El cruce de palabras entre el comandante Hugo Chávez Frías con el presidente del gobierno español Rodríguez Zapatero, en el cual intervino de manera insolente el llamado Rey de España, en defensa del asesino fascista y heredero del “Carnicero de Burgos”, Francisco Franco y Bahamonde, es una clara demostración de los nuevos tiempos del debate diplomático en las cumbres mundiales y regionales, las cuales ya no aceptan formalidades cómplices ni respeto inmerecidos, sino el franco y abierto cuestionamiento público de personas, acontecimientos y posiciones que obligan a reivindicar la dignidad de los pueblos y la de sus dignatarios.
El presidente Chávez ha mantenido una postura respetuosa pero firme, en la incorporación de temas en las reuniones internacionales que no pocas veces generan confrontaciones con personajes del “jet set” internacional. Así pasó con Bush y Fox en Argentina durante el debate del ALCA y con Bush en la ONU, como también con Uribe en el reciente encuentro de Bogota, en donde puso en el debate público asuntos que sus pares prefieren que no se planteen públicamente y, en el peor de los casos, se manejen con la discreción propia de la diplomacia de las complicidades que tanto reivindican los “sesudos” internacionalistas Milos Alcaly y Julio César Pineda.
Por ello, la reacción del llamado rey de España, no es sino una nueva manifestación de un tipo de comportamiento histórico de las viejas y nuevas potencias imperiales que no aceptan el discurso digno, franco y sincero de quienes representan las nuevas corrientes de cambio en Nuestra América, porque prefieren que tales reuniones sigan convertidas en un circo de complicidades con agendas manipuladas que deben de dar sensación de “cohesión” internacional sobre temas de su interés, cuando, la verdad de los hechos, es que para nuestros pueblos, el débito histórico de la rapiña y explotación de nuestras tierras y poblaciones, todavía no ha sido reconocido y menos resarcidos por tales herederos de la infamia imperial.
Ahora ya lo saben: las cumbres en donde estén presentes la dignidad y la reivindicación histórica de los pueblos latinoamericanos y caribeños, dejaran de ser torneos de discursos intrascendentes, para convertirse en verdaderos debates de ideas y de revisión de nuestro proceso histórico, en el cual se coloque a cada personas y acontecimiento en su justo lugar, sin que ello pueda ser calificado como grosero, sino como una manifestación del lenguaje claro, certero y categórico de los nuevos hacedores de la historia de Nuestra América.
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