Una revolución – cuando es verdadera diría el Che - esta motivada por grandes sentimientos de amor y, por muy cruentos y trágicos que sean los acontecimientos que la impulsan, ella no puede tener otro objeto que afirmar el valor de la vida y la dignidad de la persona humana y la preservación de la herencia cultural de la Humanidad y el espacio esencial que permite la existencia y realización de toda criatura viviente.
En los procesos de cambio, cualesquiera sea el carácter de estos; los revolucionarios – “… a riesgo de parecer ridículo…”, también diría el mítico guerrillero heroico - debemos demostrar la profunda motivación moral de nuestro propósito, la superioridad ética de nuestra conducta en el combate y, especialmente, la hegemonía histórica de nuestros ideales de redención y libertad del la persona humana frente a la enajenación, explotación y represión que significa el imperio de la sociedad de clase y su Estado opresivo, por cuanto, contrario a nuestros enemigos de clase, tenemos la responsabilidad de destruir un orden injusto e inhumano para construir, sobre sus cenizas, el orden de la libertad, igualdad y la fraternidad, como lo proclamaron en Le Bastille, los sepultureros del viejo orden feudal francés.
El orden que proclamamos es de este planeta Tierra y de este tiempo, en donde, igual se invoca a los dioses de nuestros antepasados originarios como a Jesús El Redentor, el pensamiento científico de Carlos Marx y Federico Engels tanto como al ideario del Bolívar Libertador de Pueblos y Hacedor de Justicia, a Vladimir Ilich Lenin, constructor del primer Estado de obreros y campesinos junto a el ejemplo del Tío Ho, la sabiduría de Mao, el desprendimiento de El Che, la cosmovisión de Mariátegui, la inteligencia de Fidel, la dignidad de Zamora Machel y la fuerza inquebrantable de Nelson Mandela; todo hecho reunidos en el común propósito de erradicar toda forma de explotación del ser humano por otro ser humano, de todo pueblo sobre otro pueblo, de toda potencia sobre el planeta Tierra y sus habitantes.
Los tiempos de nuestros sueños, los sueños de quienes nos antecedieron y, los sueños de quienes nos sucederán, es decir; todos los sueños de la Humanidad, no se miden con elementales relojes de arena, ni ábacos milenarios, ni manillas de cronómetros suizos, ni en edades humanas relativas, sino en términos de los cambios en la conciencia y cultura que la Humanidad, en su infinita capacidad de soñar, crear, producir y transformar, ha generado y seguirá generando en favor de su libertad y bienestar y, no ha existido ni existirá jamás, fuerza capaz de impedir ese tránsito irremediable del Ser Humano hacia ese única razón de su vida y realización: La Libertad.
Los tiempos de hoy y los por venir, parecieran acercarnos al espacio en que se bifurcó la historia de los seres humanos, a ese momento en el cual quienes tuvieron la responsabilidad de sepultar la sociedad de la opresión y la desigualdad, decidieron copiar la visión de poder de los tiranos, imitar sus sistemas de control de la libertad de todos para negar a otros su derecho a ser libres, modificar su eficiente sistema de producir y distribuir, cambiando la acumulación del capital de unos pocos por la acumulación de los privilegios de otros tantos, depredando todo lo circundante viviente y cedente para construir una calidad de vida degradante, suplantando la codicia de la acumulación por la acumulación de la codicia, compitiendo con la ciencia del espectáculo y olvidando la ciencia de lo cotidiano y humano. En fin, trasluciendo un cambio de la Vida, reproducida en el espejo de su aparente contrario.
La revolución que soñamos debe regresar, no a su pretérito y diverso génesis, pero sí a ese punto de tránsito en que se desvió de su curso natural, que lo condujo finalmente a encontrarse, precisamente, con el sendero que debió desaparecer.
Es esa recuperación del camino histórico que descubre hoy que el Ser Humano, con todo y su dotada inteligencia, no es el centro del Universo sino una parte infinitesimal de la Naturaleza, que entiende que todo y cada uno de los elementos vivientes y cedentes forman parte de un todo integral y único, que obliga a preservarlo para garantizar la sobrevivencia de cada una de las partes, que la creación, la invención y la transformación a partir de la ciencia, si bien esta dirigida a favorecer el bienestar del ser humano, debe tener como límite moral, el valor de la Vida en todas sus expresiones y de su entorno, que la mágica exploración del Universo, solo puede tener sentido si tiene como propósito explicar nuestra propia existencia, descubrir otras vidas y responder si somos una gigantesca nave espacial, dotada de autonomía de vuelo y en piloto automático, en un viaje infinito al más allá – como lo diría el comentarista Walter Martinez.
En fin; Nuestro Sueño, es de esta tierra y para estos tiempos pero, apenas es un pequeño aporte a todo el proceso civilizatorio de la Humanidad en su tránsito fatal hacia la desaparición total y definitiva de todas las formas opresivas que la sociedad de clase y sus beneficiarios crearon hace miles de años, y que tenemos la responsabilidad histórica de contribuir a su extinción.
Al igual que los dinosaurios, los glaciares y los levantamientos de la corteza terrestre; todo la maldita herencia de la sociedad de clase deberá desparecer de la faz de la Tierra y, cuando nuestros lejanos descendientes revisen esta parte esencial de la historia planetaria, sus habitantes y su naturaleza toda, podrán concluir que, en esta “Tierra de Gracia”, así bautizada por el perverso civilizador, en un lejano momento de comienzos del siglo XXI, un pueblo fue capaz de transitar un nuevo sentido en el desarrollo histórico de la Humanidad, lanzándose a la maravillosa aventura de construir un camino nuevo, distinto a lo inicialmente propuesto, diferente a lo conocido y, muy semejante a lo que, a lo largo de toda la vida del Ser Humano sobre la Tierra, seguramente se habrá soñado: La Libertad.
Tal es el reto de pensar y construir de los revolucionarios venezolanos de comienzos del tercer milenio de nuestra era. Lo demás es distracciones, divertimientos, inutilidades.