La experiencia de los grandes sucesos enseña que las transformaciones revolucionarias del pasado sólo se llevaron a cabo porque sus protagonistas se inspiraron en un poderoso aliento. Ninguna Nación se ha cubierto de grandeza sin una justificación moral o política capaz de proporcionar ese espíritu de lucha indispensable para vencer las dificultades y triunfar. Las grandes motivaciones que inflaman el coraje y la decisión forman los héroes y mártires. Son las que dan la victoria a un puñado de soldados frente a un ejército más numeroso. Ya sea en el orden religioso o de la política, ya sea la causa de una nacionalidad oprimida o la libertas de un pueblo sumido en la servidumbre o conquistar la igualdad donde reina la exclusión, siempre es un elevado aliento el que comunica la fuerza para impulsar las grandes hazañas de la Historia.
Las ideas pueden convertirse en una fuerza material cuando ellas prenden en la conciencia de los pueblos. Precisamente esa es la función principal de los líderes, de la vanguardia, de la dirección política. Sólo un liderazgo que sea capaz de infundir sus ideas en la mente y corazón de sus pueblos, de sus soldados o de sus partidarios y, además, unirlos y organizarlos alrededor de estas idea, estará en condiciones de ejercer cabalmente su papel y hacer historia.
Uno de los grandes méritos del Libertador fue su capacidad de comunicar las ideas de libertad e independencia a nuestros pueblos en la peor de las circunstancias, cuando pesaban sobre ellos más de trescientos años de obediencia al Rey y a las leyes de España y cuando él mismo, Simón Bolívar, no era otra cosa sino uno más de la aristocracia “mantuana” que excluía, discriminaba, humillaba y esclavizaba al pueblo venezolano, mestizo, negro, zambo, pardo.
Una vez concluida la gesta de Independencia y rota la unión con la Nueva Granada, Venezuela se quedó sin aliento de grandeza. El dominio de los grandes propietarios agrarios y de los caudillos guerreros, enriquecidos al apropiarse de los bienes de los soldados del Ejercito Libertador y constituidos en una oligarquía depredadora y esclavista, despojó a los venezolanos de las razones para el trabajo, el desprendimiento y el servicio a la Patria.
Sólo el impulso ideológico de Antonio Leocadio Guzmán, en las páginas de “El Venezolano”, y la espada redentora de Ezequiel Zamora, general del pueblo soberano, harían de nuevo posibles las grandes hazañas de la guerra campesina y libertaria, la “guerra larga” de la “Federación”. Pero, otra vez, la traición a los campesinos, peones y pobres, los mismos mestizos, negros, zambos y pardos de la guerra de Independencia, dejó a Venezuela a merced de los mezquinos propósitos de la oligarquía.
Ahora, la joven revolución vuelve a darnos un gran aliento patriótico y revolucionario en las ideas y el ejemplo de Simón Bolívar, cuyo aniversario de natalicio se cumple en estos días, el 24 de Julio. Inspirándonos en el Libertador y en las mejores tradiciones patrióticas y revolucionarias, Venezuela afirma hoy su propia doctrina nacional para la grandeza, la justicia social, la democracia participativa, el protagonismo del pueblo, la independencia, unidad e integración de América del Sur.