“Yo fui un inmenso tonto útil en Chile y creo que pieza fundamental en el derrocamiento de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973”. Así comienza el mea culpa que nos envía un chileno de 57 años, antiguo militante del Partido Demócrata Cristiano, hoy residenciado en San Félix, Estado Bolívar. Tres décadas después del golpe que acabó con la vida y el gobierno de Allende, y dio inicio a un oscuro ciclo de muerte y terror para Chile, Luis Germán Bracamonte Alvarado cuenta su historia.
La Pdvsa chilena. “En esa época yo trabajaba en la Sociedad Minera El Teniente, empresa de la gran minería del cobre, riqueza fundamental de la economía chilena, como hoy es Pdvsa para Venezuela. En abril del 73 empezamos, por motivos fútiles, una huelga que se denominó ‘del 41%’. Yo era un joven miembro del sindicato profesional Caletones y furibundo demócrata cristiano”.
El mismo coco. “Previo a la huelga, se creó una matriz de opinión del régimen de Allende igual a la que existe hoy en Venezuela. Se nos hizo creer que nuestros hijos serian reclutados y llevados a Cuba. Los medios pregonaban que la libertad de Chile estaba amenazada, que en los sacos de azúcar que Cuba enviaba a Chile se ocultaba armamento para los grupos de amigos personales (GAP) de Allende. Se provocó un gran desabastecimiento: había que hacer colas para comprar lo básico”.
Odio patriótico. “Poco a poco, mis sentimientos patrióticos se fueron transformando en odio profundo hacia ese ‘régimen oprobioso’ hasta el punto de que estaba dispuesto a dar la vida por ‘salvar a mi país del comunismo’. Como yo, eran miles los trabajadores que poco a poco fuimos manipulados, tanto que no dudé ni un momento cuando provocamos la huelga. Participé activamente en reuniones en la sede del Partido Demócrata Cristiano en Rancagua, donde se daban las instrucciones para mantener el conflicto. Organicé junto a otros la toma de Radio Rancagua, la que se transformó en nuestra plaza Altamira, junto a Guillermo Medina (el Juan Fernández chileno)”.
Terrorismo. “Dinamité con otros un paso a nivel en el camino al mineral para impedir que los trabajadores que habían empezado a trabajar pudiesen llegar a sus labores. Organizábamos cacerías para apalear a aquellos que considerábamos rompehuelgas, denominándolos ‘patos blancos’. Organicé y ejecuté la toma del Congreso, lo que sirvió de avanzada para la marcha de los mineros sobre Santiago. Las autoridades trataron de impedir esta marcha en el puente sobre el río Maipú, donde, a Dios gracias, no explotó un tractor que lanzamos lleno de dinamita a las fuerzas de Carabineros. Hubiese habido muchísimos muertos”.
Protección divina. “Incendiamos un tren del cual hicimos bajar a los pasajeros. Por diferentes medios logramos pasar sobre Santiago y después de algunas escaramuzas en el centro fuimos alojados por cientos en la Universidad Católica de Santiago, bajo la protección y complicidad de la Iglesia católica, y en la sede del Partido Demócrata Cristiano en Santiago”.
Contra la prensa roja. “Participé y organicé en un conocido restaurante de Santiago (Chez Hanry) en la preparación de explosivos con los cuales volamos de madrugada un periódico del Partido Comunista que era editado en el diario La Nación. Guardábamos en el Congreso suficiente dinamita como para volar el edificio. Nos reuníamos con la gente de Patria y Libertad para recibir instrucciones”.
Reenganche pinochetista. “Fui despedido, al igual que los trabajadores de Pdvsa, por sabotajes y después reincorporado con honores por Pinochet. Celebré la caída de Allende con gran alegría. Desmentía, junto a los medios, que hubiese fusilamientos y desapariciones forzadas. Me sentía orgulloso de haber dado todo por salvar a Chile del comunismo”.
El desengaño. “Vine a Venezuela en 1977, y vi desde afuera la enorme tragedia que era la dictadura de Pinochet. Hablé con asilados y me contaron los sufrimientos y torturas sufridos por el solo hecho de pensar distinto. Supe de la declaración de Pinochet, según la cual ‘sepultar a dos o tres comunistas en un mismo agujero era economía’. Respiré la libertad de Venezuela y empecé a pensar lo tonto útil que fui”.
Perdones pendientes. “No sólo los militares deberían pedir perdón por lo que hicieron, sino también la Iglesia, los partidos políticos y Kissinger, el autor intelectual del golpe en EE UU. Ellos deberían por lo menos pedir que en Venezuela no se produzca jamás lo de Chile y no permitir que en TV se use la imagen de Allende o de Pinochet según su conveniencia”.
Comprensión. “El Presidente debe comprender que muchos de esos ex trabajadores de Pdvsa que cometieron sabotaje lo hicieron, al igual que yo, ‘por amor a la patria’, envenenados por los medios y por promesas que jamás se cumplirán”.