Hemos descubierto por fin cuan torpe es Hugo Chávez y a confesión de parte, relevo de pruebas: La ley de inteligencia y contrainteligencia tiene errores. ¿Usted había visto alguna vez un presidente que se equivocara?: ¡Jamás y nunca!. Los presidentes deben ser perfectos, para eso los elegimos, pues de lo contrario estarían como Chávez, asumiendo una condición humana que los haría vulnerables. Por lo mismo, a nadie le cayó en gracia hace muchos años aquel slogan lusinchista de que “Jaime es como tu”… es borracho como tu, irresponsable como tu, putañero como tu y sinverguenza como tu, ¿Qué tal?
Todo pareciera indicar que los que ponen el grito en el cielo por la capacidad de rectificación del presidente, son los mismos que carbonearon durante cuarenta años a tantos y tantos presidentes que nunca reconocieron un error y que ademas taparearon los errores y otras cosas peores de su colaboradores y barraganas. Un presidente como Chávez es algo inédito en este país. Un tipo que reconoce sus errores, que asume sus responsabilidades, nos saca de nuestras casillas, nos llena de indignación, simplemente porque desnuda nuestra propia cobardía, pone en paños menores la irresponsabilidad de quienes dieron un golpe de estado y cuando lo perdieron, salieron lloriqueando por los rincones arguyendo un vacío de poder.
¿Alguien imagina a Carmona reconociendo que la cagó? Y algo más importante, dispuesto a rectificar “por la calle de en medio”.
Los que ponen el grito en el cielo y no se sienten cómodos gobernados por un hombre honesto y veraz, bien harían en irse a vivir bajo el gobierno de un mentiroso compulsivo como Bush.
Más allá de la diatriba del momento, hay algo muy sutil en todo este asunto. El hombre o la mujer común, detestan que el líder exhiba su condición humana. Al líder le exigimos la perfección del bronce, porque nos consuela saber que si toda perfección es inalcanzable, la imitación del líder –a quien hemos endilgado el calificativo de perfecto- es una quimera, es asunto de locos. Es por eso mismo, que si el líder pretende sostenerse frente a su pueblo, debe vivir la soledad de los dioses o dejarse crucificar cuando se le ocurre ofrecernos su amorosa condición humana. Toda una alegoría de la pasión y muerte de Cristo.
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