Preámbulo
Puestos en el plan de buscarles explicaciones a los recientes acontecimientos
políticos en Venezuela, más allá de las apreciaciones socio-psicológicas
sobre el comportamiento humano político, fácilmente caemos en planos
de discusión de carácter simbólicos y hasta esotéricos, como suele
ser la reflexión de lo que se ha dado en llamar el "alma popular",
pero que en nada se pelea con apreciaciones cientificistas de los teóricos
desde el mismo momento en que la ciencia es y ha sido inútil para predecir
el acaecer humano, incluyendo a la ciencia estadística en su aplicación
sociométrica, que es lo más cercano a predicción que se conozca.
En efecto, con facilidad la gente en la calle se explica las cosas aplicando
el rasero de la simbología, la cábala y del simple pero certero sentido
común. No es extraño oír entonces "Chávez se dejó joder con
los escuálidos", "Se lo comió el tigre", "¿Quien
coño hace una revolución con unos guantes de seda?", "Mucha
consideración", "Se rodeó de escoria", "La oposición
se le metió en el palacio", "La gente se le calentó en la
calle y le metió su regaño", entre tantas cosa que usted mismo
habrá oído, estando en aptitud de completar la lista. Se trata de
la gente en la calle, con expresiones frescas del corazón, eximidas
de los lentes de aumento que usan los sesudos analistas para examinar
la "cosa" oculta detrás de las apariencias. Se puede afirmar,
incluso, que es la voz de los aparencial que se explica los hechos con
la rapidez del rayo, respondiendo a una emocionalidad directa, hechos
cuya explicación, como afirman los sesudos, tienen su arraigo en honduras,
pozo donde no nos vamos a bañar, por ahora.
Para la masa popular, simplemente Chávez
cometió la infracción de dejar cabalgar la impunidad, por mencionar
uno de los puntos prometidos, y eso lo pena la ley divina. Hasta un
popular refrán lo refrenda: "Dime con quien andas y te diré quien
eres", y la boca que lo dice se suelta en detallar cómo desde
adentro se mata lo de afuera. Se llenó el gobierno, pues, de opositores,
de quintas columnas, de derecha endógena, de chavismo sin Chávez,
de corruptos pendientes de sus cifras y no del crecimiento del país
como nación social. No faltan las alusiones bíblicas entre los más
religiosos, cabalísticos ellos, intentando explicar que el presidente
recibió un jalón de oreja divino como en los pentateucos tiempos,
cuando Jehová asolaba al pueblo hebreo con derrotas por existir una
afrenta entre sus filas. Casos bastantes hay de idolatrías castigadas,
de adulterios, de patriarcas que desperdiciaban su seminalidad o de
tráfico sexual con pueblos pecaminosos del orbe. De 80 a 100 mil tuvieron
que morir para expiar la conocida ofensa religiosa del becerro de oro,
ante quien se postró el pueblo semita en idolatría, prosternado incluso
el patriarca Aarón, hermano de Moisés.
Un tanto igual le ocurrió a otro pueblo,
gentil ya. Los griegos, los aqueos. En un momento de la Guerra de Troya,
que duró una década, las huestes aqueas no veían una victoria ante
los troyanos, encontrándose luego la explicación en las cabalística
palabras de Tiresias, el adivino, quien hacía su exégesis de los designios
divinos. El dios Apolo se encontraba ofendido y no favorecía la suerte
griega durante la contienda, habiendo que expiar, como en efecto ocurrió,
según narra La Ilíada, enderezándose el entuerto.
Modernamente, en el espíritu ilustrado,
las cosas han cambiando, como parece sobrar decir. Las sociedades se
han organizado en la occidental democracia griega -por cierto-, donde
el pueblo, en su calidad de elector y en virtud de ideales socio-filosóficos,
se ha disparado a alturas prácticamente de deidad por su poder refrendario
y hasta ejecutor, naturalmente sin competir con la deidad mayor y oficial
de su localidad, esto es la religión oficial o de Estado. No se tendría
que decir en el presente, pues, siguiendo tan honda imaginaria, "Canta,
oh, Musa" para recibir la inspiración sagrada necesaria de interpretación
de una eventualidad política, pudiéndose decir, más precisamente,
sin exagerar, "Canta, oh, Pueblo". Esta idea, en su idealidad
asociada con valores de igualdad, justicia, soberanía e independencia,
constituyó el armazón de las luchas patrias desarrolladas durante
el proceso de emancipación latinoamericana. Hombres de luminosa ilustración
e enciclopedismo sembrando el camino de antorchas.
