de las Américas. Pero tuvo que buscar el atajo chileno, facilitado por un régimen y un gobierno dispuestos a sacrificar su limitada producción primaria con tal de figurar en el tablero de los global trader. Pero este acontecimiento, sirve para actualizar otra tendencia, es decir, que la resistencia a tan pretencioso proyecto hemisférico sigue concentrada en el Cono sur, entre Venezuela y Argentina, pasando por Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay y Brasil.
 
El año que Chile quiso ser norteamericano
 
Han pasado dos lustros desde que un grupo de presidentes latinoamericanos sugirieron al gobierno de Bush padre (Miami, 1992), que se reorganizara el comercio y las relaciones hemisféricas en la forma que luego se conoció como “proyecto ALCA”.  Antes y después de aquella Cumbre, la organización de tres bloques comenzò a modificar el sistema regional de Estados en el hemisferio.
Tanto la paternidad del ALCA, como los bloques creados, fueron inspirados en el pacto de dependencia conocido como el “Consenso de Washington” (1989), algo así como el primer “mapa de ruta” del neoliberalismo para América latina.
En marzo de 1991 se fundó el Mercosur en la capital paraguaya, anudando en este acuerdo a cuatro países, entre ellos Brasil y Argentina, la primera y la tercera economía del continente. En octubre de 1992, crearon el NAFTA (siglas en inglés de Tratado de Libre Comercio de Norteamérica); así amarraron a la segunda economía nacional, México, junto a Canadá, un imperialismo subsidiario. Luego, en 1993, refundaron, bajo el signo de “Consenso”, el MCCA, Mercado Común Centroamericano y el CARICOM (TLC de las islas caribeñas). A la CAN, Comunidad Andina de Naciones, la dejaron flotar en las nubes de su obsolescencia. Como me dijo en Buenos Aires, en 1995, el canciller venezolano Burelli Rivas, “O la CAN se acopla o pierde este tren de inversiones”.
Los entusiastas presidentes latinoamericanos de entonces, sostuvieron la idea del ALCA, apoyados en un clima mundial que favorecía esas nuevas relaciones con Norteamérica: la implosión de la URSS con la caída encadenada de sus estados en Europa oriental y la derrota de la guerra civil centroamericana, más otros hechos que propagandearon como “el fin de la historia”, o “el triunfo definitivo del capitalismo”, que para ellos resulta la misma vaina.
A aquella ola latinoamericana de fundación de bloques regionales, pertenece la ansiedad del Estado chileno, de integrarse más al comercio exterior estadounidense. Desde junio de 1991, cuando se realiza la primera reunión de Comisiones Técnicas de ambos países, en Washington, hasta el 6 de junio de este año, en que ambos gobiernos firman el Acuerdo final en Miami, pasaron 12 años de intentos y desencuentros. Ahora falta que el Senado le de el sí final, cosa que se da por descontada.
Chile pasaría a ser el segundo Estado latinoamericano en pactar un acuerdo de tan estrechas relaciones de dependencia, después de México. Los otros que esperan su turno (en diciembre de este año) son los países de Centroamérica, con los que se negocia un acuerdo similar, pero con mayores coincidencias que las alcanzadas con Chile.
 
El último hijo del Consenso de Washington
 
El Consenso de Washington ya no existe, feneció alrededor de 1999, bajo dos efectos combinados: Los desastres fiscales, políticos y sociales, que provocó en los países que siguieron sus consejos, y por la resistencia anti imperialista que generó en la mayoría de las poblaciones sudamericanas, incluidos sectores privados nacionales y algunos gobiernos, como el de Chávez. Una encuesta del New York Time, de septiembre de 2002, realizada entre editores internacionales de los Estados Unidos, mostró el renacimiento de esa vieja actitud latinoamericana, al concluir que “Se percibe la reaparición de sentimientos anti norteamericanos entre pueblos y líderes latinoamericanos” (Reuter, 11/09/02). Una buena prueba de ello, fueron los 11 millones de votos brasileños contra el ALCA, en el referendum de 2002.
Pero uno de sus hijos predilectos, el Estado chileno postpinochetista, se escapó por un costado, y desde el Pacífico, alcanzó doce años después, el sueño de un TLC con Estados Unidos, la idea matriz que el Consenso de Washington proyectó para todo el continente desde la Cumbre de Miami, en 1991.
El ALCA, que en los últimos años concitó un rechazo masivo en Latinoamérica, transformándose en mala palabra, sinónimo de avasallamiento comercial, social y estatal, dio un paso hacia el sur por el cruce fronterizo del gobierno socialdemócrata chileno.
No en vano, Robert Zoellik, Representante Comercial Hemisférico de EE.UU., principal lobbista actual del ALCA, dijo el pasado viernes en su discurso en Miami: “Es un gran progreso de Chile, en el camino de lo que venimos avanzando con Centroamérica”. (CNN en español, emisión del viernes 6 de junio, 2003).
En plena guerra de conquista en Irak, cinco países (Panamá, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y El Salvador) acudieron a la Oficina Oval, a pedirle a Bush hijo, que firmara el protocolo de para un TLC inmediato. A eso lo denominamos “El Pequeño ALCA”, por el carácter de avanzada que tuvo (ver Argenpress, del 22 de abril, 2003). Esta vez, a los cinco hermanitos centroamericanos se les une el hijo más circunspecto del Consenso de Washington. Pero algo indica que llegó un poco tarde, a pesar de que llegó. El neoliberalismo anda en problemas por las tierras del sur, y no siempre, los últimos logran ser los primeros.


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Modesto Emilio Guerrero (Especial Argenpress.info)

Periodista venezolano radicado en Argentina. Autor del libro ¿Quién inventó a Chávez?. Director de mercosuryvenezuela.com.

 guerreroemiliogutierrez@gmail.com

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