1. Casi el 50 % de los votos válidos se pronunció a favor del socialismo, del socialismo en serio. Y eso es bastante. No es lo mismo votar por un candidato socialista que hacerlo por el socialismo en concreto. Lo diré con una frase brutal que el buen lector sabrá encontrarle la debida matización: no es lo mismo votar por el “socialismo del siglo XXI” que votar por la supresión del Grupo Polar. La audacia que significó pedirle a la gente una definición más o menos así, no puede darse por derrotada. Por el contrario, haber logrado lo que algunos llaman un “empate técnico”, es casi una proeza, tanto más si consideramos la intensa campaña que en contra de las propuestas socialistas de Chávez hizo la poderosa maquinaria publicitaria del capitalismo, dueña en Venezuela de apabullantes espacios mediáticos. Plantearnos en esas condiciones la aprobación de una reforma constitucional como la propuesta fue desafiar ese aparato, subestimando la inmensa capacidad del mismo para la deformación y la mentira. El resultado, obtenido a contracorriente de un viejo anticomunismo casi endémico, es ahora un piso muy sólido para continuar con lucidez, y con eso que los griegos llamaron “kairós”, la profundización del cambio bolivariano. Pero debemos estar conscientes de que la misma no podrá darse con firmeza sin que haya un amplio y fecundo debate que la oriente, debate que, por cierto, ha estado peligrosamente ausente en este proceso.
2. El más insignificante porcentaje de verdadero anticapitalismo se ha pagado carísimo en América Latina. Venezuela no tenía ni tiene por qué ser una excepción. Por el contrario, es uno de los lugares del mundo donde es menos admisible cualquier paso en contrario. Y lo sabemos en carne propia. La campaña contra Chávez ha sido inclemente, tozuda y pertinaz. Ante esa realidad, a las fuerzas del cambio no les está permitido conceder ventajas ni incurrir en descuido alguno. Creo que en esta ocasión bajamos la guardia. Jugamos, además, con reglas que sólo nosotros respetamos. Nadie tiene duda ninguna de que si el resultado electoral hubiese sido inverso, aún con una ventaja de más de un millón de votos, el antichavismo lo hubiese desconocido de manera descarada y con violencia.
3. Estimo que antes de pedir un pronunciamiento electoral sobre la idea que las promueve, deben fortalecerse experiencias productivas de carácter socialista. Por otra parte, ¿será necesario un pronunciamiento electoral para ello? Bien sabemos del arraigo del capitalismo en la mentalidad de los venezolanos. La propiedad como valor sagrado, es uno de sus símbolos. Aunque en el proyecto de reforma no se planteara su supresión, bastó que se hablara de “garantía de la propiedad” y no de “derecho de propiedad” para que se activara una tramposa campaña publicitaria en contra de la propuesta presidencial. La derecha conoce muy bien el terreno de las manipulaciones y no está dispuesta a dejar de transitarlo si se trata de defender sus privilegios. Así, con minucioso cálculo, puso en práctica una deshonesta campaña destinada a infundirle miedo a ciertos sectores de la población. Empleó la falacia del muñeco de paja y convirtió el texto de la reforma en un espantapájaros, para apedrearlo con impudicia. Fue tal la insistente mistificación que bien podría afirmarse que la derrotada no fue la reforma sino la versión mendaz que de la misma puso a circular la oposición. Este hecho, por cierto, pone de relieve una de las grandes fallas del chavismo: una campaña que no supo contrarrestar el terrorismo mediático de la derecha. El abuso que en nombre de la propiedad privada, bajo el amparo de un orden jurídico diseñado para justificar todo tipo de explotación, produjo durante años indignantes ejemplos de injusticia. Así, no hubiese sido necesario recurrir a ninguna imagen inventada para presentar audiovisualmente espantosos y verdaderos contraejemplos del capitalismo, pero no de manera reactiva, sino adelantándonos a la mentira mediática.
Por otra parte, no se tomaron ni previsiones ni castigos contra el acaparamiento de alimentos, otra arma empleada por la oposición. La carencia de leche y de otros productos básicos no puede ser atribuida sólo a un aumento de la demanda. Es indudable que un desabastecimiento provocado puso en evidencia varias deficiencias gubernamentales, una de las cuales (y no de las menores) es su política alimentaria, que debe ser integral, con sentido de permanencia y no meramente distributiva. Tenemos un Ministerio de la Alimentación, que, en rigor, no lo es. Es un organismo ministerial que se ocupa de la distribución.
