Los escuálidos andan que se muerden el rabo. Lanzan dentelladas, se
escupen, braman, aúllan, chillan, no duermen, se estremecen haciendo
planes de revancha en medio de un estado febril, delirante: “Ahí viene la
transición”, dicen, y vuelven a los planes ridículos de un gobierno
provisional, y evalúan los conjuros de brujos y adivinos. Y vuelven a
decir que Chávez perdió la calle, que su popularidad está por los suelos,
que tiene miedo a medirse con cualquiera de los frijolitos arrolladores de
la oposición. Makys Arenas, obsérvenla, tiene ojeras vidriosas de lloros y
trasnochos, y le saca la virgen a los televidentes como si se tratara de
una pistola. Cómo le encantaría a esta mercenaria que la virgen de Plaza
Altamira comenzara a echar plomo. Que en lugar de llorar sangre se
inundaran de coágulos las calles. Se coloca colorete, se embadurna las
patas de gallinas con grumo de leche de chivo, y aprieta los pequeños
labios como una roedora angustiada deprimida y azorada, sin salida; le
hacen falta unos pelos de los mostachitos hitlerianos Leopoldo Castillo
para que sea la roedora estrella de Globeiavisón: las horas se les
convierten en un tormento, en unos noticieros que ya nada les queda por
inventar, por falsear.
En el fondo odian que la virgen aherrojada en la Plaza de Altamira les
haya embarcado por tanto tiempo. Odian que la virgen no se hubiese
pronunciado a pesar de los desmedidos pedidos que le han hecho; ay, si la
virgen se hubiera pronunciado como sí los hicieron los generales alzados,
otro gallo cantaría. Si se hubiera pronunciado como lo hizo la CTV y
Fedecámaras y la Conferencia Episcopal, otro panorama político tendríamos
en Venezuela. Pero no, la virgen es sádica, es masoquista, es criminal, y
nada promueve contra los círculos del terror. Los escuálidos odian que la
China se hubiese burlado de sus clamores, de las imploraciones
desagarradas del Cardenal Ignacio Velasco. Odian que los millones de
peticiones que se le hizo para que se desatase una guerra civil no
hubiesen sido escuchadas desde su alta morada. Y eso que la llevaron y
trajeron en andas, que la elevaron a los cielos en sus plegarias. Nada. La
virgen les quedó mal, y por ello muchos escuálidos que se acercaron para
mirarla destrozada le espetaban: “Te lo mereces por habernos olvidado”.
“Te lo mereces por no habernos escuchado”.
Qué vaina.
Pero de cuántas aberraciones habría sido testiga esta virgen, allí en ese
antro de ignominia, de perversiones, de consumo de droga y de licor, y
donde el general Néstor González González estampaba firmas en los pechos
descubiertos de sifrinas del Este. Cuántas degeneraciones vería esta
virgen, aterrada, desconsolada, cada vez que se apersonaban allí los
gusanos que asediaron la embajada de Cuba, los terroristas de las sedes
diplomáticas de España y Colombia. Los que hicieron estallar unos tanques
de gasolina en La Carlota.
Pusieron a llorar sangre a la virgen, sólo porque ella no les escuchaba ni
les hacía caso.
Hace cuatro días, el Grupos de los G’s, se reunieron en la playa, en una
casita veraniega de Juan Fernández. Esta vez le tocó al G Juan,
atenderlos. Llevaba Juan una camisita de colores vaporosos, short
relancino con escarchas brillantes, y unos cordones dorados que le
sujetaban una gorrita con la bandera venezolana. Hablaron del aire de
tristeza y de soledad que invadió el Firmazo, y consideraron que había que
aplicar una acción de desconcierto en dos direcciones: Por un lado hacer
ver la locura “de un presidente asustado porque los escuálidos sin duda
ninguna ganarán el referendo” y por la otra lanzar un llamado meloso a
los chapistas “para que se integren sin odios ni reservas a un gran
gobierno de unidad nacional”.
Los medios por su lado cumplen el papel que les lleva las conclusiones de
estas reuniones del Grupo de los G’s. Afincarse sin consideración ninguna
sobre cualquier hecho que haga presentar a este gobierno como dirigido por
bandas de asesinos, de terroristas, violentos y brutos. Ya han pasado más
de cuarenta veces las escenas de lo que sucedió en Altamira el sábado, y
ahora la han cogido con la virgen rota, y la lloradera ridícula y aquellos
que fueron incapaces de echar una lágrima cuando la matazón en Puente
Llaguno. Ya está la Conferencia Episcopal echándole fuego a la candela
para ver si se coge algún chispazo que ponga buena la cosa, y con la que
se consiga alborotar internacionalmente a la SIP, a la Comisión de los
Derechos Humanos, a los calzonazos mayameros y a la derecha púrpura y
fascista de Aznar.
Ya asquea ver a esta gente como si de nada les hubiese valido las mil
palizas que les han dado, sin escarmentar, intactos en sus memeces y
llamados, pensando que ya viene otro gobierno, que ya en el país de sus
ensueños se arreglará la economía, cero desempleo, cero inflación, cero
caos hospitalario, cero protestas, cero caos, que ya todo volverá a ser
como antes. Ya Ramos Allup se imagina enconchado en el CEN, como la AD de
hace treinta años, convertido en el patriarca Gonzalo Barrios, echado en
un sillón, irónico, taimado, malévolo, y recibiendo cumpleaños sorpresas
en romerías blancas. Ya Salas Römer se ve entrando a caballo a la capital,
guarnecido por una espléndida tropa de maricones con trompetas y
gonfalones, por Carmelitas, en plan de asumir la presidencia de la
República, vitoreado como el máximo prócer germano-nazi de América Latina.
Ya el jeta floja de Henríque Mendoza, fofo, nalgón, achatado,
cacafoneador, con su lenguaje turulato, con el babero de su inconformidad
sostenido por los muchachos copeyanos del Este. Ya vemos al supremo de
todos los G’s, al Julio Borjas, bobo, flácido, en el espejo de su inmunda
pose, contando con los fondos de una pdvsa en manos de particios como
Leopoldo López. Por último, el Juancito Mamón Fernández: recién masajeado,
recién trufado, recién calafateado. El Juancito que se quiere reconciliar
con la chusma, que va a Carapita para que lo retraten al lado de los
muertos de hambres, de los negros, de los condenados de la tierra, y
colocar esa foto en su escritorio, donde brillan las banderas de Disney,
de Pluto, de Tribilín y Tío Sam. El Juancito que sudó sangre cuando lo
persiguieron, quiere ahora convertirse en un luchador político, en alguien
perseguido, que trabaje clandestinamente. Juancito quiere dejarse la
barba, quiere andar armado, quiere hundirse en el negro barro de esta
tierra. Quiere comer mierda, Juancito, él que apesta a marrano.
Qué vaina.