Hace casi un año los venezolanos fuimos sometidos al más feroz bombardeo mediático del que tengamos memoria (e historia). Las “cuñas”
fueron contabilizadas por cientos y trasmitidas sin pausa por más de 60 días. No hubo hueso que quedara sano. Hubo “cuñas” para todos los gustos. Algunas eran “festivas” con llamados emocionados de una mujer con voz chillona a marchar sin ton ni son. Otras eran menos “inofensivas” y promovían valores tan “edificantes” como el racismo y llamaban a desobedecer la Constitución y las leyes. Hoy las recordamos no por masoquistas sino porque la TV reaparece por sus fueros, inundando las pantallas de los televisores con llamados al Reafirmazo de la oposición, con el más absoluto descaro. Sin que se les agüe el ojo ante tanta parcialización. Llamando a firmar bajo el anzuelo de “defender la libertad y la democracia” y para “pasar una feliz Navidad”.
Y también lo recordamos porque un par de cineastas venezolanos “Desarman una farsa mediática” (El Universal, 16/11/2003) que consiste en un documental hecho por la cineasta irlandesa Kim Bartley llamado “La revolución no será trasmitida”, que fue trasmitido en Venezuela a un año del golpe de Estado de abril de 2002. Bien tardío para mi gusto, por cierto. Los cineastas en cuestión, Thaelman Urgelles y Wolfgang Schalk, no dejan cabo suelto. Dicen que están (ellos solitos) haciendo un documental: "El video ya estará listo la semana entrante y desmonta
toda la película y se pasan imágenes alternativas (sic) que son interpretadas por Thaelman y por mí". Es decir la verdad “alternativa”
descubierta por este talentoso par. Eso hay que verlo.
El documental (el de la irlandesa) "construye una historia que parece un discurso de Chávez en la ONU". En palabras de Thaelman Urgelles, el documental "vende esta idea: como que tenemos un presidente, que por favorecer a los sectores mestizos y pobres se ha echado encima a una oligarquía blanca que está perdiendo sus privilegios. Esa oligarquía blanca le dio un golpe de Estado el 11 de abril con apoyo de los EEUU. La cinta no tiene desperdicio: negros contra blancos, pobres contra ricos y un final emblemático en que el gobernante es rescatado por el pueblo".
El pensamiento de este par de preclaros cineastas tampoco tiene desperdicio. Se molestan porque el documental es trasmitido en el exterior y se alegran mucho porque Amnistía Internacional lo censuró. Todo esto enarbolando las banderas de defensa de la libertad de expresión y la democracia y sin que se les agüen los ojitos de cineastas preclaros con una sinuosa (y curiosa) forma de entender la
vida y la política.
Me hubiese gustado, como ciudadana, contar con su acucioso juicio en diciembre de 2002 y enero de 2003, cuando vi cerquitica el racismo, el fascismo y el miedo de una clase social envalentonada por cientos de mensajes deformadores, alentadores de la violencia y la anarquía. ¿Dónde estaría este talentoso par? ¿Buscando la paja en el ojo ajeno?
No nos queda sino suspirar de impotencia. El peor de los suspiros.
*Periodista
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