Pero hoy, en el marco de los recientes
resultados adversos al proceso de cambios, si hay que buscar una explicación
en el sentido que nos conduce, digamos ya cabalístico, o simbólicos,
como lo ha puesto de moda el presidente Hugo Chávez con su revisión
de la simbología bolivariana; habría que concluir pronunciando dos
palabras de particular incidencia sobre la gente, el verdugo final ante
las urnas electorales: impunidad judicial y lentitud operativa
en el andar de la revolución. Dos constantes que pesan en el conciente
colectivo desde el año 2.002 y que resumen el criterio popular de la
derrota, oculta tras el bastidor aparencial. He allí la afrenta que
el pueblo, el dios político enojado, no perdona.
(1) Impunidad judicial
La primera nos remite sin pena ni gloria a esa fractura psíquica de
la paz ciudadana del golpe de Estado de 2.002, cuando las masas manifestaron
su amor patrio por un líder que los supo interpretar y se convirtió
en su voz, Hugo Chávez, pero que hoy le asoman que dicho sentimiento
puede pasar a afrentosa decepción, dada la impunidad, pues el común
interpreta que la belleza de ese sentimiento pudo no servir para un
carajo, según están las cosas ahora, más cuanto las huestes opositoras
se dedican a aquejar al pueblo con incomodidades, escasez, ataque mediático
o cualquier otra basura política coyuntural, etc. No hay al sol de
hoy nadie purgando condena por aquel atentado democrático, y cabalga
la impunidad haciéndole un daño increíble a una revolución que un
paisano describió por allá arriba como ser con "guantes de seda",
detrás de lo cual puede empezar a correrse el parecer de que se trata
de una farsa plagada de ineficiencias, como lo anterior vivido en la
Cuarta República, tan sistemáticamente criticado.
No existe ese preso ni siquiera a título
de chivo expiatorio, lo cual podría, aunque maltrechamente, tener un
efecto hasta sucedáneo en la conciencia colectiva. (¿Se acuerdan del
Chino de Recadi en la Cuarta República, feo ejemplo de justicia pero
que, políticamente, sofocó a su manera –aplacó circunstancialmente-
una ira colectiva?) La gente que apoya a Chávez, que dejó su casa
y bajó a la calle para expresarle su acuerdo y hasta para entrar en
combate durante los hechos de abril, requiere una acción que la reivindique
en ese plano moral, que políticamente le haga entender que se trata
de un gobierno fuerte que ampara y no desdice de los afectos ganados.
Hay un vacío de moral que sofocar en tal sentido, y hay que empezar
por cambiar la tónica paquidérmica del aparato de justicia, porque
se va perdiendo la lucha cuando el opositor la mina aun más con su
obrar en medio de una frustrante espera. En nombre de una reconciliación
que lo que busca es minar, diluir de una vez por todas la moral chavista,
no se puede dar marcha atrás. Por ejemplo, la aprehensión planteada
contra Enrique Mendoza, el cerrador de canales, el de la "basura
va pa' fuera", es prácticamente un mandato a gritos de las fuerzas
psíquicas de lo simbólico humano del pueblo, una medida de salud ciudadana
llamada a expiar la afrenta que se le ha hecho a la deidad llamada “Justicia”.
Su fuga, como la de Carlos Ortega, Carmona Estanga, Carlos Fernández
y otros delincuentes, pondría en fuga a su vez, de modo insoportable
o definitivo, la propuesta de Estado socialista que se le hace a los
venezolanos, carente en su eventualidad de una moralidad, fortaleza,
plausibilidad y rectitud ansiadas.
Como entre hebreos y griegos -se dirá-,
algo huele mal pero no en Dinamarca, sino en Venezuela. Expíese la
culpa ante el dios Pueblo y recupérese su favor, necesario para el
avance.
No ha dado la derecha otro golpe en
el país porque tiene la certeza de que la gente saldría una vez más
a dar la cara por el presidente, ya en el plano de una guerra civil,
pero aguantados por el hecho de saberse, todavía, en desventaja. En
todo caso, su ideal es que por lo menos lograr que la gente se quede
en sus casas, desmotivados ante una contingencia. Trabajan en eso, desmoralizan
a la gente con el propósito de desmovilizarlos. Así, pues, la llamada
"reconciliación" es una trampa burguesa cuyo primer error,
a título de concesión, se traduciría en más impunidad. "Estamos
en reconciliación nacional: suelten a Enrique Mendoza".