4. El aparato estatal existente no es compatible con la revolución. Menos lo es la mentalidad que aún prevalece en muchas de las personas que ocupan en él cargos directivos. Hacer una revolución con personas incapaces de dar los pasos indispensables para superar las prácticas inerciales de la burocracia, equivale a no hacerla o a postergarla “sine die” pagando el alto costo de la oportunidad. Sabemos que lo que un funcionario avanza, otro lo detiene. Y esto en el mejor de los casos, porque lo que suele ocurrir es la involución y el retroceso y no la audacia calculada para la ruptura inteligente. Algunos ministerios y buena parte de las gobernaciones y alcaldías han sido pasto de esta inepcia que robustece con su pereza el fuerte entramado de la burocracia de la cuarta República. Matar el tigre y tenerle miedo al cuero es una característica de las revoluciones frustradas que se entretuvieron demasiado en la literalidad del orden jurídico heredado del antiguo régimen. Entre nosotros parece darse la contradicción de que mientras el presidente postula saltos constitucionales (seguramente prematuros o políticamente inconvenientes, por ahora), ciertos ministros no se atreven a desaplicar ni una coma de normativas internas claramente contrarias a la Constitución, fortaleciendo el burocratismo inexorable y dejando intactos algunos espacios, que si para algo sirven, es para darle beligerancia y tribuna a la contrarrevolución.
5. Vuelvo a los resultados electorales del 2D. Nos podrá consolar el hecho de que los mismos revelan casi un empate (fue, en rigor, un empate técnico), pero no hay duda de que si lo comparáramos con un juego de fútbol, la ventaja fue de 1 a 0 y ella basta para que se nos declare derrotados. Lo peor de todo es que se dio una inocultable circunstancia agravante: el tanto de la diferencia fue un lastimoso autogol.
En este momento casi todo el mundo intenta examinar la ausencia de tres millones de votos chavistas. Creo que es una exageración. Recuérdese que no es lo mismo elegir presidente que votar por una reforma constitucional. Nadie podía estar contando seriamente con una votación semejante a la de diciembre del 2006, pero sí con un tercio, por lo menos, de esos tres millones que se ausentaron de las urnas el 2D. Fue ese tercio el que debió ir a votar y no fue. Permítanseme dos preguntas nada sibilinas que explican el anterior aserto: ¿cuántos inscritos tiene el PSUV? ¿No era esa la meta realista? El “Sí” hubiese ganado por más de un millón de votos si el PSUV fuese, en verdad, el partido de la revolución. Sin duda, no lo es todavía. Tampoco podemos pedirle que ya lo sea.
Otra pregunta, vinculada al tema del partido y cuyo carácter retórico no me releva de hacerla: ¿era recomendable convocar un referéndum de este tipo, con una propuesta de enorme densidad, sin contar con la estructura adecuada para la movilización requerida? Ya el Presidente, en ejercicio autocrítico, apuntó el posible carácter prematuro de la reforma. pero ese es un asunto que daría para otra discusión que podríamos encabezar con esta interrogante: ¿Habrá que someter a referéndum todas las medidas de un gobierno socialista? Pienso que dentro del marco de la constitución vigente se puede avanzar bastante.
6. Propongo de inmediato reformular la propuesta y solicitar sólo una cosa: la enmienda del artículo de la Constitución que permita la reelección de Chávez. Creo que debemos ser realistas y apostar a ganador. Así, por iniciativa popular debe proponerse la modificación del artículo 230 que impide que podamos postular y reelegir a Chávez cuantas veces queramos. Sólo eso. Dentro de la democracia burguesa y su arraigada cultura, no es fácil –por ahora- dirimir electoralmente complejidades doctrinales, máxime si éstas no se han ventilado en una discusión colectiva previa. “Queremos o no queremos que Chávez siga” y punto. Dirimamos eso y después hablemos. Y conste que sé y valoro –como ya lo indiqué- lo que significa la claridad socialista de cuatro millones y medio de votos, pero también valoro una de las fortalezas (y ventajas) más evidentes del proceso: Hugo Chávez Frías. Por supuesto, no se trata de archivar los aspectos básicos de la reforma. Se trata de que el pueblo revolucionario los asuma primero como suyos, los enriquezca en el debate diario y los vaya impulsando en el momento apropiado por la vía legal que corresponda.
Es conveniente aclarar que la propuesta que planteo sobre el artículo 230 es la de una enmienda constitucional, no la de una reforma. De esa manera, nada tendría que discutirse en relación con la validez de la solicitud. No le es aplicable el discutible alegato de que “ya fue rechazada la reforma”. Por otra parte, sobre ese artículo pueden formularse varias propuestas de enmienda que no tienen por qué ser exactamente idénticas a la incluida en el bloque “A” de la reforma votada el domingo pasado. Desde luego, debemos valorar muy bien el momento en que esa iniciativa popular deba activarse.
7. No más parlamentarismo de calle. Lo que debe haber es calle parlamentaria. Lo primero alude más a una puesta en escena de la Asamblea Nacional o a un teatro de la participación, con su libreto preestablecido para intentar la legitimación de algunas improvisaciones. Lo segundo es el pueblo en acción legislativa libre, desde sus barrios y calles. Aquel se decreta con rapidez en una sesión del Capitolio. Este se va gestando con paciencia todos los días.
8. ¿Por qué constitucionalizarlo todo? ¡De los fetichismos legales, líbranos Señor!
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