La Universidad inútil

Si la Universidad desapareciera repentinamente, apenas se enteraría el país. La irrelevancia de lo que se hace, se piensa y se dice en nuestras instituciones de educación superior, es harto conocida. No en balde, dentro de la arrogancia propia de los universitarios, no se entiende cómo un movimiento, el bolivariano, que pretende no sólo transformar profundamente nuestra arruinada sociedad, sino que ha demostrado alcances mundiales absolutamente insospechados; pudo ser concebido y llevado a cabo por un militar, un gorila, un mono peludo come-bananas, y no por alguna de las sublimes personalidades que iluminan con su presencia, los más excelsos espacios de las ciencias, el arte y la cultura.

Alguien recordó hace poco que algunos pocos millones esperan aún la llegada del Mesías, sin haberse percatado que perdieron el autobús hace dos mil años. Que nació en una casucha, de padres pobres y simples. Que se enfrentó a los sacerdotes (la autoridad instituida), los fariseos (los “puros”) y los escribas (los tecnócratas e intelectuales) sin haberlo autorizado ni formado nadie para ello. Que encendió profundas pasiones y dividió a la sociedad de su tiempo, y a las cuarenta generaciones siguientes. Que el pueblo que pudo salvarlo, cuando su vida se tornó en un calvario, no estaba organizado, y fue víctima de las manipulaciones de la turba que eran minoría. Que quienes lo asesinaron fueron los buenos del momento, y no los malos, como después de la vorágine de sangre, se entendió con toda claridad.

A pesar de nuestro intelecto, de nuestros estudios, de nuestros muy sesudos análisis; somos presa fácil de los miedos y temores que han perseguido a la humanidad desde siempre; porque hay cosas que no pueden ser entendidas completamente, apelando sólo a la razón o a la inteligencia, a las cuales somos tan aficionados; dándole un valor absoluto, y por lo tanto falso.

Debemos entonces preguntarnos: ¿No era acaso la Universidad, la llamada a liderar las transformaciones de esta sociedad, por medio de la orientación ideológica y doctrinaria que diera cuerpo a las aspiraciones más nobles y anheladas del pueblo? ¿Es pertinente, entonces, la existencia de esta institución que ha fallado tan ignominiosamente? ¿Para qué sirve?; sin el temor a concluir tal vez, que éstas pudieran ser sencillamente inútiles (más allá de formar especialistas profesionales), irrelevantes, caducas y vacuas; propias, quizás, de un modelo que introdujeron los conquistadores europeos, y que reprodujeron e implantaron en nuestras culturas con todos sus alcances, vicios y limitaciones.

Docencia, Investigación y Extensión, esa trinidad doctrinaria, cuyos postulados aún me son difíciles de asimilar. ¿Dónde queda el espíritu emprendedor, comprometido y transformador?, ¿Sólo en una pila de “papers” ingeniosos, eruditos, que me hacen sentir como conectado por medio de un cordón umbilical al MIT o a la American Physical Society? ¿Sirve de algo eso, salvo la necesaria masturbación mental, tan propia de nuestro tiempo?.

Si esos sacrosantos pilares son meros entretenimientos burocráticos, con el fin último de justificar la existencia de una institución que quiso abarcar mucho, pero cuya materia prima fundamental, sus profesores y sus estudiantes, son simples repetidores (y se puede ser repetidor empedernido con PhD, papers y demás cosillas) de un conjunto de cosas que anclan y envilecen, lenta pero inexorablemente; entonces, probablemente, haya que fundar ¡ahora! sobre cimientos más creíbles estas viejas cofradías.

Como un ejemplo de nuestra incapacidad manifiesta para resolver cosas fundamentales, me pregunto entonces, tratando de ver un poco más allá: ¿Será posible que sigamos agarraditos de la mano con estas autoridades universitarias, que haciendo malabarismos cuasi leguleyos, usando frases terriblemente cursis, en defensa de la “libertad”, la “democracia”, la “autonomía”, la “excelencia académica” y demás lugares comunes, y que sospechosamente siempre se cuadran con los valores de una oposición enloquecida y perturbada; las cuales han quemado un tiempo precioso y dilapidado recursos en una pretendida “transformación universitaria”, donde sólo quedaron unos afiches amarillentos pegados en las paredes con aquel slogan rimbombante: “Lo permanente es el cambio”? ¿Esos son los próceres cívicos que orientarán al pueblo en la búsqueda de su destino? Paso y gano, caballero.

Y sigo haciéndome preguntas insolentes y fastidiosas: ¿Será posible tener un verdadero Sindicato profesoral, y no una aburrida Asociación, donde lo más interesante y trascendente que ocurre son los campeonatos de bolas criollas y la cena de fin de año? Resulta difícil imaginarme a la enorme y casi absoluta totalidad de mis colegas, arengando al pueblo, encabezando (o aunque sea formando parte) un ejército de desheredados que luchan por su redención y liberación?

Pero, ¿es que acaso yo mismo poseo el talento, el liderazgo, el convencimiento y el valor suficiente como para, al menos, participar en un modestísimo paso que llevaría al basurero de la historia estas proto momias que han mamado ( y siguen mamando) de las “casas que vencen las sombras”; conformando un mucho más auténtico movimiento sindical universitario?.

Quiera Dios que así sea, porque la historia es implacable con los habladores de pendejadas, que se quedaron en el escrito, revolucionarios de cócteles en las embajadas y en las casas de la cultura.

Juan Carlos Villegas Febres
Profesor
Universidad de Los Andes


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Prof. Juan Carlos Villegas Febres


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