La educación católica que recibí en mi niñez me enseñó una práctica que, en aquella época lejana, se llamaba examen de conciencia. Todas las noches, en la soledad de uno mismo, se debían repasar los sucesos del día, reflexionando sobre lo bueno y lo malo.
Ya no sé si los creyentes de los tiempos actuales lo hacen así. Ha pasado mucha agua debajo de los puentes desde entonces. Yo, por mi parte, he cambiado mis creencias. En mi caso la espiritualidad no la extraigo de ningún credo sobrenatural, sino de los capítulos de la propia existencia, es decir, de la extraordinaria aventura de vivir. Pues nada humano me es indiferente.
La verdad es que la práctica rutinaria del examen personal de conciencia la he abandonado. Su nombre mismo no es sino un eco lejano que ahora me viene a la memoria.
Sin embargo... sin embargo… algo de aquello ha quedado en mi ánimo.
Casi cada día me pregunto qué hago bien y qué hago mal con relación a las responsabilidades de Gobierno. Yen las permanentes reuniones, casi cotidianas, que tengo con los equipos de trabajo del ministerio, no dejo de hacer las mismas preguntas. ¿Dónde hemos fallado? ¿Por qué esto no ha salido? ¿Por qué tal otra estrategia, sí, ha funcionado? ¿Qué ha pasado con aquel propósito inicial? ¿Lo hemos perdido de vista en el camino? ¿Cómo se entrelazan tales y cuales políticas?
¿Estamos de verdad transfiriendo el poder al pueblo? ¿Hacemos lo que se espera de nosotros? ¿Qué podríamos hacer para mejorar? ¿De dónde extraer mayor conciencia? ¿Y las metas? ¿Y las matemáticas como instrumento de medida, de las que tanto habla el Presidente? ¿Y la lucha contra la burocracia?
¿Y la confrontación con el sectarismo? ¿Se puede ampliar aún más la visión de conjunto, tan importante? ¿Se pueden, por otra parte, afinar los detalles? ¿Cómo hacer para que nada se quede por fuera?
Preguntas no retóricas, sino aplicadas en cada caso a los problemas que tenemos entre manos. Cada uno es un tema distinto. Una y otra vez, como un martillo que golpea en forma constante, afrontamos la visión de las cosas para mantener la tensión creadora.
Tratamos de no contentarnos con lo fácil. Procuramos reconocer y entender cuáles tensiones hay que armonizar, cuáles conflictos hay que abordar irremediablemente, cuáles pueden sortearse, cuáles contradicciones hay que manejar con sabiduría, para poder hacerlo bien. Son muchos los intereses, innumerables las visiones y es muy difícil avanzar sin dedicarle un tiempo significativo a la reflexión.
Ami modo de ver, el mejor examen de conciencia es el que se realiza en equipo. Y cuando se hace a fondo, con sencillez, compromiso y honestidad, tratando de ir a la sustancia para encontrar la verdad de las cosas, la reflexión colectiva se constituye como la mejor herramienta para la planificación. Bueno, al menos a nosotros creo que nos funciona.
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Publicado originalmente en la edición 197 del semanario Todos Adentro