(2) Lentitud operativa en el andar de la revolución
El otro punto en esta factorización digamos psicologista, es la lentitud
en el avance del proceso de cambios, lentitud justificada en la toma
conspirativa del poder, digámoslo así, pero inaceptable una vez que
un liderazgo interpreta el momento de la acción, y ese momento llegó
con Hugo Chávez después de 1999. La gente desde entonces se ha entusiasmado
con los cambios, pero de un tiempo para acá, desde la misma impunidad
de abril de 2.002, se tiene la percepción de la que locomoción perdió
"algo". La revolución es cambio, fortaleza, amparo, condolencia
con el más necesitado, y en ningún momento esa percepción de vacilación
ante el descarado agresor de la imagen de Estado, o esa situación de
incertidumbre que la derecha y sus empresarios ha logrado crear con
la inseguridad alimentaria, en boga en el presente.
La derecha venezolana, sin reacción
inicial, embotada por los años de enquistamiento ininterrumpido en
el poder, ha venido despertando poco a poco y ha empezado a concertar
un ataque con ramificaciones en cada plano de la sociedad, la contrarrevolución,
que se alimenta de la inoperancia revolucionaria. Hoy mismo, después
de su victoria referendaria, ganan tiempo bajo el cortinaje "civilizado"
de su propuesta cazabobos reconciliatoria, ante la cual hay que estar
alerta.
Mientras tanto el gobierno ha perdido
el tiempo en la formalidad del "buen revolucionario" que se
hace solidario con las lágrimas de cocodrilo opositoras, perdiendo
la perspectiva de que rico es a pobre como lo es el aceite al agua,
para decir de un modo franco. Y esa formalidad es la misma que tanto
le encanta al ex ministro saltatalanquera Raúl Isaías Baduel, el "niño
mimado de los sectores de la falsa izquierda", como lo llama James
Petras en "Referendo venezolano: análisis y epílogo". Para expiar el pecado de la inoperancia
con el dios Pueblo, en el aspecto de la tranca en materia de seguridad
alimentaria, en materia de empresarios monopolizadores de servicios
e insumos, se debe encender la mecha de la confianza ciudadana con relación
al hecho de que se avanza efectivamente en las transformaciones, ansiados
desde hace muchos años (no se debe olvidar), cambios concretados en
la expropiación del terrateniente, los banqueros y capitalistas, como
apunta Alan Woods, visto el hecho que voluntariamente no se integran
a una concertación. No tendría por qué olvidarse el encanto fundamental
para las masas de las propuestas de Hugo Chávez, implícito en el ideario
de que Quinta República es oposición a Cuarta, del mismo modo que
pobre a rico o agua a aceite, como quedó dicho.
Cito a Woods en una brillante propuesta
paliativa de la afrenta hecha al dios Pueblo, para seguir y terminar
con nuestra honda mágica, como el mismo parece concluir al final de
sus palabras.
”Incluso después de la derrota del referéndum, Chávez tiene suficientes
poderes para llevar a cabo la expropiación de los terratenientes, banqueros
y capitalistas. Tiene el control de la Asamblea Nacional y el apoyo
de los sectores decisivos de la sociedad venezolana. Una ley capacitante
para expropiar la tierra, los bancos y las grandes empresas privadas
provocaría un apoyo entusiasta de las masas ("¿Qué significa la derrota en el referendo?") “
Propuesta que subscribo totalmente, pues, como en épocas mitológicas
cuando los dioses no eran más que explicaciones de fenómenos naturales
que pedían sacrificios para, por ejemplo, continuar con la sagrada
lluvia, se impone hoy recuperar la fe del pueblo para poder continuar
la caminata a su lado, punto final de una revolución.
Ha de arrodillarse el político ante
la condición sagrada de los pueblos, y estos, incluso en medio de su
deífica naturaleza, deben enamorase de sus idólatras para seguirlos
y protegerlos, cuando de ajusticiarlos no se trata. Porque todo está
allí, en la gente, en el arte de ejercer la política como la disciplina
clarividente de saber cómo piensan los demás.
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